jueves, 23 de septiembre de 2021

Agustín de Iturbide: a 200 años de que inventó México

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Ningún otro personaje de la historia de México ha sido tan injustamente maltratado como Agustín de Iturbide. En contra de ningún otro ha habido el nivel de saña por parte de quienes escriben la historia. Iturbide es el máximo destinatario en nuestro país de aquel pronóstico atribuido a George Orwell, que señala que la historia la escriben los vencedores. Y como Iturbide fue vencido, sus detractores no solo lo borraron de la historia nacional, sino que lo estigmatizaron. Es fácil corroborar con un simple análisis comparativo, que ningún otro personaje tuvo en nuestro país el mismo destino en la memoria histórica que él. Veamos:

Comienzo por decir que ningún figura pública del siglo XXI tiene la dimensión cronológica que justifique un veredicto histórico. Tampoco los políticos que gobernaron al país en los últimos cien años gozan de un espacio suficiente de tiempo para siquiera merecer una sentencia histórica. Si echamos un vistazo a lo ocurrido en el actual territorio de nuestro país en el periodo que va desde la Conquista en 1521 y hasta el primer tercio del siglo XX, nos encontramos con muchos personajes, hombres y mujeres, que son considerados héroes, y un puñado que son polémicos. Pero al reducir el número a aquellos que verdaderamente impactaron la hoja de ruta nacional y que despiertan pasiones encontradas, la cifra se reduce a cuatro: Hernán Cortés, Antonio López de Sana Anna, Porfirio Díaz, y por supuesto Agustín de Iturbide.

De Hernán Cortés, se puede recordar que a la fecha es un héroe en España. Fue el único de los conquistadores del Nuevo Mundo que murió en su cama, y no producto de un homicidio. Terminó sus días con fortuna y prestigio social. Y como cuentan sus biógrafos, hasta acompañaba a misa al rey-emperador Carlos V. En México también goza de un importante sector de admiradores.

Santa Anna es el villano de la historia nacional, una descripción que resulta merecida. El seductor de la Patria (Enrique Serna dixit), es recordado por su valentía como el César de los ejércitos nacionales, por haber perdido una pierna en plena Guerra de los Pasteles contra Francia (hecho que le valió el cruel mote de quince uñas); y por "sacrificarse" por la Nación infinidad de veces. Pero fue un dictador, que gobernó 11 veces, entre 1833 y 1855 con fatuidad y frivolidad. Es recordado también por la severa forma en que sometió a los rebeldes texanos en El Alamo, en 1836. Pero lo que sellaría la suerte histórica de Santa Anna fueron "la siesta de San Jacinto", por la que perdió Texas para siempre, y su traición y falta de sentido de honor patrio, que ocasionaron que México fuera derrotado en la Guerra Mexico-Americana, y con ello, que perdiéramos la mitad de nuestro territorio. No hay mayor trauma nacional enseñado a todos los niños mexicanos desde segundo de primaria, que ese. Y para rematar, todavía 5 años después, en 1853 vendió el territorio de La Mesilla a los estadounidenses. Todo lo anterior ocasionó la Revolución de Ayutla, por la cual Santa Anna fue echado del poder en definitiva. Así que es muy merecido su lugar en la historia: el del villano por antonomasia.

En Porfirio Díaz por otra parte, conviven el héroe y el villano, pero sigue siendo a la fecha un presidente admirado en la historia de México. De haber sabido retirarse del poder en 1910, como se lo anticipó al periodista James Creelman de la Revista Pearson's Magazine, Díaz hubiera pasado a la historia como el máximo héroe nacional: fue el ganador militar de la Guerra de los Tres Años (1858-61), de la Guerra de Intervención contra Francia (1862-67), y el gran edificador de instituciones y de infraestructura en la nación. La guerra civil iniciada en 1913 dañó su imagen en el ideario popular y por ello incluso, se le sigue negando la repatriación, un siglo después de haber fallecido: su cuerpo sigue reposando en el panteón de Montparnasse, en París. Militar victorioso, estadista y dictador al mismo tiempo, Porfirio Díaz levanta pasiones. Es un personaje que sigue teniendo muchísimo reconocimiento en México. Y también desde luego, es visto como el dictador que permitió enormes injusticias en el ámbito de lo social, y el que ocasionó la llamada Revolución Mexicana, que es el más importante mito vigente entre la clase política en el poder.

