martes, 14 de diciembre de 2021

Miguel de la Madrid y la UNAM

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Esta breve entrada la publiqué en un blog el 03 de abril de 2012, a propósito del fallecimiento del expresidente Miguel de la Madrid, ocurrido dos días antes. Hoy la reproduzco íntegra y le agrego dos últimos párrafos con motivo de un último legado jurídico y cultural de Don Miguel, ocurrido hoy. ----

Miguel de la Madrid es el último presidente de México que fue abogado egresado de la Facultad de Derecho de la UNAM. También es el último de ellos que tuvo una clara vinculación permanente hasta el final de su vida, con su Alma Mater.

A Miguel de la Madrid le tocó vivir en una época política (la segunda mitad del siglo XX), en la que el centro de gravedad del poder político en México emanaba de las aulas de la UNAM, de manera particular de la Facultad de Derecho. De ahí surgían los presidentes de México. La cifra es contundente: de los últimos 11 presidentes de la República, 6 han surgido de la UNAM, y 5 lo hicieron como abogados.

Abogados egresados de la UNAM fueron Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, Luis Echeverría, José López Portillo y el propio Miguel de la Madrid, quien fue el último jurista unamita en el poder.

A De la Madrid le tocó ser miembro de la primera generación de abogados que estudió en las instalaciones de Ciudad Universitaria. Se recibió en 1957, en el centenario de la promulgación de la Constitución de 1857. No es de extrañar que su tesis profesional guardara relación con la coyuntura y con la efeméride: se denominó "Pensamiento Económico en la Constitución de 1857".

Fueron las aulas de la Facultad de Derecho las que catapultaron políticamente a Miguel de la Madrid. Alumno cercano a Raúl Cervantes Ahumada, Mario de la Cueva, Eduardo García Maynez e Ignacio Burgoa, entre otros ilustres abogados, De la Madrid supo relacionarse con la generación de abogados que formó a los políticos en el poder. Estudiante brillante, querido por sus maestros, era natural que estos lo impulsaran para acercarlo al gobierno. La relación con la Universidad y con José López Portillo (también maestro), lo llevarían a convertirse en presidente de México.

Durante el periodo de gobierno de De la Madrid otro abogado, Jorge Carpizo, fue nombrado por la Junta de Gobierno de la UNAM como rector de la Máxima Casa de Estudios, para el periodo 1985-1989. Por su parte, el presidente integró su gabinete de manera preponderante con abogados de la Facultad de Derecho de la UNAM, entre ellos Pedro Ojeda Paullada, Bernardo Sepúlveda, Jesús Reyes Heroles y Arsenio Farell, entre muchos otros.

De Miguel de la Madrid me quedo con el impulso que dio a la ciencia jurídica en México. Pero de manera especial me quedo con el recuerdo emotivo que tengo de verlo llegar al Aula Magna Jacinto Pallares de la Facultad de Derecho, el sábado 05 de abril de 1997, en el homenaje de cuerpo presente que la UNAM le había organizado al Dr. Raúl Cervantes Ahumada, mi abuelo, quien falleció un día antes. El primero que se acercó a darle el pésame a mi abuela y a mi mamá, por la muerte de su querido maestro, fue Miguel de la Madrid.

Como presidente, recuerdo su sobriedad, el porte con el que se conducía, a pesar de las adversidades que le tocó enfrentar, y el enorme respeto que siempre mostró hacia la investidura presidencial. Fue además un hombre de familia, que hizo un uso responsable de su cargo. Esas y otras razones abonaron a que al morir, el 1º de abril de 2012, Miguel de la Madrid recibiera funerales de Estado en Palacio Nacional, encabezados por el entonces presidente Felipe Calderón. Su hijo Enrique fue el orador oficial del evento, y dirigió un mensaje a nombre de la familia de Don Miguel.

El 14 de diciembre de 2021, la familia De la Madrid (ya sin Doña Paloma, fallecida el año pasado), selló una vez más la cercanía del ex presidente con su querida Facultad de Derecho, al donarle su biblioteca. Sin duda un gran legado para nosotros los universitarios y específicamente para quienes somos abogados egresados de esa querida institución formadora de juristas. Enhorabuena y gracias.

jueves, 23 de septiembre de 2021

Agustín de Iturbide: a 200 años de que inventó México

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Ningún otro personaje de la historia de México ha sido tan injustamente maltratado como Agustín de Iturbide. En contra de ningún otro ha habido el nivel de saña por parte de quienes escriben la historia. Iturbide es el máximo destinatario en nuestro país de aquel pronóstico atribuido a George Orwell, que señala que la historia la escriben los vencedores. Y como Iturbide fue vencido, sus detractores no solo lo borraron de la historia nacional, sino que lo estigmatizaron. Es fácil corroborar con un simple análisis comparativo, que ningún otro personaje tuvo en nuestro país el mismo destino en la memoria histórica que él. Veamos:

Comienzo por decir que ningún figura pública del siglo XXI tiene la dimensión cronológica que justifique un veredicto histórico. Tampoco los políticos que gobernaron al país en los últimos cien años gozan de un espacio suficiente de tiempo para siquiera merecer una sentencia histórica. Si echamos un vistazo a lo ocurrido en el actual territorio de nuestro país en el periodo que va desde la Conquista en 1521 y hasta el primer tercio del siglo XX, nos encontramos con muchos personajes, hombres y mujeres, que son considerados héroes, y un puñado que son polémicos. Pero al reducir el número a aquellos que verdaderamente impactaron la hoja de ruta nacional y que despiertan pasiones encontradas, la cifra se reduce a cuatro: Hernán Cortés, Antonio López de Sana Anna, Porfirio Díaz, y por supuesto Agustín de Iturbide.

De Hernán Cortés, se puede recordar que a la fecha es un héroe en España. Fue el único de los conquistadores del Nuevo Mundo que murió en su cama, y no producto de un homicidio. Terminó sus días con fortuna y prestigio social. Y como cuentan sus biógrafos, hasta acompañaba a misa al rey-emperador Carlos V. En México también goza de un importante sector de admiradores.

Santa Anna es el villano de la historia nacional, una descripción que resulta merecida. El seductor de la Patria (Enrique Serna dixit), es recordado por su valentía como el César de los ejércitos nacionales, por haber perdido una pierna en plena Guerra de los Pasteles contra Francia (hecho que le valió el cruel mote de quince uñas); y por "sacrificarse" por la Nación infinidad de veces. Pero fue un dictador, que gobernó 11 veces, entre 1833 y 1855 con fatuidad y frivolidad. Es recordado también por la severa forma en que sometió a los rebeldes texanos en El Alamo, en 1836. Pero lo que sellaría la suerte histórica de Santa Anna fueron "la siesta de San Jacinto", por la que perdió Texas para siempre, y su traición y falta de sentido de honor patrio, que ocasionaron que México fuera derrotado en la Guerra Mexico-Americana, y con ello, que perdiéramos la mitad de nuestro territorio. No hay mayor trauma nacional enseñado a todos los niños mexicanos desde segundo de primaria, que ese. Y para rematar, todavía 5 años después, en 1853 vendió el territorio de La Mesilla a los estadounidenses. Todo lo anterior ocasionó la Revolución de Ayutla, por la cual Santa Anna fue echado del poder en definitiva. Así que es muy merecido su lugar en la historia: el del villano por antonomasia.

En Porfirio Díaz por otra parte, conviven el héroe y el villano, pero sigue siendo a la fecha un presidente admirado en la historia de México. De haber sabido retirarse del poder en 1910, como se lo anticipó al periodista James Creelman de la Revista Pearson's Magazine, Díaz hubiera pasado a la historia como el máximo héroe nacional: fue el ganador militar de la Guerra de los Tres Años (1858-61), de la Guerra de Intervención contra Francia (1862-67), y el gran edificador de instituciones y de infraestructura en la nación. La guerra civil iniciada en 1913 dañó su imagen en el ideario popular y por ello incluso, se le sigue negando la repatriación, un siglo después de haber fallecido: su cuerpo sigue reposando en el panteón de Montparnasse, en París. Militar victorioso, estadista y dictador al mismo tiempo, Porfirio Díaz levanta pasiones. Es un personaje que sigue teniendo muchísimo reconocimiento en México. Y también desde luego, es visto como el dictador que permitió enormes injusticias en el ámbito de lo social, y el que ocasionó la llamada Revolución Mexicana, que es el más importante mito vigente entre la clase política en el poder.

Pero con Agustín de Iturbide es diferente. Es el único de los cuatro en el que no cupieron en los libros de historia ni en la memoria colectiva, sus dotes de héroe ni su importantísima herencia. Ningún reconocimiento para él. La historia no fue generosa con Iturbide, sino por el contrario, muy mal agradecida con él.

