lunes, 28 de noviembre de 2022

Mi adiós al PAN

Nadie me invitó al PAN. Tampoco llegué como consecuencia de ser hijo, nieto, o sobrino de alguien ahí. No había un solo pariente, amigo o conocido mío que formara parte del PAN. Simplemente un día de principios de 1995, tomé la Sección Amarilla –no había aún internet en México, ni teléfonos inteligentes–, busqué «partidos políticos», vi la dirección y me presenté en la sede nacional del partido. Dije en la entrada que quería entrar. El policía, amable, me respondió con un «muy bien regístrese». Le tuve que explicar que por «entrar» no me refería a ingresar al edificio, sino a ser miembro del partido. De ahí me remitieron a la sede del PAN en la Ciudad de México, y ahí me estrené, esa misma tarde, a los 20 años, como miembro juvenil, en un mitin del partido en el Ángel de la Independencia, en contra de un fraude electoral cometido en Yucatán por Víctor Cervera Pacheco en contra del candidato a gobernador por Acción Nacional, Luis Correa Mena, el famoso «gordo» Correa. El orador principal en el mitin, fue nada menos que mi ídolo, el Jefe Diego, por quien apenas unos meses antes voté para que fuera presidente de México, en mi primera votación presidencial. Pocos meses después y conforme a las reglas del partido, me convertí formalmente en militante, aceptado en el comité que me tocaba, en Álvaro Obregón, que era conducido por quien después sería mi amigo, Paco Ruiz Cabañas Izquierdo.

¿Por qué decidí sumarme al PAN? Fui simpatizante del partido desde los 14 años, cuando en 1988, en primero de secundaria, promoví entre mis compañeros al entrañable Manuel «Maquío» Clouthier, y les repartía folletos (pequeñas historietas) sobre la vida del candidato presidencial del PAN, dibujadas por la genial pluma de Paco Calderón. Para 1994, el debate en el que el Jefe fulminó a sus adversarios de frente, de forma valiente y sin mentiras, fue el detonador que me animó en definitiva a afiliarme al PAN. El partido me cambiaría, como a muchos, la vida en muchas formas.

Puedo afirmar que conozco al PAN como pocos. Lo conozco desde «las tuberías» y hasta «los acabados». Desde la militancia de a pie, pasando por años de arrastrar el lápiz (aún ya casado y con hijos), hasta las posiciones de representación a nivel municipal (distrital y luego delegacional en el caso de la CDMX). Lo conozco desde las campañas electorales a ras de tierra, hasta la elaboración de documentos estratégicos de alcance nacional. Desde el mundo de la doctrina y la ideología, hasta la representación internacional. En más de cinco lustros, fui secretario juvenil y secretario general de mi comité local; fui coordinador general de la única campaña electoral que con todo en contra y estando más perdida que ganada, logró derrotar en el cénit de su popularidad a Andrés Manuel López Obrador y a su movimiento en la CDMX en 2003: la campaña de mi amigo Miguel Ángel Toscano (de la que incluso escribí y presenté un libro). 

Fui coordinador de asesores del Grupo Parlamentario del PAN en la entonces Asamblea Legislativa (hoy Congreso) de la Ciudad de México. Representé al PAN en eventos de carácter internacional. Fui custodio durante la última década, de la identidad partidista en sus documentos fundamentales. Fui consejero regional en la CDMX una vez. Redacté tres plataformas electorales nacionales y una iniciativa de reforma política del entonces Distrito Federal. Formé parte del cuarto de guerra de un candidato presidencial. Nunca fui diputado o senador. No lo logré. A mis alumnos en la Universidad y a mis conocidos en el PAN, les suelo decir que de entre los de mi camada de Acción Juvenil, soy «el único legislador de mi generación que nunca ocupó una curul, ni un escaño».