Pero con Agustín de Iturbide es diferente. Es el único de los cuatro en el que no cupieron en los libros de historia ni en la memoria colectiva, sus dotes de héroe ni su importantísima herencia. Ningún reconocimiento para él. La historia no fue generosa con Iturbide, sino por el contrario, muy mal agradecida con él.

Cuando Iturbide se hizo cargo del ejército realista, no existía ya un movimiento insurgente. Todos los líderes importantes del movimiento independentista habían sido fusilados. Solo quedaban vivos líderes como Vicente Guerrero, el cual iba a salto de mata, andrajoso y con hambre por la sierra del estado que hoy lleva su nombre. Para entonces, Iturbide simpatizó abiertamente con la Independencia, y en 1821 proclamó el Plan de Iguala, con el cual buscó separar en definitiva a México de su vínculo político con España. Para ello, y con la fuerza militar de su lado y el apoyo de importantes sectores de la sociedad, Iturbide buscó a Guerrero, para invitarlo a ese proceso de transformación que llevara a concretar la Independencia. El Plan de Iguala se sustentaba en tres garantías fundamentales, la unión de todos los mexicanos, la independencia y la religión. Con tales valores en mente, representados cromáticamente en un estandarte tricolor, Iturbide inventó la bandera de México, a la que posteriormente agregaría la imagen mítica del águila devorando a una serpiente, con lo cual el escudo nacional también sería una aportación suya.

De las tres garantías de Iturbide, la defensa de la religión era algo usual en esa época. Baste ver que Europa misma tenía por entonces monarquías católicas, y que incluso Estados Unidos, había sido fundado años antes como una nación sustentada en la anuencia divina. Las monarquías por otro lado, eran la forma natural de organización política, tanto por ser la forma habitual de gobierno en el mundo, como por ser la única que conocían históricamente los novohispanos, después de tres siglos del ejercicio de una fuerte figura de autoridad real (algo de lo que carecieron los estadounidenses). Por entonces la república era un experimento; algo ajeno a la cultura nacional. De ahí que no se concibiera a la república como propuesta, pero sí a la democracia representativa. El Plan de Iguala introducía la división de poderes, con la existencia de un Congreso. Fiel creyente de la necesidad de romper con las viejas formas autoritarias del periodo colonial, Iturbide se negó desde un inicio a ser un político absolutista. Y tanto por la forma como concibió la Independencia, sumando al movimiento independentista a lo que quedaba de los insurgentes, como por el tipo de límites que contempló para el nuevo país, Iturbide no se vio nunca ejerciendo como un dictador, sino como un libertador; título que en cambio le fue y es reconocido a la fecha a George Washington en Estados Unidos, y a Simón Bolívar en Sudamérica.

En agosto de 1821, el Ejército Trigarante de Iturbide venció en definitiva a los españoles en Azcapotzalco, y los hizo abandonar la Hacienda de Clavería, que hasta entonces tenían ocupada, lo mismo que Tacuba y Popotla. Y días después, Iturbide firmó junto con el enviado español Juan De O'donojú los Tratados de Córdoba, que reconocían la Independencia de México. Con ese pacto político, y con la victoria militar, se consumó la Independencia, con la entrada de Iturbide y de su ejército a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821. Y al día siguiente de la consumación, fue redactada el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, con lo cual Iturbide creó México, como país. En su honor, las mojas del convento de Santa Mónica, en Puebla, crearon los chiles en nogada, cuya forma cromática es la de la bandera que Iturbide legó a los mexicanos (si van o no capeados es materia de otro debate: el autor de este ensayo sostiene que van sin capear).
El Plan de Iguala contemplaba una monarquía moderada para el nuevo país, e Iturbide no pensó en él mismo para encabezarla (al estilo de Washington). Fue su posición de hombre fuerte (lo mismo que Washington), lo que lo llevaría a estar al frente del Imperio ¿Quién más sino él que había logrado la Independencia? Iturbide era además mexicano, nacido en Michoacán. Por eso, el 20 de mayo 1822, a la 1:30 de la tarde, el Congreso reunido, lo proclamó Emperador. Poco después y a propósito de este suceso, Iturbide escribiría cómo fue electo democráticamente como emperador:

"Ni un solo diputado se opuso a mi elevación al trono. La excitación que manifestó un corto número provino de que no creían bastante amplios sus poderes para resolver esta cuestión, Les parecía que era necesario consultar a las provincias y pedirl[e]s una adición a los poderes que habían acordado a sus diputados, u otros nuevos aplicables a que el solo caso. Yo apoyé esa opinión, porque me ofrecía una ocasión de buscar un modo evasivo para no aceptar una dignidad que yo renunciaba de todo mi corazón. Pero la mayoría expresó una opinión contraria, y fui elegido por 60 votos contra 15..."