Cuando Iturbide se hizo cargo del ejército realista, no existía ya un movimiento insurgente. Todos los líderes importantes del movimiento independentista habían sido fusilados. Solo quedaban vivos líderes como Vicente Guerrero, el cual iba a salto de mata, andrajoso y con hambre por la sierra del estado que hoy lleva su nombre. Para entonces, Iturbide simpatizó abiertamente con la Independencia, y en 1821 proclamó el Plan de Iguala, con el cual buscó separar en definitiva a México de su vínculo político con España. Para ello, y con la fuerza militar de su lado y el apoyo de importantes sectores de la sociedad, Iturbide buscó a Guerrero, para invitarlo a ese proceso de transformación que llevara a concretar la Independencia. El Plan de Iguala se sustentaba en tres garantías fundamentales, la unión de todos los mexicanos, la independencia y la religión. Con tales valores en mente, representados cromáticamente en un estandarte tricolor, Iturbide inventó la bandera de México, a la que posteriormente agregaría la imagen mítica del águila devorando a una serpiente, con lo cual el escudo nacional también sería una aportación suya.

De las tres garantías de Iturbide, la defensa de la religión era algo usual en esa época. Baste ver que Europa misma tenía por entonces monarquías católicas, y que incluso Estados Unidos, había sido fundado años antes como una nación sustentada en la anuencia divina. Las monarquías por otro lado, eran la forma natural de organización política, tanto por ser la forma habitual de gobierno en el mundo, como por ser la única que conocían históricamente los novohispanos, después de tres siglos del ejercicio de una fuerte figura de autoridad real (algo de lo que carecieron los estadounidenses). Por entonces la república era un experimento; algo ajeno a la cultura nacional. De ahí que no se concibiera a la república como propuesta, pero sí a la democracia representativa. El Plan de Iguala introducía la división de poderes, con la existencia de un Congreso. Fiel creyente de la necesidad de romper con las viejas formas autoritarias del periodo colonial, Iturbide se negó desde un inicio a ser un político absolutista. Y tanto por la forma como concibió la Independencia, sumando al movimiento independentista a lo que quedaba de los insurgentes, como por el tipo de límites que contempló para el nuevo país, Iturbide no se vio nunca ejerciendo como un dictador, sino como un libertador; título que en cambio le fue y es reconocido a la fecha a George Washington en Estados Unidos, y a Simón Bolívar en Sudamérica.

En agosto de 1821, el Ejército Trigarante de Iturbide venció en definitiva a los españoles en Azcapotzalco, y los hizo abandonar la Hacienda de Clavería, que hasta entonces tenían ocupada, lo mismo que Tacuba y Popotla. Y días después, Iturbide firmó junto con el enviado español Juan De O'donojú los Tratados de Córdoba, que reconocían la Independencia de México. Con ese pacto político, y con la victoria militar, se consumó la Independencia, con la entrada de Iturbide y de su ejército a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Y al día siguiente de la consumación, fue redactada el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, con lo cual Iturbide creó México, como país. En su honor, las mojas del convento de Santa Mónica, en Puebla, crearon los chiles en nogada, cuya forma cromática es la de la bandera que Iturbide legó a los mexicanos (si van o no capeados es materia de otro debate: el autor de este ensayo sostiene que van sin capear).
El Plan de Iguala contemplaba una monarquía moderada para el nuevo país, e Iturbide no pensó en él mismo para encabezarla (al estilo de Washington). Fue su posición de hombre fuerte (lo mismo que Washington), lo que lo llevaría a estar al frente del Imperio ¿Quién más sino él que había logrado la Independencia? Iturbide era además mexicano, nacido en Michoacán. Por eso, el 20 de mayo 1822, a la 1:30 de la tarde, el Congreso reunido, lo proclamó Emperador. Poco después y a propósito de este suceso, Iturbide escribiría cómo fue electo democráticamente como emperador:

"Ni un solo diputado se opuso a mi elevación al trono. La excitación que manifestó un corto número provino de que no creían bastante amplios sus poderes para resolver esta cuestión, Les parecía que era necesario consultar a las provincias y pedirl[e]s una adición a los poderes que habían acordado a sus diputados, u otros nuevos aplicables a que el solo caso. Yo apoyé esa opinión, porque me ofrecía una ocasión de buscar un modo evasivo para no aceptar una dignidad que yo renunciaba de todo mi corazón. Pero la mayoría expresó una opinión contraria, y fui elegido por 60 votos contra 15..."

Con el Imperio, México gozó de respeto internacional, y también de preocupación por parte de Estados Unidos. Nuestro país alcanzó la más grande extensión territorial de su historia, con la voluntaria anexión de las jóvenes repúblicas de Centroamérica. Por lo que México abarcaba desde la Alta California y hasta Costa Rica: más de 5 millones de kilómetros cuadrados.


El Imperio tendría una efímera duración, gracias a la conspiración que en su contra hizo la logia masónica yorkina, con los auspicios del siniestro ministro plenipotenciario de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, pero también de Antonio López de Santa Anna, e incluso del propio Vicente Guerrero, a través del Plan de Casa Mata; un claro golpe de Estado en contra del emperador legal y legítimamente nombrado por el Congreso. Y a pesar de ello, Iturbide prefirió abdicar al trono, que provocar un derramamiento de sangre.

La suerte estaba echada y los acontecimientos se precipitaron en contra de Iturbide: fue exiliado por el Congreso, y tuvo que salir del país. Posteriormente fue declarado traidor a la Patria, y se ordenó su muerte en caso de que volviera a pisar suelo nacional. En 1824, al volver, para ponerse al servicio de lo que parecía ser un intento de reconquista español, Iturbide fue hecho preso y fusilado. Poco antes escribió una entrañable carta a su hijo, que en una de sus partes contiene consejos para él y una despedida:

"Ocupa el tiempo en obras de moral cristiana y en tus estudios, así vivirás más contento y más sano, y te encontrarás en pocos años capaz de servir a la sociedad a que pertenezcas, a tu familia y a ti mismo. La virtud y el saber son bienes de valor inestimable que nadie puede quitar al hombre; los demás valen poco, y se pierden con mayor facilidad que se adquieren (.....)

Adiós hijo mío muy amado: el Todopoderoso te conceda los bienes que te deseo: y a mí el inexplicable contento de verte adornado de todas las luces y requisitos necesarios y convenientes para ser un buen hijo, un buen hermano, un buen patriota, y para desempeñar dignamente los cargos a que la Providencia divina te destine".

La historiografía liberal se encargaría desde 1867, de destruir la herencia de Iturbide: No se le reconoció el indiscutible honor de ser considerado el Padre de la Patria, que logró la Independencia con el arte de la política, y prácticamente sin derramar sangre. No le fue reconocido que nos dio país, bandera y escudo. Se le negó el papel de héroe nacional, y por el contrario, se le convirtió en el antihéroe. A fines del siglo XIX incluso, Porfirio Díaz cambió la fecha de la celebración de la Independencia, para que ya no fuera conmemorada la consumación del 27 de septiembre de 1821, y así borrar a Iturbide como protagonista. El acto tuvo un doble propósito: ser un guiño para el jacobinismo liberal en México, y hacer coincidir las fiestas patrias con el cumpleaños del propio Díaz, el 15 de septiembre.

Y como clavo de su ataúd, en 1943, el presidente Manuel Ávila Camacho, ordenó derogar la VII estrofa del Himno Nacional compuesto por Bocanegra, que hablaba de él y decía así, en el coro:

"Si a la lid contra hueste enemiga nos convoca la trompa guerrera, de Iturbide la sacra bandera ¡mexicanos! valientes seguid.

Y a los fieros bridones les sirvan las vencidas enseñas de alfombra; los laureles del triunfo den sombra a la frente del bravo adalid."

Agustín de Iturbide, el padre del conservadurismo mexicano, fue injustamente proscrito de nuestra historia por quienes se dedicaron a escribirla. Llega el momento de reivindicarlo como lo que fue: el hombre extraordinario que nos dio Patria, bandera, escudo y sentido de unidad nacional. Sin él quizás nuestro país nunca hubiera existido. A él debemos nuestra mexicanidad. Este 27 de septiembre de 2021, a 200 años de que consumó la Independencia nacional, y ante el previsible desdén y vacío que le hará el oficialismo liberal en el poder, rindo un homenaje al héroe de la historia nacional. A Agustín de Iturbide, inventor de México.

domingo, 19 de septiembre de 2021

El Bolívar de Macuspana

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Los encuentros de los jefes de Estado en América Latina fueron desde su origen en el siglo XIX, foros en los que el propósito común fue lograr la unidad de los países de la región, frente a escenarios de adversidad. Fueron también, hay que decirlo, espacios de discordia entre los participantes. En 1826 se llevó a cabo el primero de esos encuentros, conocido como Congreso de Panamá, en el que el tema central fue apoyar los procesos de independencia de Cuba y Puerto Rico. 