Sé cómo piensa el panista promedio, que resortes lo mueven, qué valores encarna, qué fronteras no cruza, y qué fibras lo cimbran. Como dije anteriormente, viví el panismo de manera intensa, y durante muchos años me sentí muy orgulloso de pertenecer a Acción Nacional. El partido fue un referente indiscutible de la forma ética, honesta y generosa de hacer política, en donde cualquier ciudadano tenía la oportunidad de hacer carrera, de aportar y trascender. Desde que éramos oposición (antes de 2000) y hasta bien entrada la primera década del siglo XXI, era evidente que la gente veía al PAN como «el partido de la gente decente», y vaya que lo era. Con esos valores firmemente lacrados en el corazón y en la mente, me desempeñé en las dos únicas posiciones que logré en nuestros doce años de gobiernos federales: la delegación de un organismo federal en el estado de Yucatán, y la dirección nacional de operación y luego jurídica de otro organismo federal. En ambas posiciones me comporté como panista: siempre con las banderas del humanismo político, la eficiencia técnica en las decisiones de política pública que tomé, respeto irrestricto a la ley, separación absoluta de la función pública de la partidista (jamás las mezclé, pues hubiera sido contrario a la ética y a la ley), y por supuesto, jamás hice uso indebido de mis atribuciones públicas. Siempre me ceñí por completo a mi sueldo como servidor público.

Tuve como comenté arriba, extraordinarias experiencias en el PAN. A pesar de que alguna vez le llegué a escuchar a alguien afirmar que «al PAN no se viene a hacer amigos», yo sí hice muchos. Varios de ellos muy cercanos a la fecha, por cierto. Aquí conocí a mi esposa y ella también por cuenta propia se hizo militante del PAN. Llevo en la intensidad de mis recuerdos el emotivo triunfo de Fox en 2000, y la manera como unidos, defendimos el triunfo electoral de Felipe Calderón en 2006, cuando el hombre que siempre divide a la sociedad, López Obrador, no aceptó su derrota, armó un plantón y a la mala intentó impedir que nuestro presidente electo tomara posesión; orillando con ello a una crisis constitucional en su propio beneficio. En 2012, promoví activamente a Josefina para ser la primera mujer presidente de México, lo mismo en la calle que desde la generación de propuestas de gobierno.

¿Qué le ocurrió al PAN a partir de que llegó al poder? Pero sobre todo ¿Qué le pasó a Acción Nacional cuando perdió el poder federal? Que se feudalizó. 

Hasta 2006, eran los panistas quienes votaban a sus nuevos militantes para ser admitidos. Y eran los militantes quienes elegían a sus candidatos, libremente, a partir de la convicción en favor de tal o cual aspirante, fuera a una posición interna, o a una candidatura externa. En todos los casos, se daba por sentado que el candidato, el legislador, el dirigente, o incluso el presidente de la república, eran personas de sobrado panismo, y de probada integridad, honestidad y respeto a la ley y a las buenas maneras en lo político. Nosotros mismos no permitíamos que alguien que no encarnara esos valores panistas lograra acceder a esas posiciones. Bajo esos mismos valores, jamás en tantos años, afilié a una sola persona al PAN. Nunca usé el padrón electoral en mi beneficio personal (algo tanto anti ético como ilegal).

Para 2007 se comenzó a deteriorar la democracia interna del PAN, con decisiones que aún en el ámbito local, se tomaban (e imponían) al partido desde Los Pinos. Se permitió que el gobierno federal fuera colonizado en cargos de dirección de alcance nacional por personajes muy cuestionables en su honestidad personal, cuando no, de plano al servicio de otros intereses partidistas. Fue quizás ese mi primer golpe en el PAN: ver cómo se le permitió al titular del organismo en el que yo me desempeñaba, actuar con total impunidad, y cómo una vez que decidió irse, no fuera yo considerado para sucederlo en su posición (a pesar de ser yo el siguiente en el organigrama, y el siguiente mejor calificado para el cargo), sino que en su lugar fue colocado un amigo del presidente de la república, que llegó ahí a hacer lo mismo que desde que fue alcalde fronterizo en el noreste de México: delinquir. Un personaje que hoy, después de gobernar su estado, tiene ficha roja de Interpol y orden de aprehensión internacional. El presidente de la república lo impulsó entonces y después, en su carrera política. Con su simple llegada al organismo, terminó mi carrera en el gobierno federal. Me mantuve panista, por convicción personal, a pesar de que en 2010 la carrera como servidor público de Estado en la que me formé con toda seriedad en lo profesional, llegó a su fin.