Con el Imperio, México gozó de respeto internacional, y también de preocupación por parte de Estados Unidos. Nuestro país alcanzó la más grande extensión territorial de su historia, con la voluntaria anexión de las jóvenes repúblicas de Centroamérica. Por lo que México abarcaba desde la Alta California y hasta Costa Rica: más de 5 millones de kilómetros cuadrados.


El Imperio tendría una efímera duración, gracias a la conspiración que en su contra hizo la logia masónica yorkina, con los auspicios del siniestro ministro plenipotenciario de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, pero también de Antonio López de Santa Anna, e incluso del propio Vicente Guerrero, a través del Plan de Casa Mata; un claro golpe de Estado en contra del emperador legal y legítimamente nombrado por el Congreso. Y a pesar de ello, Iturbide prefirió abdicar al trono, que provocar un derramamiento de sangre.

La suerte estaba echada y los acontecimientos se precipitaron en contra de Iturbide: fue exiliado por el Congreso, y tuvo que salir del país. Posteriormente fue declarado traidor a la Patria, y se ordenó su muerte en caso de que volviera a pisar suelo nacional. En 1824, al volver, para ponerse al servicio de lo que parecía ser un intento de reconquista español, Iturbide fue hecho preso y fusilado. Poco antes escribió una entrañable carta a su hijo, que en una de sus partes contiene consejos para él y una despedida:

"Ocupa el tiempo en obras de moral cristiana y en tus estudios, así vivirás más contento y más sano, y te encontrarás en pocos años capaz de servir a la sociedad a que pertenezcas, a tu familia y a ti mismo. La virtud y el saber son bienes de valor inestimable que nadie puede quitar al hombre; los demás valen poco, y se pierden con mayor facilidad que se adquieren (.....)

Adiós hijo mío muy amado: el Todopoderoso te conceda los bienes que te deseo: y a mí el inexplicable contento de verte adornado de todas las luces y requisitos necesarios y convenientes para ser un buen hijo, un buen hermano, un buen patriota, y para desempeñar dignamente los cargos a que la Providencia divina te destine".

La historiografía liberal se encargaría desde 1867, de destruir la herencia de Iturbide: No se le reconoció el indiscutible honor de ser considerado el Padre de la Patria, que logró la Independencia con el arte de la política, y prácticamente sin derramar sangre. No le fue reconocido que nos dio país, bandera y escudo. Se le negó el papel de héroe nacional, y por el contrario, se le convirtió en el antihéroe. A fines del siglo XIX incluso, Porfirio Díaz cambió la fecha de la celebración de la Independencia, para que ya no fuera conmemorada la consumación del 27 de septiembre de 1821, y así borrar a Iturbide como protagonista. El acto tuvo un doble propósito: ser un guiño para el jacobinismo liberal en México, y hacer coincidir las fiestas patrias con el cumpleaños del propio Díaz, el 15 de septiembre.

Y como clavo de su ataúd, en 1943, el presidente Manuel Ávila Camacho, ordenó derogar la VII estrofa del Himno Nacional compuesto por Bocanegra, que hablaba de él y decía así, en el coro:

"Si a la lid contra hueste enemiga nos convoca la trompa guerrera, de Iturbide la sacra bandera ¡mexicanos! valientes seguid.

Y a los fieros bridones les sirvan las vencidas enseñas de alfombra; los laureles del triunfo den sombra a la frente del bravo adalid."