Uno de los principales impulsores del Congreso de Panamá fue el canciller mexicano Lucas Alamán, quien desde entonces tenía claro que el interés específico de México pasaba por mantener una relación cordial y de respeto con Estados Unidos, independientemente de la pertenencia cultural y fraternal del país a Latinoamérica. Siendo diputado novohispano en 1812, Alamán promovió en las Cortes de Cadiz la unión hispanoamericana (con España incluida), y abogó por el impulso al comercio entre los jóvenes países de América.

El Congreso de Panamá derivó en una invitación de Alamán a los países asistentes para que culminaran sus trabajos en Tacubaya (por entonces un área campestre de descanso, fuera de la Ciudad de México), por gozar de mejores condiciones de salubridad que la entonces Panamá, que era una región anexada a la Gran Colombia. Ni Argentina ni Chile mandaron representantes a Tacubaya, para restarle protagonismo a Bolívar, mientras que Brasil no fue invitado, y Perú y Bolivia no llegaron finalmente. Así naufragó el sueño bolivariano de la unidad latinoamericana, que tanto añoró Alamán.

Casi 200 años han transcurrido desde entonces, y en ese lapso América Latina experimentó un caótico transe, sobrado de episodios de guerra interregional, asonadas, revoluciones, guerrillas y golpes de Estado. Fue hasta los años 90 del siglo pasado cuando los causes institucionales y de entendimiento, plurales e incluyentes, comenzaron a ser la norma en el subcontinente. Para entonces dos instituciones eran ya pilares de ese encuentro permanente de las naciones latinoamericanas: la Organización de Estados Americanos, y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), fundadas ambas en 1948. A esas reuniones se sumaron otras de trascendencia, como la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que reúne a todos los mandatarios de la región, más los de España y Portugal; y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), fundada en 2010 a instancias de Felipe Calderón, presidente de México, quien fue el primer anfitrión ese año, en Playa del Carmen. La Celac surgió como un foro permanente para la integración y el desarrollo de América Latina, inferior a la OEA, y expresamente concebida para los países de la región.

Desde 1823 y hasta 2018, la participación de México en todos los foros y cumbres de América Latina se dio en un ámbito de promoción al equilibrio hemisférico; esto es, nuestro país fue un reconocido puente de entendimiento entre los intereses y anhelos latinoamericanos y los de Estados Unidos. México fue reconocido como un interlocutor respetado y como punto de enlace entre ambas visiones del mundo. México logró al mismo tiempo mantener abierta y fluida su estratégica relación con Estados Unidos (la más importante para el país en el mundo), y su papel como "hermano mayor" de América Latina; referente de prestigio internacional, alejado de exabruptos y frivolidad, y carente de ideologización. México fue un punto de encuentro, e interlocutor considerado como factor de unión y no de división.

Sin embargo, desde su llegada al poder, el presidente Andrés Manuel López Obrador se empeñó en dinamitar la política exterior de México y la sustituyó por la del fomento al encono y la desunión. Plegó al país a las agendas e intereses de los más impresentables dictadores de la región, al tiempo que provocó una relación tirante con Estados Unidos y España por un lado, y de desdén frente a las más desarrolladas democracias latinoamericanas, por el otro. Ni Luis Echeverría ––titán de la promoción de México como un país del tercer mundo y apologista del sentimiento de orgullo por el subdesarrollo––, se atrevió a tanto.

En septiembre de 2021, justo en el mes y en el año del bicentenario de la Independencia de México, López Obrador agravió a los mexicanos y a las democracias latinoamericanas al invitar como orador oficial en la ceremonia oficial del 16 de septiembre, al sanguinario dictador de Cuba, Miguel Díaz-Canel, personaje al que arropó y defendió. Nunca un extranjero, ya no digamos un personaje de ese nivel, había encabezado en México un evento durante las fiestas patrias. Dos días después, nuestro país fue sede de la edición 2021 de la Celac en Palacio Nacional (residencia y vivienda de López Obrador), en la Ciudad de México.

López Obrador y su no menos cuestionado canciller Marcelo Ebrard hicieron de ese foro, la punta de lanza de su intentona golpista hacia la OEA, y de su intento por sustituir al organismo, algo aplaudido por los dictadores de la región, destinatarios de las más enérgicas condenas por parte de esa institución continental. El gobierno de México intentó convertir a la Celac en el mascarón de proa de la autodenominada 4T para situar a López Obrador como el nuevo Bolívar; un Simón Bolívar de Macuspana. Para ello, además de a Díaz-Canel, trajeron a Nicolás Maduro, el dictador y represor de Venezuela, quien ostenta de facto el cargo de presidente de ese país. También recibieron con los brazos abiertos a Luis Alberto Arce, el evista presidente de Bolivia, a Pedro Castillo de Perú (con todo y su folklórico sombrero, usado en espacios cerrados), y al representante del dictador nicaragüense Daniel Ortega.
Marcelo Ebrard
Al final, se le cayó el espectáculo a López Obrador. La Cumbre fue un fracaso rotundo, y lo fue por varias razones. En primer lugar, porque no fue un foro latinoamericano, sino uno creado para apapachar a los presidentes nacional-populistas de América Latina. Solo Alberto Fernández de Argentina (otro del club) se excusó de acudir, ante la necesidad urgente que tiene de atender la crisis doméstica en su país, derivada de la paliza que los argentinos le propinaron al peronismo en las urnas en días pasados. Fue un fracaso también porque la nota no la dio el presidente de México, sino los presidentes Luis Lacalle de Uruguay y Mario Abdo de Paraguay. Ambos mandatarios increparon durante la sesión a Díaz-Canel y a Maduro, a quienes exhibieron como lo que son: dictadores, represores de sus pueblos y violadores de derechos humanos. La Celac de López Obrador fracasó de igual modo porque la 4T no logró su objetivo de golpear a la OEA, ni mucho menos logró su objetivo de posicionar al presidente de México como el nuevo "libertador" de la región.

Finalmente, el encuentro fue un fracaso, porque constituyó un abierto agravio y desafío a Estados Unidos y a la Administración de Joe Biden. Díaz-Canel representa al castrismo, que tiene en la Florida (estado rabiosamente republicano y trumpista), a su más importante resistencia en el mundo entre la comunidad cubanoamericana. Y por su parte, la DEA ha ofrecido 15 millones de dólares por la captura de Nicolás Maduro. El gobierno de Estados Unidos le cobrará caro a López Obrador el cierre de filas con las dictaduras de la región, mientras al mismo tiempo el presidente mexicano reta constantemente al país que es nuestro principal socio comercial en el mundo, cuya economía define la nuestra, que es la principal fuente de divisas de México (vía remesas), y que es el hogar de más de 25 millones de mexicanos.

La cereza en el pastel del fracaso de la Celac obradorista, la puso el canciller Marcelo Ebrard, quien aprovechó el foro para anunciar con bombo y platillo que América Latina se incorporará a la carrera por la conquista del espacio. Sí, ir al espacio es la prioridad regional del personaje del que Luis Almagro, secretario general de la OEA dijo: «Deseo que ninguna obra más que él haya hecho como jefe de gobierno de Ciudad de México se derrumbe, sin perjuicio de mi solidaridad de las víctimas de la línea del metro». Es tragicómico.

Parafraseando lo que se dice respecto de los cónclaves vaticanos, López Obrador entró a la sesión de Palacio Nacional sintiéndose el nuevo Bolívar, y salió siendo el agitador populista de siempre. Macuspana no engendra Bolívares. Y tampoco Ebrard es Lucas Alamán.

lunes, 12 de julio de 2021

Los actores no estatales y su creciente influencia en México y el mundo (segunda parte)

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En la primera parte de este ensayo, definí a los llamados actores no estatales, esos otros factores de poder real en lo económico y en lo político a nivel nacional y mundial, sin ser ellos gobierno. Los actores no estatales cada vez definen más el rumbo de las sociedades y de países enteros. Hay 5 categorías de ellos, de los cuales se han analizado ya a las instituciones religiosas; las corporaciones trasnacionales y los magnates; y al cuarto y el quinto poder.

Ahora se aborda enseguida a los restantes 2: las organizaciones no gubernamentales y el crimen organizado. Ellos son el otro poder que le está disputando al Estado y los políticos sus espacios de poder.

Las organizaciones no gubernamentales

La Cruz Roja Internacional surgió ante la gran impresión que a su fundador, Henry Dunant, le causó la Batalla de Solferino, en 1859, que culminó con un campo con miles de heridos dejados sin atender y a su suerte. Al crearse, se estaba dando vida a una de las organizaciones no gubernamentales (ONGs) más influyentes del mundo. La Cruz Roja es uno de los más emblemáticos ejemplos de actores no estatales cuyo prestigio o presencia, trasciende fronteras, credos e ideologías.