Me mantuve también en el PAN dos años después, al concluir mi paso como coordinador de asesores en la Asamblea Legislativa, a pesar de no ser impulsado ni respaldado a ocupar una diputación local, como sí ocurrió con algunos de mis inmediatos antecesores en esa posición. Las razones de esa falta de promoción, fueron las mismas que experimenté años después a mi salida de la Fundación Preciado: puede más la piel que la camiseta (el parentesco por encima del compañerismo). Nunca me movió en la política el cargo o la curul; mucho menos el beneficio personal. Siempre estuve afiliado al PAN, y no al poder. Por eso me mantuve firme en Acción Nacional; por convicción y afinidad.

Para 2012 resultaba evidente que no lograría ser candidato de mi propio partido, que ya para entonces estaba secuestrado por los caciques locales, a los que se les permitió apoderarse de las estructuras, a través de diversas reformas estatutarias. En 2014, el cacique del PAN en la Ciudad de México y su equipo, sepultaron mi legítima aspiración por ser diputado constituyente, a pesar de que la propuesta legislativa del PAN, que incluso nos llevó a Los Pinos a negociarla con el Jefe de la Oficina de la Presidencia y con el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, era producto de mi lápiz. Fui abiertamente bloqueado políticamente en esa posibilidad cuando decidí recorrer todos los comités delegacionales (hoy de alcaldía) para explicar los alcances de la reforma política que daba vida a la Ciudad de México como entidad federativa. Un año después, ese mismo grupo, que sigue en el poder en el PAN capitalino, operó políticamente y con desesperación en la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para revertir por la vía política lo que como abogado les gané en los tribunales electorales: una diputación local que le correspondía legalmente a mi esposa, y que a la mala se apropiaron.

Y así sin más, «echándome montón», y haciendo uso del más ruin comportamiento político, bloquearon a mi esposa para que fuera diputada local. Muchos contra mi solo, incluso el mismo día en que tenía agendada cita junto con ella, con el magistrado ponente del caso para defender su causa. La bloquearon a ella, y lo mismo hicieron con Miguel Ángel Toscano, cuya legítima aspiración también representé jurídicamente. Después de eso, me mantuve en el partido, pero me jubilé del PAN en todo lo electoral.

De modo que el saldo personal para finales de 2015, era a) mi imposibilidad por ser servidor público en un gobierno del PAN, o bien en alguna posición federal o local aún bajo distinto signo, promovido por el PAN; b) la imposibilidad de ser legislador local o diputado constituyente, por negarme a pertenecer (o aliarme) al grupo político del cacique del PAN en la Ciudad de México (mi entidad y casa partidista); y c) la negativa a permitirle a mi esposa ser diputada local. Y con todo, me mantuve en Acción Nacional, al seguir comulgando con los ideales que representaban su historia, su agenda, y su congruencia doctrinaria e ideológica.

Cerradas en definitiva las posibilidades de participar a través del PAN en el gobierno, de trascender en lo electoral y de aportar en lo legislativo, me mudé hacia el mundo de las ideas, que para 2016 era el último reducto del que aún me sentía orgulloso. A final de cuentas Acción Nacional era el partido más rico (cuando no el único) en ese mundo de la congruencia en sus valores y ese mundo era también mi ambiente natural, como académico. Por eso, y a pesar de que vi como en el último lustro el partido se descomponía en lo político, seguí apostando por esos valores, y a ellos dediqué mi última década en el partido, desde mi paso por la Fundación Adolfo Christlieb Ibarrola.

En el último lustro y desde la Fundación Rafael Preciado Hernández ––asociación civil vinculada al partido como su brazo ideológico o think tank––, decidí promover ese último legado en el que aún creía: los valores del PAN en torno a la vida, a la familia, a las características de la sociedad, y al rol de los hombres y de las mujeres. Como tal, defendí esas posiciones cuando tuve la oportunidad de hacerlo en las negociaciones que se hicieron con la izquierda (PRD y MC) para sacar adelante un candidato común en las elecciones presidenciales de 2018. No les permití a ambos partidos incluir sus agendas ideológicas en la plataforma electoral común. Y hablo en primera persona porque yo la redacté. Grande fue mi sorpresa cuando ya desde entonces, la Secretaría de Promoción Política de la Mujer del PAN, se había convertido abiertamente en una agencia en favor de las agendas feminista y progresista impulsadas por la izquierda. Una perla como ejemplo: cuando en esas negociaciones impedí que se incluyeran esas agendas y su tipo de lenguaje en el documento común, la representante de MC, Martha Tagle, le escribió por chat a quien por entonces estaba encargada de la Secretaría de Promoción Política de la Mujer en el PAN nacional (no su titular) para quejarse, y esta última extrañada, me escribió al minuto para cuestionarme «por encorchetar» esas propuestas de MC. Sí, en lugar de respaldar a su propio partido, me cuestionó el haber dejado fuera contenidos ajenos por completo al PAN. Ahí comencé a notar la naciente colonización ideológica del progresismo en Acción Nacional. Pero al final salió adelante el documento, íntegro, y como lo propusimos. Lo mismo ocurrió (con mayor razón) en la plataforma electoral del PAN que redacté para aquellos distritos en donde el partido no iba a competir en alianza.