Agustín de Iturbide, el padre del conservadurismo mexicano, fue injustamente proscrito de nuestra historia por quienes se dedicaron a escribirla. Llega el momento de reivindicarlo como lo que fue: el hombre extraordinario que nos dio Patria, bandera, escudo y sentido de unidad nacional. Sin él quizás nuestro país nunca hubiera existido. A él debemos nuestra mexicanidad. Este 27 de septiembre de 2021, a 200 años de que consumó la Independencia nacional, y ante el previsible desdén y vacío que le hará el oficialismo liberal en el poder, rindo un homenaje al héroe de la historia nacional. A Agustín de Iturbide, inventor de México.

domingo, 19 de septiembre de 2021

El Bolívar de Macuspana

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Los encuentros de los jefes de Estado en América Latina fueron desde su origen en el siglo XIX, foros en los que el propósito común fue lograr la unidad de los países de la región, frente a escenarios de adversidad. Fueron también, hay que decirlo, espacios de discordia entre los participantes. En 1826 se llevó a cabo el primero de esos encuentros, conocido como Congreso de Panamá, en el que el tema central fue apoyar los procesos de independencia de Cuba y Puerto Rico. 

Uno de los principales impulsores del Congreso de Panamá fue el canciller mexicano Lucas Alamán, quien desde entonces tenía claro que el interés específico de México pasaba por mantener una relación cordial y de respeto con Estados Unidos, independientemente de la pertenencia cultural y fraternal del país a Latinoamérica. Siendo diputado novohispano en 1812, Alamán promovió en las Cortes de Cadiz la unión hispanoamericana (con España incluida), y abogó por el impulso al comercio entre los jóvenes países de América.

El Congreso de Panamá derivó en una invitación de Alamán a los países asistentes para que culminaran sus trabajos en Tacubaya (por entonces un área campestre de descanso, fuera de la Ciudad de México), por gozar de mejores condiciones de salubridad que la entonces Panamá, que era una región anexada a la Gran Colombia. Ni Argentina ni Chile mandaron representantes a Tacubaya, para restarle protagonismo a Bolívar, mientras que Brasil no fue invitado, y Perú y Bolivia no llegaron finalmente. Así naufragó el sueño bolivariano de la unidad latinoamericana, que tanto añoró Alamán.

Casi 200 años han transcurrido desde entonces, y en ese lapso América Latina experimentó un caótico transe, sobrado de episodios de guerra interregional, asonadas, revoluciones, guerrillas y golpes de Estado. Fue hasta los años 90 del siglo pasado cuando los causes institucionales y de entendimiento, plurales e incluyentes, comenzaron a ser la norma en el subcontinente. Para entonces dos instituciones eran ya pilares de ese encuentro permanente de las naciones latinoamericanas: la Organización de Estados Americanos, y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), fundadas ambas en 1948. A esas reuniones se sumaron otras de trascendencia, como la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, que reúne a todos los mandatarios de la región, más los de España y Portugal; y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), fundada en 2010 a instancias de Felipe Calderón, presidente de México, quien fue el primer anfitrión ese año, en Playa del Carmen. La Celac surgió como un foro permanente para la integración y el desarrollo de América Latina, inferior a la OEA, y expresamente concebida para los países de la región.

Desde 1823 y hasta 2018, la participación de México en todos los foros y cumbres de América Latina se dio en un ámbito de promoción al equilibrio hemisférico; esto es, nuestro país fue un reconocido puente de entendimiento entre los intereses y anhelos latinoamericanos y los de Estados Unidos. México fue reconocido como un interlocutor respetado y como punto de enlace entre ambas visiones del mundo. México logró al mismo tiempo mantener abierta y fluida su estratégica relación con Estados Unidos (la más importante para el país en el mundo), y su papel como "hermano mayor" de América Latina; referente de prestigio internacional, alejado de exabruptos y frivolidad, y carente de ideologización. México fue un punto de encuentro, e interlocutor considerado como factor de unión y no de división.

Sin embargo, desde su llegada al poder, el presidente Andrés Manuel López Obrador se empeñó en dinamitar la política exterior de México y la sustituyó por la del fomento al encono y la desunión. Plegó al país a las agendas e intereses de los más impresentables dictadores de la región, al tiempo que provocó una relación tirante con Estados Unidos y España por un lado, y de desdén frente a las más desarrolladas democracias latinoamericanas, por el otro. Ni Luis Echeverría ––titán de la promoción de México como un país del tercer mundo y apologista del sentimiento de orgullo por el subdesarrollo––, se atrevió a tanto.