Las ONGs llamadas también organizaciones de la sociedad civil (OSC), abarcan una ilimitada gama de actividades, desde las culturales, pasando por las recreativas y hasta las que enarbolan causas o banderas específicas. Entre estas ONGs se incluyen las fundaciones que persiguen fines altruistas, y otras que promueven valores.

Para ser considerada como una ONG, una organización debe de cumplir con 5 características:
  • Perseguir fines de interés público o social. Esto es, que su motivo sea el promover acciones en favor de los intereses de la ciudadanía, incluidos grupos específicos de la sociedad.
  • No perseguir ánimos de lucro.
  • No depender del financiamiento público para subsistir, y estar desvinculada por completo de los poderes públicos.
  • Ser apartidista.
  • Tener capacidad de autogestión, lo que significa que puede cumplir con sus objetivos sin la intervención o apoyo de terceros.
Ejemplos de ONGs son las universidades, surgidas desde el siglo XII en Europa. Las primeras fueron las de Bolonia (1119), la de París (1150), y la de Oxford (1167). En el mundo hispánico lo fue la de Salamanca (1218), que a su vez fue el modelo para la precursora en América, la Real Universidad de México, fundada en 1551 y convertida en Pontificia en 1595. Es el antecedente de la UNAM. En la actualidad (2021) y según el World Universtity Rankings, la mejor universidad del mundo es el Massachusetts Institute of Technology (MIT), seguida de cerca por Harvard. Las universidades generan conocimiento de punta, e influencia en todos los campos del saber. Varios Premios Nobel año con año, salen de sus aulas y centros de investigación.

Otras importantes ONGs en el mundo son, la Fundación Wikimedia, creadores de Wikipedia (conocimiento); La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, creadores de los premios Óscar (entretenimiento); y la FIFA y el Comité Olímpico Internacional (deporte). En la lucha contra la injusticia sobresale Amnistía Internacional; mientras que en la defensa del medio ambiente, lo hace Greenpeace. En cuanto a personas, ahí está la joven Greta Thunberg –una actora no estatal por sí misma–, como activista en favor de la lucha contra la crisis climática.
Se calcula que hay unas 10 millones de ONGs en el mundo. De todos los actores no estatales, son el más poderoso instrumento de la sociedad frente al Estado.

Una última subcategoría de las ONGs que se aborda aquí son los foros y grupos políticos. Estos tienen una situación sui generis, dada la participación ahí de personajes o de instituciones públicas. Vale por eso la pena detenerse un momento a hacer una importante distinción entre las ONGs y las ONGOGs, que son estas últimas las organizaciones no gubernamentales organizadas por el gobierno (GONGOs en inglés). Estas son en la práctica organizaciones gubernamentales con fachada de ONGs para aparentar que son sociedad civil organizada, cuando en realidad se trata de grupos de interés afines al gobierno o desde el gobierno, ya sea para promover sus intereses o para anular a verdaderos grupos opositores. Un ejemplo es el canal de noticias Russia Today (conocido también como RT, RT Noticias o Actualidad RT) que en realidad es un órgano propagandístico del gobierno de Vladimir Putin en Rusia, disfrazado de medio de comunicación. Por esa razón por ejemplo, Twitter le agregó a la cuenta @ActualidadRT el cintillo «Medios afiliados al gobierno, Rusia».

Volviendo a los Foros políticos, estos no son formalmente reuniones desde el Estado, sino que tienen la característica de ser encuentros plurales de carácter multinacional, es decir, no adscritos específicamente a algún país de manera exclusiva. Los foros políticos agrupan lo mismo a personajes privados que a líderes estatales. Por eso son una ONG sui generis, pero se les agrupa como un actor no estatal importante. Es el caso del llamado Foro de São Paulo, el mayor grupo político de la izquierda latinoamericana, promotor de gobiernos estatistas y de corte marxista, así como de la promoción desde y hacia el Estado, de políticas que respalden e impulsen las ideologías de género. El foro fue fundado en 1990 por Fidel Castro y Luis Inacio «Lula» Da Silva. Un derivado de ese foro es el Grupo de Puebla, La Meca de la progresía latinoamericana, en búsqueda de los mismos fines.

En respuesta a ese Foro, surgió en 2020 el Foro de Madrid, como una contrapropuesta frente a los avances del comunismo y en defensa de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Diversos personajes del mundo, en favor de esa idea, firmaron la Carta de Madrid.
En México, las ONGs surgieron principalmente en los últimos 30 años, aunque el más remoto antecedente es el Nacional Monte de Piedad, de 1775. A partir de la alternancia (2000-2021), con gobiernos democráticos en el poder, las ONG crecieron en México de forma sobresaliente, hasta llegar a un estimado de 38,000 para 2018, al finalizar la administración sexenal anterior.

Dejando a un lado a las ONGs que tienen como propósito las causas altruistas o sociales, en los últimos veinte años han cobrado relevancia en la vida pública las que están relacionadas al análisis de la democracia, la economía, la seguridad y el desempeño del gobierno. Estas han contribuido a informar a la sociedad con bases técnicas (veracidad), y a contrastar tales datos con los que promueven los gobiernos. Entre esas ONG en el ámbito político, está Transparencia Mexicana, filial internacional de Transparencia Internacional (Transparency International). Esta organización, dirigida en 2021 por Eduardo Bohórquez, y que tiene también como cabeza visible a Federico Reyes Heroles, se auto define como una organización de la sociedad civil dedicada al control de la corrupción en México. Bajo un enfoque de derechos humanos. Generan propuestas concretas para reducir riesgos de corrupción y fortalecer las capacidades, tanto del sector público como privado, para atender las causas y efectos de este problema.

Otra ONG en temas políticos que ha cobrado relevancia desde la llegada al poder del presidente López Obrador, es Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad. Esta ONG fue fundada por Claudio X. González en 2015, y en 2021 es dirigida por María Amparo Casar. La ONG ha destapado muchos de los actos de corrupción de la actual administración sexenal, a través de estupendas investigaciones periodísticas. En su página de internet se auto definen como una asociación civil sin fines de lucro, comprometida con la consolidación del Estado de Derecho en México a través una agenda integral dedicada a prevenir, denunciar, sancionar y erradicar la corrupción e impunidad sistémicas que prevalecen en los sistemas público y privado de nuestro país. MxvsCorrupción (como se ha arrobado en redes sociales), goza de apoyos internacionales importantes, como es el gobierno de Estados Unidos, a través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). Este hecho, en sí perfectamente legal, y que ha sido autorizado incluso para fines fiscales por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, como la ONG reconoce en su página, dio pie para que el presidente López Obrador atacara al gobierno estadounidense de «injerencista», a lo que la administración del presidente Joe Biden respondió que seguiría apoyando a esa y a otras organizaciones internacionales en la lucha contra la corrupción.

Una ONG mexicana que sobresale en el campo económico es el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), dirigido durante años por Juan Pardinas y que desde 2020 lo es por Valeria Moy, quien antes de ello encabezó otra ONG: México ¿cómo vamos? Tanto esta última como el IMCO son especialistas en información económica, análisis de políticas públicas y perspectivas al respecto. Un tema que entra en choque constante con el presidente López Obrador, dado el desempeño de su gobierno en esas materias.

El papel de las ONGs es primordial en una democracia. Ellas ayudan a exhibir los errores, pero también a corregir el rumbo. Son un contrapeso ciudadano a los excesos del poder. Quizás por eso mismo a los políticos autoritarios no les gusta contar con ONGs, y buscan acotarlas por diversas vías, legales o extra legales. Por ejemplo, cambiando las reglas fiscales para impedirles o limitarles el recibir fondos de actores privados nacionales o de los del extranjero, o bien, para entorpecer la deducibilidad de impuestos respecto de esos fondos. Las ONGs son un objetivo del presidente López Obrador, un hombre que prefiere el modelo anterior a 1990, cuando el Estado (o sea el presidente), era el Gran Dador, o el Gran Benefactor de la sociedad; esa a la que los políticos populistas como él la llaman, y en la cual se auto incluyen: el pueblo.

El crimen organizado

El crimen organizado es el anti-Estado, Es la más grande amenaza para la armonía y convivencia de los ciudadanos, en cualquier parte del mundo. Es por naturaleza, anti sociedad . No se trata de un bando estatal que busca derrotar a otro en una guerra, para arrebatarle la estatalidad, como se vio en varios ejemplos al abordar la cronología que hizo posible el surgimiento del Estado moderno. Ahí se trata de ejércitos, que representan una forma de estatalidad y que se enfrentan a otra, por territorios, poder o recursos económicos. A pesar de la destrucción y del costo en vidas humanas (incluidos civiles), al final el Estado prevalece, y simplemente cambia de características.