En 2020, siguiendo yo en la Fundación Rafael Preciado, me fue encargado de nuevo coordinar los trabajos técnicos de elaboración de la plataforma electoral federal del PAN para 2021. Con el apoyo de mi director general, de nueva cuenta sacamos adelante un documento panista, alejado de la agenda del progresismo, que de manera incisiva presionó para que la incluyéramos. Dicha presión vino ––de nuevo–– desde la misma Secretaría de Promoción Política de la Mujer del PAN, ahora sí por medio de su nueva titular, quien fue apoyada en ese despropósito por el hijo mayor del fundador de la Fundación Preciado, quien incluso le llegó a elaborar contrapropuestas en documentos redactados desde computadoras de nuestra Fundación. A pesar de esas fuertes presiones ideológicas, y con el apoyo del panismo nacional, logramos sacar adelante por unanimidad, la plataforma electoral 2021-2024 en el Consejo Nacional sin una sola coma progresista, y sí en cambio, con un sólido blindaje en lo que representa y ha representado desde siempre el PAN.

Durante mi tiempo de desempeño en la fundación, además de encargarme de la abogacía general de la asociación y de tener bajo mi responsabilidad técnica la elaboración de tres plataformas electorales federales, tuve a mi cargo dos actividades importantes: la coordinación académica de todas las investigaciones de la fundación, y la dictaminación de todas las plataformas electorales estatales del PAN, las cuales no eran aprobadas por el CEN si no llevaban mi firma de aprobación previa. ¿En qué consistía nuestra dictaminación? En que las plataformas se ciñeran a los pilares del humanismo político, así como a la doctrina, ideología, identidad partidista y agenda programática del PAN. En más de un lustro revisé personalmente más de 200 investigaciones, elaboré 12 de ellas, y revisé decenas de plataformas electorales estatales y municipales. Todas las dictaminé «a prueba de balas»: panistas 100%.

En noviembre de 2021, sin embargo, era ya claro que en el PAN, la agenda progresista se había impuesto, y que ésta era abiertamente respaldada y promovida por el presidente nacional del partido, por la referida secretaria de promoción política de la mujer, por la secretaria nacional de formación y capacitación, y por el coordinador nacional de diputados locales (este último si bien no en forma de promoción, sí en vía de omisión); generando todos ellos un mismo daño a la identidad del partido. El denominador común en dicha emboscada ideológica, era la petición personal del jefe nacional del PAN para buscar a como diera lugar, encontrar en los documentos básicos del PAN, o bien que se lograra meter con calzador en los mismos, una interpretación a los conceptos de familia y de matrimonio contrarios a los que históricamente sostuvo Acción Nacional. En ese propósito el presidente nacional del PAN designó al frente de la Fundación Rafael Preciado Hernández al hijo de enmedio del fundador de la asociación (el otro hijo), para que operara esa nueva narrativa progresista, y éste lo hizo con total diligencia y docilidad: la Fundación Rafael Preciado terminó así desde entonces convertida en una mezcla de secretaría particular del presidente nacional del PAN, en coto familiar de su fundador (de nuevo pudo más la piel que la camiseta), y en brazo justificador del viraje ideológico de Acción Nacional hacia posiciones progresistas y de centro izquierda. Por ese motivo, hace un año, todavía ahí, hice valer mi objeción de conciencia, y me negué a avalar documento alguno bajo ese contra-viraje ideológico, antipanista de pies a cabeza.