En septiembre de 2021, justo en el mes y en el año del bicentenario de la Independencia de México, López Obrador agravió a los mexicanos y a las democracias latinoamericanas al invitar como orador oficial en la ceremonia oficial del 16 de septiembre, al sanguinario dictador de Cuba, Miguel Díaz-Canel, personaje al que arropó y defendió. Nunca un extranjero, ya no digamos un personaje de ese nivel, había encabezado en México un evento durante las fiestas patrias. Dos días después, nuestro país fue sede de la edición 2021 de la Celac en Palacio Nacional (residencia y vivienda de López Obrador), en la Ciudad de México.

López Obrador y su no menos cuestionado canciller Marcelo Ebrard hicieron de ese foro, la punta de lanza de su intentona golpista hacia la OEA, y de su intento por sustituir al organismo, algo aplaudido por los dictadores de la región, destinatarios de las más enérgicas condenas por parte de esa institución continental. El gobierno de México intentó convertir a la Celac en el mascarón de proa de la autodenominada 4T para situar a López Obrador como el nuevo Bolívar; un Simón Bolívar de Macuspana. Para ello, además de a Díaz-Canel, trajeron a Nicolás Maduro, el dictador y represor de Venezuela, quien ostenta de facto el cargo de presidente de ese país. También recibieron con los brazos abiertos a Luis Alberto Arce, el evista presidente de Bolivia, a Pedro Castillo de Perú (con todo y su folklórico sombrero, usado en espacios cerrados), y al representante del dictador nicaragüense Daniel Ortega.
Marcelo Ebrard
Al final, se le cayó el espectáculo a López Obrador. La Cumbre fue un fracaso rotundo, y lo fue por varias razones. En primer lugar, porque no fue un foro latinoamericano, sino uno creado para apapachar a los presidentes nacional-populistas de América Latina. Solo Alberto Fernández de Argentina (otro del club) se excusó de acudir, ante la necesidad urgente que tiene de atender la crisis doméstica en su país, derivada de la paliza que los argentinos le propinaron al peronismo en las urnas en días pasados. Fue un fracaso también porque la nota no la dio el presidente de México, sino los presidentes Luis Lacalle de Uruguay y Mario Abdo de Paraguay. Ambos mandatarios increparon durante la sesión a Díaz-Canel y a Maduro, a quienes exhibieron como lo que son: dictadores, represores de sus pueblos y violadores de derechos humanos. La Celac de López Obrador fracasó de igual modo porque la 4T no logró su objetivo de golpear a la OEA, ni mucho menos logró su objetivo de posicionar al presidente de México como el nuevo "libertador" de la región.

Finalmente, el encuentro fue un fracaso, porque constituyó un abierto agravio y desafío a Estados Unidos y a la Administración de Joe Biden. Díaz-Canel representa al castrismo, que tiene en la Florida (estado rabiosamente republicano y trumpista), a su más importante resistencia en el mundo entre la comunidad cubanoamericana. Y por su parte, la DEA ha ofrecido 15 millones de dólares por la captura de Nicolás Maduro. El gobierno de Estados Unidos le cobrará caro a López Obrador el cierre de filas con las dictaduras de la región, mientras al mismo tiempo el presidente mexicano reta constantemente al país que es nuestro principal socio comercial en el mundo, cuya economía define la nuestra, que es la principal fuente de divisas de México (vía remesas), y que es el hogar de más de 25 millones de mexicanos.

La cereza en el pastel del fracaso de la Celac obradorista, la puso el canciller Marcelo Ebrard, quien aprovechó el foro para anunciar con bombo y platillo que América Latina se incorporará a la carrera por la conquista del espacio. Sí, ir al espacio es la prioridad regional del personaje del que Luis Almagro, secretario general de la OEA dijo: «Deseo que ninguna obra más que él haya hecho como jefe de gobierno de Ciudad de México se derrumbe, sin perjuicio de mi solidaridad de las víctimas de la línea del metro». Es tragicómico.

Parafraseando lo que se dice respecto de los cónclaves vaticanos, López Obrador entró a la sesión de Palacio Nacional sintiéndose el nuevo Bolívar, y salió siendo el agitador populista de siempre. Macuspana no engendra Bolívares. Y tampoco Ebrard es Lucas Alamán.