Tampoco se trata de un golpe de Estado, en donde las fuerzas armadas de un país (parte de las instituciones del Estado), deponen a la autoridad civil legítimamente constituida, para ahora ser ellos quienes encabecen el gobierno. No es tampoco un bando revolucionario, que con la bandera de la justicia social, le declara la guerra al gobierno, para derrocarlo y una vez triunfantes, los líderes de ese banco se conviertan en gobierno. Mucho menos es una guerra civil, en donde la sociedad lucha entre ella, por hacer prevalecer una visión ideológica (sea religiosa, política o económica), en torno al rumbo y características que debe tener el Estado. No. El crimen organizado es algo mucho peor.

Es la negación del derecho de la sociedad para buscar organizarse de manera armónica, pacífica y para beneficio de toda la colectividad. Es el rechazo al orden jurídico, actuando por fuera del Estado, para atacar al Estado, y buscar suplantar la potestad que le fue otorgada por la propia sociedad, titular única de la soberanía. El crimen organizado, también llamado organización criminal, ha acompañado a las sociedades desde siempre. Se le puede definir como toda organización creada con el propósito expreso de obtener y acumular beneficios económicos a través de su implicación continuada en actividades predominantemente ilícitas y que asegura su supervivencia, funcionamiento y protección mediante el recurso a la violencia y la corrupción o la confusión con empresas legales.

El crimen organizado puede tener dos móviles: la ideología o el dinero. En el primer caso, sus actos son propios del terrorismo, en donde lo que se reivindica es querer imponer mediante actos de terror, una religión, un bagaje de valores, o un sistema social, político y económico. El terrorismo es el actor no estatal más peligroso, en cuanto a que pone a toda la sociedad en su conjunto, como objetivo, Es una actividad tan antigua como la humanidad.

En el último siglo, algunos de los actos terroristas más famosos en el mundo, con repercusión global, fueron en orden cronológico el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio austrohúngaro, el 28 de junio de 1914 en Sarajevo. Fue el pretexto que desencadenó la Primera Guerra Mundial. Por eso este magnicidio sobresale como terrorismo internacional sobre otros magnicidios no menos famosos, pero con repercusión nacional. Ahí están los impactantes casos del zar Nicolás II y su familia, en Ekaterimburgo, en 1918; el del Mahatma Gandhi en 1948; John F. Kennedy en 1963 y el de su hermano Robert en 1968; el de Martin Luther King, también en 1968; el de Anwar al Sadat en 1981; los de Indira y Rajiv Gandhi, en 1984 y 1991, respectivamente; y el de Isaac Rabin, en 1995; así como el de el primer ministro sueco Olof Palme, en 1986.

Otro atentado terrorista de gran impacto en el mundo fue el perpetrado en los Juegos Olímpicos de Múnich, en la entonces República Federal de Alemania. El 05 de septiembre de 1972 un grupo terrorista palestino ingresó a la villa olímpica, con el propósito de secuestrar a atletas de Israel. El acto culminó con el asesinato de 11 atletas israelíes, en un hecho que marcaría a esa justa olímpica.

El tercer caso, es desde luego el más importante acto terrorista en la historia de la humanidad (por lo menos de manera generalmente reconocido hasta esta fecha), que son los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, suceso en el que perecieron oficialmente 2,983 personas. El 9/11, perpetrado por el grupo terrorista Al-Qaeda, se inscribe en lo que Samuel Huntington considerarían como un «choque de civilizaciones», entre el mundo árabe y el Occidente judeocristiano. Las repercusiones de ese acto fueron las invasiones de Estados Unidos a países musulmanes, como Afganistán (2001) e Iraq (2003). A lo cual a la vez, siguieron en represalia por parte del extremismo islámico, los atentados terroristas a la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid el 11 de marzo de 2004, conocido como 11M, y el ocurrido a la estación del metro en Londres, el 07 de julio de 2005, conocido como 7/7.

Volviendo a la delincuencia organizada por propósitos económicos, en lo internacional, muchos países han sufrido o bien sufren el embate de los criminales. En algunos el Estado los tiene bajo control, y en otros es menor la contención. De lo que no cabe duda, es que en ninguna de las 20 economías más grandes del mundo, el crimen organizado se ha apoderado del Estado, como en México. Antes de eso, resulta útil considerar algunos ejemplos de crimen organizado en el mundo.

Existen ejemplos internacionales muy notorios de grupos criminales de carácter permanente y por motivos económicos. Quizá las más conocida en la historia, es la mafia italiana (e italo-americana), cuyo origen a mediados del siglo XIX, fue siciliano: es la famosa Cosa Nostra, con diferentes denominaciones regionales, pero cuyos epicentros además de la isla, fueron Nápoles, Calabria y Apulia.

Otros grupos criminales internacionales famosos, además de la cosa nostra italiana e italo-americana, son la yakuza japonesa, que existe desde el siglo XVII, la bratva rusa, a partir de la Rusia postsoviética, y la tríada china, que surgió en el siglo XVII, al igual que la mafia japonesa. Por su puesto a esa lista se agregan los cárteles mexicanos (desde la posguerra), que ya son trasnacionales.

Los grupos criminales internacionales, además de las tradicionales y lucrativas actividades ilegales que cometen, se han adaptado a las oportunidades de esta nueva era tecnológica, y ahora claramente son una amenaza para la seguridad del Estado en temas como la ciberseguridad. Son capaces de hackear instituciones financieras privadas, y vulnerar los sistemas de seguridad e infraestructura básica de un Estado, incluida la sustracción o secuestro de información en sus instituciones públicas, o la manipulación de infraestructura o de servicios básicos. Es un importante reto para la seguridad internacional en el siglo XXI.

México es uno de los países más peligrosos del mundo. El país vive en un estado de inseguridad que no se veía desde la época de la llamada revolución mexicana y el posterior periodo de caudillos triunfantes (1913 y 1933). Fueron veinte años en los que el país padeció de altas tasas de criminalidad derivada de la ausencia de un Estado sólido e institucionalizado. Los años 1913 a 1917 fueron quizás los más difíciles por cuanto a violencia se refiere. Y desde entonces para acá, México no construyó un Estado de derecho, sino más bien una paz pactada.

Sin embargo, la situación por la que atraviesa el país en materia de crimen organizado en 2021 es propia de un Estado fallido, o el de un país en guerra civil. Algo que por la magnitud que significa, no ha vivido México desde la Guerra de los Tres Años (entre 1858 y 1861).

Los grupos criminales son un actor estatal muy peligroso, y para México su peor amenaza. Ríos de tinta y de análisis se han hecho para explicar el fenómeno. Es por este grave tema que han surgido ONG especializadas para contribuir a erradicar la violencia asociada a la delincuencia y los delitos de alto impacto, como como México Unido contra la Delincuencia, Causa en Común, o México SOS, Alto al Secuestro, y Observatorio Nacional Ciudadano, entre muchas otras.

Es verdad que no todos los delitos ni toda la violencia en México son producto del crimen organizado, y que por el contrario, los delitos que más sufren los ciudadanos en el día a día, son cometidos por delincuentes que no necesariamente pertenecen a una poderosa organización. Por eso aquí se hace referencia a las organizaciones criminales, que por su capacidad para hacer daño a ciudadanos, y para secuestrar al Estado, son desafortunadamente el actor no estatal más relevante del país en la actualidad.

Hasta antes de la alternancia en 2000, el crimen organizado estuvo férreamente controlado por el régimen autoritario del PRI. Parece ser que por entonces funcionaba una regla (que seguramente podría explicar a detalle el actual director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett Díaz, como insigne funcionario de ese régimen), por la cual el gobierno dejaba a los criminales (entonces asociados principalmente al narcotráfico), operar por el país y vender su droga fuera de México, a cambio de cuatro reglas fundamentales: que la droga no se quedara en el país, que no generaran violencia en las calles, que respetaran al Estado, y «que se mocharan» con la autoridad. Fue la pax narca priista.

A partir de los años 80, el sistema se resquebrajó y se terminó por romper en la primera década del siglo XXI, ya con los gobiernos democráticos de la alternancia. Dos hechos ocurridos en Estados Unidos contribuyeron con dureza a que ello ocurriera, además del fin de la complicidad y de la paz impuesta por el anterior régimen. El primero fue el blindaje de las fronteras de Estados Unidos para dificultar la entrada de drogas a su país; mientras que el segundo fue la liberalización de la venta de armas de asalto en 2004 en el país vecino.

En el primer caso, en 1982 el presidente estadounidense Reagan de Estados Unidos lanzó una ofensiva contra la introducción de drogas en Florida, lo que obligo a los entonces dueños del negocio, los cárteles colombianos a negociar con sus contrapartes mexicanas, para buscar introducir las drogas a Estados Unidos a través de México. Ahí se dio el banderazo de salida para el desarrollo de los cárteles mexicanos.