¿Qué sucedió al mismo tiempo? Que muchos congresos estatales en el país comenzaron a aprobar iniciativas legislativas contrarias a la vida y a la familia natural con el voto a favor del PAN, ante la irresponsabilidad (cuando no pusilanimidad) del coordinador nacional de diputados locales del PAN, más ocupado en su agenda electoral personal y en defenderse de acusaciones ante la prensa, que en sostener e impulsar los valores del PAN ante las bancadas del partido en el país. El jefe nacional de Acción Nacional por su parte, ordenó rehacer el Programa de Acción Política del PAN (que ya había sido aprobado por el Consejo Nacional desde el 05 de diciembre de 2020 y que solo faltaba por ser sometido al voto de la Asamblea Nacional), para hacer uno nuevo, descafeinado del aprobado originalmente, particularmente en lo referente a la definición del concepto de matrimonio, que no le gustó, por ir en contra de su agenda progresista.

El presidente nacional del PAN cree que volviendo «progresista» al PAN por mero cálculo político-electoral, se va a granjear la simpatía y el voto de sectores liberales que nunca han votado antes por el PAN. La apuesta es doblemente equivocada: ni votarán por el PAN aunque lo disfrace de partido naranja, y sí en cambio, ocasionará que el voto duro del PAN comience a buscar nuevas alternativas. Un error estratégico monumental.

Dejé de encargarme de los temas doctrinarios e ideológicos del PAN hace un año, y hace unos meses concluí mi ciclo en la Fundación Rafael Preciado, de la que como dije antes, soy asociado numerario desde hace quince años.

El PAN dejó de ser una escuela cívica de democracia hacia adentro. Hoy en día, la única forma de lograr ser candidato a un cargo de elección popular, o bien encabezar una posición partidista (como dirigente o consejero) en cualquier lugar del país, es si el cacique local en el PAN otorga impulso y/o no veta; o más difícil aún, si se logra el heróico gesto de derrotarlo. Los militantes de a pie por vía libre no tienen ya ninguna posibilidad de trascender hacia adentro. El partido está secuestrado internamente por sus caciques. Hasta el jefe nacional en turno del partido depende de ellos para llegar a su posición, lograr su reelección, tener capacidad operativa, y lograr su propia candidatura federal posterior, lo que origina el círculo perverso de mutua complicidad presidente–caciques estatales del partido.

Hoy en el PAN se premia con posiciones a quienes abusan del poder y son deshonestos (ya es la nueva virtud). La vida del partido ya no depende de sus militantes, sino de los dueños de los padrones de afiliados, los cuales son inflados de manera incesante con dóciles nuevos miembros que en la mayoría de los casos no tienen la mínima idea de lo que realmente significa el PAN, y que son llevados ahí con el único propósito de votar en los procesos internos por quienes se les ordene.  Hoy se abre las puertas de par en par y se otorgan candidaturas a quienes antes han traicionado al partido y se han ido a otras opciones partidistas (los personajes los conocemos todos). Los servidores públicos del PAN ya son en muchos casos calcas de las peores mañas y vicios políticos que tanto combativos.

Lo que impera ahora entre quienes tienen poder e interlocución interna, es la simulación ante la derrota cultural y la colonización ideológica venidas de fuera. Lo que hoy se impone entre ellos es el «voltear la vista para otro lado» en aras de no poner en riesgo posiciones, sueldos o agendas futuras.

El partido se desdibujó. Y roto su último asomo de valía que era su congruencia doctrinaria e ideológica, ya no me queda nada más que hacer o aportar en él. Tampoco espero ya nada del PAN. La mística, el espíritu de cuerpo y la camaradería castrense con la que fuimos formados los jóvenes del PAN cuando yo llegué, ya no existen. Es verdad como me ha dicho alguien de adentro muy cercano, que en la vida hay que elegir bien las batallas. Yo ya di en ese campo, todas las que tenía que dar.

Por esos motivos, tras 28 años de ininterrumpida entrega, convencido de que en la vida no debemos romper lo que se puede desatar, y después de una larga reflexión, he tomado la decisión de desatar mi pertenencia al PAN. Me voy de manera serena y sin estridencias. Le deseo a las personas que quiero y que siguen adentro, la mayor de las suertes. 

Yo por mi parte, desde otros horizontes ciudadanos y profesionales, voy a seguir continuando. Hoy me siento más libre.

Armando Rodríguez Cervantes

martes, 11 de octubre de 2022

20 años como Licenciado en Derecho

Hoy 11 de octubre de 2022, es para mi un día muy especial: cumplo 20 años como Licenciado en Derecho.

Parece que fue ayer cuando hace una década, en un blog que usaba entonces, escribí sobre mi aniversario de 10 años como profesional del Derecho, y hoy se cumplen ya 20 octubres de ese acontecimiento que es trascendente en mi vida no solo profesional, sino personal. Hay un antes y un después de ese día en mi biografía.
 
El 11 de octubre de 2002 a las 5:00 de la tarde me recibí como Abogado en el aula magna Ius Semper Loquitur (el Derecho siempre habla), en mi Alma Mater: la bendita Facultad de Derecho de la UNAM. En aquella época tenía además el privilegio de trabajar en la Oficina del Abogado General de la Universidad.
 
Como alumno de la generación 1996-2000, me tocó ser protagonista y también víctima, del tristemente célebre cierre de la Universidad, ocurrido en 1999. El famoso "paro"  de la UNAM, una imposición de una minoría, duró poco más de 10 meses y me marcó en varios sentidos. Uno de ellos fue, como es lógico, el de la afectación académica. En esa época no había Zoom, Teams o cualquier plataforma digital: vamos, el internet de entonces ni siquiera daba el ancho de banda para pensar en esa posibilidad. Muy pocos tenían celular, y ya no digamos computadoras o menos aún laptops. Por eso, quienes sí queríamos estudiar (en mi caso fui además dirigente antiparista de Derecho), tuvimos que hacerlo en clases extramuros, algo muy difícil, por los constantes sabotajes de los paristas, y sobre todo, porque perdimos la oportunidad de estudiar en nuestras instalaciones y hacer vida universitaria. Hoy pienso en mis alumnos, que padecieron lo mismo por la pandemia, y que dos décadas después, también perdieron la oportunidad de convivir en clases presenciales durante dos semestres. Al final, logré concluir mi carrera sin contratiempos en el año 2000, en nuestras instalaciones en Ciudad Universitaria, cuando fue liberada en pleno año electoral.

El otro aspecto en el que me marcó lo ocurrido en la UNAM, fue en lo relativo al tema de mi tesis profesional. En aquella época, la única forma de titularnos era a través de la elaboración de una tesis (no existían las otras formas alternativas que existen hoy en día para obtener el título, y con las que sí cuentan mis alumnos, como el examen EGEL y la elaboración y réplica de una tesina, como materia a cursar). ¿Cómo influyó el paro en mi tesis?

Resulta que durante el periodo en que nos cerraron la Universidad, me di cuenta de los riesgos que conllevaba el manipular e interpretar a conveniencia el concepto de autonomía universitaria, que había sido usado de pretexto por la izquierda, para clausurar a nuestra Máxima Casa de Estudios. El uso correcto del concepto, en realidad implica la libertad de la Universidad para el autogobierno, su autogestión y manejo financiero, la elección de sus autoridades y desde luego, para la libertad de cátedra, sin intervención de entes externos. La autonomía universitaria es un valor que -precisamente- es universalmente reconocido. Fue así que decidí que me recibiría como Abogado con una tesis sobre la autonomía universitaria. Esto se reforzaba con el hecho de que trabajando yo entonces en la UNAM, fui testigo de los abusos que se cometían contra la Universidad y su personal, en aras de una mal entendida autonomía, que los grupos de la izquierda radical consideraban como sinónimo de extraterritorialidad (léase cometer toda suerte de delitos con total impunidad).
 
Quería hacer una tesis en la que explicara el verdadero sentido de esa autonomía universitaria, enfocado al ámbito de la transparencia y la rendición de cuentas, y tomando como base una ley que acababa de ser publicada entonces: la Ley de Fiscalización Superior de la Federación (que como lo preví en la misma tesis, acabaría evolucionando e incluso cambiando de nombre).
 