En el segundo caso, la autorización para la venta de armas de asalto por parte del presidente de aquel país, George W. Bush, les dio la capacidad de fuego para retar al Estado mexicano, y para apoderarse del territorio nacional en sangrientas luchas entre los propios cárteles que iban surgiendo. Con ello, además del narcotráfico, lograron incursionar con mayor profundidad en delitos de alto impacto diferentes al narcotráfico, como el secuestro, la extorsión, el robo con violencia, el despojo de propiedades y de actividades productivas, el cobro de derecho de piso, la venta de «protección», o el asalto de aduanas y puertos, entre otros.

El libre acceso a armas de alto poder; el altamente rentable negocio de cometer delitos de alto impacto; y la impunidad, hicieron del crimen organizado una actividad con creciente disputa por territorios entre los cárteles. Es significativo el crecimiento de estos actores no estatales desde 2007.

La delincuencia organizada está desatada en México. Al enorme reto de su crecimiento, diversificación y consolidación, se suma otro hecho aún más grave: desde diciembre de 2018, el Estado mexicano ya no la combate, sino que le permite operar libremente. El mantra «abrazos, no balazos», que el presidente López Obrador convirtió en política de Estado, se ha traducido en una claudicación irresponsable, de la obligación constitucional del Estado por enfrentar a ese poderoso actor no estatal. Las consecuencias la han pagado todos los mexicanos. El país es tierra de nadie, completamente a merced de la delincuencia.
El régimen del presidente López Obrador le entregó al crimen organizado las llaves del país, y esos grupos han llenado de luto y de sufrimiento a México, constituyendo una grave amenaza para el desarrollo económico y político del país. Las cifras que publicó TResearch a marzo de 2021 son elocuentes: el número de homicidios dolosos ocurridos en el primer tercio del actual gobierno, supera ya el total de cada sexenio de los tres presidentes anteriores. Los «abrazos, no balazos» son un rotundo fracaso como política de Estado frente a este actor estatal, que es el peor riesgo para la viabilidad de la nación.


A manera de conclusión:

La globalización y la tercera y cuarta revolución industriales, han transformado a las sociedades en todo el mundo, y con ello, a los actores no estatales que gozan ahora de mayor resonancia que nunca, y están desafiando los tradicionales monopolios y campos de actuación del Estado. Los actores no estatales pueden o no buscar sustituir al Estado. Cuando sus fines son de gestión del bien común, su acción es de complementariedad, pero cuando su interés es ilegal, extractivo o de sustitución, su actuación es de confrontación con el Estado.

México en 2021, tiene un gobierno ambivalente, en el que su gobierno repudia a las organizaciones de la sociedad civil (el mejor actor no estatal), pero al mismo tiempo respalda y deja actuar impunemente al crimen organizado (el peor de ellos). Los actores no estatales son clave para el posible desarrollo político y económico de México. De ellos depende en mucho, el bienestar para la población, pero también su posible postración. Al único actor no estatal que el Estado debe combatir con toda su fuerza es al crimen organizado (y al no organizado). A todos los demás actores no estatales debe de apoyarlos, en un marco democrático de regulación que garantice los derechos y las libertades de los ciudadanos, la justicia y la sana competencia; buscando lograr un desarrollo compartido, sustentado en una economía social de mercado.

El Estado mexicano, y específicamente el régimen que gobierna desde el final de la segunda década y el inicio de la tercera del siglo XXI, se equivoca si piensa gobernar conforme al modelo de Estado autoritario, cerrado y sin actores no estatales libres, como ocurría hasta finales de los años 80. La gobernanza futura, y el cumplimiento de los objetivos de cualquier gobierno en México, dependerá de la relación de los actores no estatales (nacionales y extranjeros) con la sociedad mexicana y con el gobierno.

Nuevos temas a definir en el futuro serán el identificar las características y el impacto de los actores no estatales frente a fenómenos como el activismo digital, el ciberactivismo, el slacktivismo, la ciber diplomacia, la gobernanza en un entorno de inteligencia artificial y de criptomonedas. Y desde luego analizar el gran reto de la gobernanza mundial ya no eminentemente estatal, sino con múltiples partes interesadas.

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Si deseas citar este análisis, lo puedes hacer utilizando el siguiente formato:

Rodríguez A. (12 de julio de 2021): «Los actores no estatales  y su creciente influencia en México y el mundo (segunda parte)», página web de Armando Rodríguez C. (julio 2021). Recuperado de: https://www.armandorodriguezc.com/2021/07/los-actores-no-estatales-y-su-creciente_12.html

lunes, 5 de julio de 2021

Los actores no estatales y su creciente influencia en México y el mundo (primera parte)

lectura 15 minutos

Le llevó muchos milenios a la humanidad organizarse en torno a la figura del Estado, esa gran invención de orden social que mezcla un territorio permanente, población, gobierno y reconocimiento internacional. El Estado es la expresión jurídica de una nación, mientras que la nación es la mayor manifestación de uniformidad cultural de una sociedad.

Las naciones aglutinan personas que comparten un pasado o tradición, un presente o realidad, y un futuro o proyección. Quienes pertenecen a una nación de manera originaria, convergen en una identidad y una idiosincracia que los une a todos, con independencia de las características particulares de las personas o de los grupos: siempre hay valores en común compartidos por ellos, y ajenos a otras nacionalidades.

Podemos decir que Estado es sinónimo de país, mientras que nación es sinónimo de pueblo. Ambos conceptos suelen estar asociados, dado que las naciones buscan como regla general convertirse en estados, para dotarse de estabilidad política y certidumbre jurídica, así como para perdurar. Pero no siempre hay relación entre una nación y un Estado.

Se puede ser nación y Estado al mismo tiempo (como México y otros 193 casos en el mundo). También se puede ser una nación sin ser un Estado, a pesar del empeño puesto en lograrlo (el caso más famoso en la actualidad es el del pueblo palestino). Es posible de igual manera ser Estado sin ser nación (como sucede con la Santa Sede, o hace un par de siglos con el Sacro Imperio Romano Germánico). Finalmente, se puede ser una nación a la que no le interesa ser un Estado (como ocurre con el pueblo gitano).

Hubo modelos antiguos de Estado desde luego. Es el caso de China en extremo oriente, o del mundo helénico (Grecia) y de Roma en Occidente. Pero el Estado moderno, como lo conocemos hoy en día, nació con la Paz de Westfalia, de 1648. Fue el primer tratado multilateral de la historia.

El tratado puso punto final a la Guerra de los Treinta Años, un episodio histórico que ocurrió cuando Europa se fue a las armas por motivos de religión. De un lado estaba el bando católico, encabezado por España, los Habsburgo, el Sacro Imperio, y la Iglesia Católica; y por el otro el bando protestante, en cuyas filas coincidían los principados alemanes, Suecia, Holanda, los cantones helvéticos y... Francia, que aunque católica, peleó de ese lado, buscando preventivamente evitar ser engullida por España (por entonces la primera potencia mundial) o por los Habsburgo (la familia más poderosa de Europa).

Westfalia tuvo como resultado la derrota del papado y de sus aliados, pero también el inicio del Estado como lo conocemos hoy en día, con soberanía, fronteras y capacidad para relacionarse con otros estados. A partir de entonces y durante los siguientes siglos, el Estado fue el centro de la vida pública y el máximo referente de poder, tanto internamente como en el mundo. Los países y los mapas europeos que conocemos en la actualidad, se comenzaron a formar a partir de entonces.

El Estado moderno logró para sí la soberanía, que es la capacidad de un país de tomar sus propias decisiones de manera interna y externa, sin que nadie intervenga o se oponga a la voluntad de ese país. Hasta antes de esa guerra quien ostentaba esa soberanía en Europa occidental era la Iglesia, en la figura del Papa. Otro logro del Estado, además del reconocimiento de su existencia y de la inviolabilidad de sus fronteras, fue que pudo garantizarse para sí diversos monopolios, que ninguna persona o grupo le podía disputar, como el ejercicio del gobierno, la representación del país en el exterior, la creación de normas jurídicas, la impartición de justicia, la seguridad pública, el uso de la fuerza pública (violencia legítima), el cobro de impuestos, la acuñación de moneda, la prestación de servicios públicos, la titularidad original de todos los recursos naturales, y la regulación del comercio y de la actividad económica.

Sin embargo, con el surgimiento del Estado, comenzaron también a desarrollarse los llamados actores no estatales. Estos son entidades no soberanas de origen privado, que ejercen una influencia significativa a nivel nacional o internacional, en términos económicos, políticos o sociales. No son Estado, desde luego, ni son gobierno, pero pueden incidir en el rumbo de los países y de la comunidad internacional. Los actores no estatales han existido desde siempre, incluso desde mucho antes que el Estado, pero a partir de Westfalia y en un proceso paulatino de siglos, comenzaron a surgir, a desarrollarse y a consolidarse.