Mi tesis la dividí en 2 partes: la primera fue la parte histórica de la Universidad, en la que abordé 450 años de historia de la Universidad en el uso del dinero público, desde que fue fundada en 1551, pasando por su conversión en Real y Pontificia Universidad de México, así como la época independiente y el siglo XX. De manera muy especial y con emoción retomé en la tesis la época de los rectorados de José Vasconcelos y de  Manuel Gómez Morin, así como los años de 1944-45, cuando derivado de un conflicto generado por la II Guerra Mundial, un joven de 32 años llamado Raúl Cervantes Ahumada (mi abuelo), terminó siendo Secretario General de la Universidad, y a petición del Presidente Ávila Camacho y del Rector Alfonso Caso, redactó el proyecto de Ley Orgánica de la UNAM, que fue presentado al Congreso y se convirtió en la Ley vigente de la Universidad.
 
En la segunda parte de la tesis, analicé todas las leyes que había tenido la UNAM en su historia, para ver cómo trataba el tema del dinero, y finalmente analicé la Ley que comenté párrafos arriba. Pretendí demostrar (y creo haberlo logrado), que la UNAM no podía ser tratada como cualquier organismo público, ignorando su historia, su tradición y sobre todo su autonomía sui generis. Y que por el contrario, la UNAM podía rendir cuentas y ser transparente ante la Nación, pero de adentro hacia afuera, y no al revés.
 
Mi sínodo estuvo integrado por juristas y universitarios de cepa, como el Dr. Jaime Miguel Moreno Garavilla, amigo querido, y el Lic. Daniel Ojesto Martínez Porcayo, quien además de haber sido mi profesor, era por entonces mi jefe y Director General de Asuntos Jurídicos de la UNAM. El examen fue sumamente emotivo, tanto en las intervenciones de mis sinodales, como en mis réplicas y en la forma como mis invitados se conmovieron, comenzando por mis papás, mis hermanos, mi abuela, tíos y mis amigos, tanto los de la Universidad, como los de Aguascalientes, que vinieron especialmente a verme y compartir conmigo ese momento. La memoria de mi abuelo impregnó el ambiente en el Aula esa tarde, lo que volvió el evento doblemente emotivo.
 
Al finalizar el examen, organicé una recepción (brindis) en la casa de mis abuelos, al sur de la Ciudad de México, en donde había tenido la oportunidad de vivir con ellos durante varios años. Fue una fecha inolvidable. 

20 años después, ya no está mi papá conmigo. Como tampoco lo estuvo mi abuelo en ese memorable día, pues había fallecido cinco años antes. Varios de mis tíos, y algunos amigos también ya partieron. Pero hoy que llego a esta fecha, la recuerdo con especial emoción, y me sigue removiendo, al igual que entonces, fibras muy sensibles: logré cristalizar un sueño largamente anhelado.

Hoy soy profesor de Derecho en la Universidad Anáhuac. Y esta mañana mis queridos alumnos, de dos grupos diferentes me recibieron con un aplauso cuando supieron del aniversario. Me conmovieron.

Dios y nadie más sabe lo que el futuro me depara profesionalmente, y como jurista. Hoy por lo pronto, recuerdo con gran emoción este aniversario y se los comparto. Y como diría Carlos Gardel: 20 años no es nada.
 
OO00oo oo00OO

lunes, 7 de febrero de 2022

9 películas que todo Abogado debe ver

lectura 6 minutos

En mis clases de Derecho en la Universidad Anáhuac, les suelo pedir a mis alumnos ver películas. Algunas veces incluso las he compartido con ellos en el salón de clases, o hasta por Zoom, como ocurrió durante el periodo de Gran Reclusión a causa de la pandemia (2020 y 2021). Las películas me ayudaron mucho en mis clases de Ética Jurídica (Deontología) durante un par de años. También se las he sugerido en mi curso de Comparative Law (Derecho Comparado), que les imparto en inglés; ya que refuerza en ellos la posibilidad de comparar entre el sistema jurídico Romano-Germánico (el nuestro), y el de la familia del Common Law, propio de los países anglosajones, y con Estados Unidos y el Reino Unido a la cabeza.