Los actores no estatales pueden agruparse dentro de cinco categorías esenciales:

1. Las instituciones religiosas.

2. Las corporaciones trasnacionales y los magnates.

3. El cuarto y el quinto poder.

4. Las organizaciones no gubernamentales.

5. El crimen organizado. 

De esos cinco derivan todos las demás.

Las instituciones religiosas

Las instituciones religiosas como es natural, son actores no estatales solo si en efecto hay una separación entre ellas y el Estado. Por eso no pueden existir en los países fundamentalistas islámicos, en donde Estado y religión son lo mismo (como en Irán o Arabia Saudita). La Iglesia Católica por otro lado, es el único caso que registra la historia mundial de un actor no estatal que se convirtió en Estado. Después de eso se convirtió en un híbrido estatal-no estatal. Esto se dio en un largo proceso de siglos. Inicialmente la Iglesia fue un actor no estatal clandestino e incluso perseguido, pero se convirtió en el Estado a partir de la caída del Imperio Romano en 476 D.C. y esa situación prevalecería hasta Westfalia. A partir de ahí solo conservó la jurisdicción de los Estados Pontificios (que tenían ya un milenio de existencia). 

En 1870, en la culminación del proceso de unificación italiana, Víctor Manuel II (de la Casa de Saboya) quien para entonces ya era rey de Italia, intentó desalojar al Papa del Vaticano, o bien que aceptara el usufructo a perpetuidad, más no la propiedad, del Vaticano y de las demás propiedades pontificias en Roma. El Papa Pío IX ofendido, se negó, desconoció al Estado italiano y se declaró prisionero de éste en el Vaticano. El incidente, que pasó a ser conocido como "la cuestión romana", culminó hasta 1929 a través de los Pactos de Letrán, entre la Iglesia y el régimen de Mussolini. Los Pactos pusieron fin al diferendo, con el reconocimiento de la Santa Sede (Ciudad del Vaticano), como Estado soberano y sujeto de derecho internacional. Con ello la Iglesia Católica recobraba su estatalidad, pero sin perder su condición de actor no estatal.

A partir de 1929, y a pesar del carácter de estatalidad que conservó solo para fines internos y de relación diplomática con la comunidad internacional, la Iglesia Católica ha obrado más bien como actor no estatal, y en su calidad de la institución religiosa con el mayor número de fieles en el cristianismo, siendo a la vez el cristianismo la religión más extendida del orbe. La Iglesia ha aportado más al mundo desde entonces a partir de su enorme influencia espiritual. La mayor de esas aportaciones la dio el Papa Juan Pablo II, al ser entre 1979 y 1990 un factor determinante para el derrumbe del comunismo, a partir del derribo de la ficha de dominó más débil en la fila: Polonia. Con la caída del comunismo en Europa, la Iglesia se mostró ante el mundo como un actor no estatal sumamente influyente.

En México, según las cifras del censo de población del INEGI de 2020, el catolicismo continúa siendo la religión del 77% de la población (97.8 millones de personas). México es el país con más católicos de Hispanoamérica, y el segundo del mundo, solo por debajo de Brasil.

La Iglesia Católica continúa siendo un actor no estatal sumamente relevante en México, a pesar de que las iglesias evangélicas han crecido constantemente en los últimos años conforme al último censo. Esto último es un dato para considerar, dada la enorme apertura que el presidente Andrés Manuel López Obrador (de religión evangélica), le dio a su iglesia, a quien incluso llegó a encargar la distribución en sus templos, de la llamada «Cartilla Moral», un compendio escrito de reglas morales, emanados todas las mañanas del púlpito presidencial.

Sea desde la sociedad o desde el gobierno, la religión seguirá siendo en el futuro un actor no estatal de primer orden en México.

Las corporaciones trasnacionales y los magnates

Las grandes empresas multinacionales concentran una cada vez mayor cantidad de riqueza y de poder en el mundo. En muchos sentidos, son como pequeños países que cuentan con embajadas en el exterior a través de sus filiales (territorio), con gobiernos corporativos (gobierno), y con empleados y consumidores globales (población). Cuentan con el aval de Wall Street para existir (la ONU), y su influencia es mayúscula. Son el gran desafío para la soberanía del siglo XXI.

La primera trasnacional de la historia fue la Compañía Holandesa de las Indias Orientales la cual se catapultó gracias a Westfalia. Junto con esa, otras empresas asociadas al comercio comenzaron a surgir, aunque inicialmente de manera lenta y selectiva, entre ellas su equivalente británico: la Compañía Británica de las Indias Orientales. Tendría que ser la revolución industrial y el nuevo orden económico mundial surgido tras Waterloo en 1815, el hecho que permitiera el surgimiento de la llamada primera globalización. La tradición señala que fue precisamente la derrota de Napoleón en Waterloo el acontecimiento que hizo posible la inmensa fortuna de los Rotschild, la familia de banqueros que ese día se convertirían en precursores del uso de información privilegiada para propósitos de lucro financiero.

A partir de 1870, finalizada la Guerra Civil en Estados Unidos y coincidiendo con el inicio del periodo de Reconstrucción, surgieron las grandes empresas trasnacionales que cambiarían la faz de la tierra, pero también los primeros grandes empresarios. Fue en ese periodo cuando el famoso comodoro Cornelius Vanderbilt se convirtió en el primer magnate y multimillonario de ese país, al lograr crear y consolidar un imperio en el mundo del transporte (barcos y ferrocarriles). Después de Vanderbilt vinieron otros grandes, como John D. Rockefeller (petróleo y gas), Andrew Carnegie (acero), John P. Morgan (bancos, finanzas y electricidad), y Henry Ford (automóviles).

150 años después, las empresas trasnacionales ya no son de commodities, sino de servicios, principalmente tecnológicos. Los imperios corporativos de 2021 son Amazon, que se convirtió en el gran ganador de la Gran Reclusión, motivada por la pandemia; Apple y sus dispositivos; Microsoft y su software, Tesla y su apuesta por la movilidad del futuro, y Tencent, el emporio chino, mezcla de internet, redes sociales y digitales, sitios web y comercio electrónico. Los magnates de hoy a título individual, son Jeff Bezos, de Amazon; Bill Gates de Microsoft; y Bernard Arnault, dueño del imperio de la moda LVMH.

En esta nueva era, un actor no estatal disruptivo y que dará mucho de qué hablar, son los emisores de criptomonedas, como Bitcoin. Han puesto en riesgo a la actividad bancaria tradicional, pero también al Estado, al romperle el monopolio de creación de moneda de curso legal a través de un banco central, y delimitada a sus fronteras. Las criptomonedas pondrán en riesgo la soberanía de varios países, y han iniciado el debate en torno a si los gobiernos en el mundo debieran o no emitir moneda digital nacional (govcoins).

En cuanto a México, la mayoría de las fortunas surgieron a partir del inicio del periodo postrevolucionario, con la salvedad de la familia Garza Sada (el equivalente mexicano a la aristocracia empresarial estadounidense de los Rockefeller), y la familia Salinas; ambas con empresas importantes desde la época de la primera globalización. Los primeros ya tenían Femsa en 1890, mientras que los segundos dieron vida al que hoy se conoce como Grupo Salinas desde 1906. Todos los demás, forjaron sus fortunas desde los años 30, por lo cual el equivalente de grandes empresarios mexicanos visionarios fueron desde entonces y por el resto del siglo XX, las familias Azcárraga (Televisa); Servitje (Bimbo); Zambrano (Cemex); y Slim (Inbursa, Telmex y Telcel). Otros importantes empresarios mexicanos, actores no estatales poderosos, han sido la familia Baillères (Peñoles, GNP, el Palacio de Hierro, y el ITAM); y los Larrea (líderes mineros y de transporte ferroviario, con Grupo México).

Desde 1930 a la fecha, el surgimiento de las grandes empresas mexicanas padeció (o se favoreció) de la actitud de los presidentes de México hacia la libre empresa, en un país hiperpresidencialista, en donde eso era un factor determinante para el éxito de los negocios. La posición de los presidentes de México frente a la iniciativa privada ha llegado a ser de cercanía y de proyecto común (Alemán, Salinas, Fox, Calderón, Peña Nieto); en otros casos de neutralidad y respeto mutuo (Ávila Camacho, Ruiz Cortines, De la Madrid); mientras que desafortunadamente también lo ha sido de enfrentamiento abierto, particularmente del gobierno hacia los empresarios (Cárdenas, Echeverría, López Portillo y López Obrador). En el análisis de las grandes empresas trasnacionales de origen mexicano, es necesario reconocer que la forma como se forjaron obedece a las características políticas del país.

En la actualidad la relación de los grupos empresariales con el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, es como se dijo, lamentable. La iniciativa privada toda, ha sido golpeada por el gobierno, desde antes de la pandemia. La cancelación de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (el NAIM) en diciembre de 2018, fue el peor error y la más autoritaria medida económica tomada por un presidente de México desde la expropiación bancaria de 1982, ordenada por el presidente José López Portillo. A partir de ahí, se frenó en seco la inversión privada en México. Por lo menos la gran inversión. La crisis de confianza y el golpe al clima de inversión ocasionados por tal decisión del presidente son irreversibles para lo que queda de la actual administración sexenal. Y sin bien en público los empresarios no polemizan con el presidente y hasta se reúnen con él a comer y le prometen inversión, una vez que salen de esas reuniones se afianzan en su decisión de no invertir en un país en donde desde el poder presidencial se promueve la incertidumbre jurídica y no se respeta el estado de derecho.

El cuarto y el quinto poder

En el siglo XVIII, el de la Ilustración, el barón de Montesquieu innovó con la teoría de la división de poderes. Esa que dice que para evitar la existencia de monarcas absolutistas, el poder para su ejercicio debe dividirse en tres: un poder ejecutivo, un legislativo y otro judicial. La tesis es universalmente aceptada en prácticamente todos los países del mundo.

Basado en ese hecho, e inspirado en el célebre ideólogo y parlamentario británico Edmund Burke, quien aparentemente lo usó por primera vez, el historiador escocés Thomas Carlyle, popularizó el término «cuarto poder» para referirse a la prensa, como una forma de resaltar el enorme grado de influencia que ya tenía entonces en los países democráticos en la definición y rumbo de los gobiernos y en las sociedades, como si se tratara de un nuevo poder, sumado a los otros tres.

En 1930, la radio irrumpió como el gran medio de comunicación masiva en el mundo. Ya no se requería saber leer o poder estar en los centros urbanos en donde se vendían (o leían) periódicos, para informarse. Ahora podía uno informarse uno en vivo, y a larga distancia; aún en zonas rurales. Desde el ámbito privado y como actor no estatal, Orson Welles mostró el poder de la manipulación, cuando el 30 de octubre de 1938 e inspirado en La Guerra de los Mundos, la famosa obra de H.G. Wells, anunció en radio una supuesta invasión de extraterrestres a la tierra, provenientes del planeta Marte. Con ello además, Welles generó las primeras fake news masivas de la historia.

Durante las siguientes décadas la prensa y la televisión protagonizarían como actores no estatales otros episodios, determinantes para la vida de los países, e incluso del mundo entero. Así ocurrió con el primer debate presidencial que se televisó, entre el candidato demócrata John F. Kennedy y el republicano Richard M. Nixon, ocurrido el 26 de septiembre de 1960. Esa noche, la imagen fresca, bronceada y de seguridad de Jack Kennedy, quien se preparó para el encuentro y se presentó con traje oscuro, contrastó con la de un Nixon fatigado, sin rasurar, sudoroso, reponiéndose de una gripa, y con traje claro. Al final, resultó que el 90% de los electores vieron el debate por televisión y no por radio, y 4 millones de ellos decidieron su voto esa noche, lo que llevó a Kennedy a la victoria.

Apenas unos años después, el cuarto poder le traería al ahora sí presidente Nixon, una sorpresa desagradable, cuando el diario The Washington Post, desató el 18 de junio de 1972, el escándalo de Watergate, mostrando a un presidente que no dudó en espiar a sus adversarios electorales (los demócratas), en la sede de su propio partido, ubicado en el hotel de ese nombre. El hecho se judicializó, y al final Nixon se vio orillado a renunciar, para evitar ser destituido por el Congreso e ir a dar a la cárcel. Los periodistas del Post que desataron el escándalo, Bob Woodward y Carl Bernstein, serían acreedores al Premio Pulitzer.

Hubo cuatro episodios más que reflejaron la enorme influencia del cuarto poder a nivel mundial. El 16 de enero de 1991, CNN transmitió en vivo el inicio de la Guerra del Golfo. Una década después todos los medios del mundo mostraron en el 9/11, la escena del derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York, quizás las imágenes más impactantes en la historia de la televisión. El tercer evento fue la invasión de Estados Unidos a Iraq, en vivo por CNN, el 20 de marzo de 2003. El último gran acontecimiento transmitido en vivo a todo el planeta fue la muerte del Papa Juan Pablo II, el 02 de abril de 2005. Ese fue el último gran episodio de la era del cuarto poder. Su monopolio terminó quizá ese día; la era analógica de la información también.

Para 2006 se dio un giro, que sería reconocido por la Revista TIME, que otorgó en su portada anual de diciembre, el premio como «Persona del Año» (Person of the Year), a la gente, mostrando una computadora en su portada, reconociéndola como la gran controladora de la información vía el internet. Tan solo un mes después, el 09 de enero de 2007, Steve Jobs presentó el iPhone, y el quinto poder formalmente inició. Ahora la gente tenía a la mano y en todo momento la capacidad de generar voz, imagen, video, internet…. y de utilizar redes sociales (que a partir de ahí se popularizaron). En 2008, el quinto poder llevó a Barack Obama a ganar la elección presidencial en su país, y en 2011, las redes sociales fueron clave para organizar a los habitantes de diversos países musulmanes y llevarlos a derrocar a varios de sus gobiernos autoritarios, en Egipto y el Magreb: fue la famosa «Primavera Árabe». En épocas recientes el quinto poder, de la mano del movimiento Black Lives Matter (las vidas de las personas negras importan), generó las más importantes protestas raciales en ese país en medio siglo, a causa del homicidio del ciudadano afroamericano George Floyd. El movimiento y su resonancia en todo Estados Unidos  contribuiría a la derrota de Donald Trump en noviembre de 2020. Hoy, a solo quince años de la portada del TIME, el quinto poder es exponencialmente más poderoso en todos lados de lo que fue entonces.

En México, a partir de la etapa postrevolucionaria y durante prácticamente todo el siglo XX, el cuarto poder estuvo generalmente asociado al poder político. Así funcionaron los principales diarios impresos, y también la televisión, en parte por miedo al presidencialismo autoritario, y también por conveniencia financiera. La independencia de los medios impresos comenzó en el país de manera plena hasta los años 90, de manera sobresaliente con el periódico Reforma, crítico desde el inicio con el poder político.

Por lo que se refiere al quinto poder, este comenzó a manifestarse quizá desde la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, pero llegó para quedarse a partir de los escándalos de corrupción de ese presidente, y se magnificó con la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, en septiembre de 2014. Las etiquetas de tendencia (hashtags) definieron el futuro del gobierno de Peña Nieto desde ahí y hasta el final de su gobierno. Fue ese lamentable episodio de desaparición forzada, el momento en que los gobiernos de México, y de manera específica los presidentes, perdieron la guerra de la opinión pública, que ahora pasó a ser controlada por el quinto poder. Nunca más a partir de entonces, los presidentes de México controlaron a las redes sociales.

Con el presidente Andrés Manuel López Obrador se dio un fenómeno interesante en las redes sociales. Lo ayudaron a ganar el 1º de julio de 2018, y esa noche él las bautizó como «benditas», solo para atacarlas y desacreditarlas dos años después, cuando ese quinto poder exhibió la ineptitud del obradorismo para gobernar al país, aún desde 2019. A partir de la pandemia, las ahora «malditas redes» mostraron la irresponsable indolencia del gobierno frente a la pandemia, y el saldo de cientos de miles de muertos, millones de empleos perdidos, los actos de corrupción de la familia del presidente, la inseguridad en el país, y en general el abierto abandono de las clases medias a su suerte. Todo lo anterior dañó la imagen del presidente y de su gobierno, que quedaron pulverizados en las redes sociales.

A lo anterior, se ha sumado la reinvención del cuarto poder, ahora por la vía digital. Periodistas como Carlos Loret y Víctor Trujillo, han tenido más impacto frente al poder desde su plataforma digital Latinus, que la que tuvieron en las pantallas de la televisión convencional. Desde ahí ahora, han destapado más escándalos de corrupción que todas las autoridades del país juntas. 

El cambio en las tendencias de generación y consumo de información, son irreversibles. En adelante, no habrá en México ningún presidente que gane la guerra de la opinión pública en las redes sociales. Estas pertenecen al quinto poder, ese estupendo actor no estatal que son los ciudadanos, mujeres y hombres informados y de a pie, y que están blindados contra la manipulación del Estado y contra las bravatas autoritarias del actual gobernante.

(Continúa en la segunda parte, a publicarse el 12 de julio de 2021).

Para citar la primera parte de este ensayo, puedes utilizar el siguiente formato:

Rodríguez A. (05 de julio de 2021): «Los actores no estatales  y su creciente influencia en México y el mundo (primera parte)», página web de Armando Rodríguez C. (julio 2021). Recuperado de: https://www.armandorodriguezc.com/2021/07/los-actores-no-estatales-y-su-creciente.html


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