Les comparto enseguida una propuesta de 9 películas muy recomendables para los abogados, para los estudiantes de Derecho y también para los pasantes que comienzan su vida profesional. En todos los casos, las películas muestran elementos propios de la condición humana, de las leyes, del significado de la justicia y el deber ser. Sobre cada una les doy una breve referencia, libre de spoilers, por supuesto, a fin de que por ustedes mismos descubran su contenido. La mayoría de las películas las encontrarán en las diversas plataformas de streaming bien conocidas (Netflix, HBO Max, Prime Video, AppleTV etc.). Pocas veces es necesario adquirirlas en formato físico. Así que ¡vamos a darle! Con ustedes las 9 películas que todo Abogado debe ver:

The Firm (La Firma, o Sin Salida)

Mitch McDeere (Tom Cruise), es un pasante recién egresado de la carrera de Derecho en Harvard, y por su excelencia académica logra ser contratado por una pequeña Firma de abogados en Memphis, que le ofrece un sueldo y prestaciones de ensueño. Pronto descubrirá las misteriosas características de la Firma. Película basada en la magnífica tradición de thrillers jurídicos de John Grisham.

Just Mercy (Buscando Justicia)

Bryan Stevenson (Michael B. Jordan) también fue un buen estudiante de Derecho en Harvard, pero a diferencia de sus compañeros, él no decidió irse a los grandes despachos a ganar dinero, sino a ayudar a la gente pobre o sin recursos. Es pues, un abogado social. Usando como base a una organización civil sin fines de lucro, Bryan se fija el objetivo de defender a personas afroamericanas (como él), que han sido injustamente encarceladas, acusadas de diversos delitos.

A Few Good Men (Cuestión de Honor)

Daniel Kaffee (Tom Cruise) es un abogado miembro de la Marina de Estados Unidos, que tiene poco tiempo de práctica pero un gran desempeño, ganando asuntos asociados a ese sector. Un día le encargan la defensa de dos conscriptos, acusados de asesinar a un colega en la base naval estadounidense ubicada en Bahía de Guantánamo, en Cuba. El caso se convierte rápidamente en una cuestión de honor. Es una delicia ver la soberbia actuación de Jack Nicholson en el papel del Coronel Nathan R. Jessup. 

The Judge (El Juez)

Hank Palmer (Robert Downey Jr.) es un exitoso abogado, quien no lleva una relación de cercanía con su familia, incluido su padre, el respetado Juez Joseph Palmer (Robert Duvall), con quien es incluso distante. Hank recibe un día la llamada de su hermano, avisándole de la muerte de la madre de ambos, por lo que acude al funeral. Estando abordo del avión de regreso, el hermano le llama de nuevo, ahora avisándole que el Juez está acusado de homicidio, y le pide defender al padre de ambos.

A Time to Kill (Tiempo de Matar)

Una película más con el sello de John Grisham. En esta película, Jake Brigance (Mathew McConaughey) es un abogado que ejerce en el estado de Mississipi, en el corazón del sur racista de Estados Unidos. Jake es blanco, lo cual es importante para la trama. Un día, una pequeña niña afroamericana es abusada y golpeada por dos supremacistas blancos. El padre de la pequeña, Carl Lee Hailey, acude a Jake que es su amigo, y le pregunta si lo defendería en caso de que él decidiera matar a dos hombres. Jake le dice que sí, pero que no haga nada estúpido.

Devil's Advocate (El Abogado del Diablo)

Kevin Lomax (Keanu Reeves) es un abogado en una pequeña localidad de Florida, y quien es famoso porque nunca ha perdido un caso. Es algo de lo que él se siente orgulloso. Después de un difícil caso, es contactado en un bar por el representante de una poderosa firma de abogados de Nueva York, quien lo invita a catapultar su éxito. A través de él Kevin conoce al director de ese imperio jurídico, llamado John Milton (Al Pacino). Milton le ofrece riqueza, fama y éxito si se une a ellos y Kevin no duda en mudarse con su esposa a esa nueva vida de lujo y glamour. Sin embargo, tan pronto se integra a la Firma, sucesos desconcertantes ocurren en torno a su vida; algo en lo que siempre está involucrado Milton.

Erin Brockovich

Basada en un caso de la vida real, Erin Brockovich (interpretada por Julia Roberts), narra la historia de una madre divorciada y sin trabajo, que por azares del destino termina auxiliando a un abogado en su despacho. Estando ahí, Brockovich conoce el caso de una familia que tuvo gastos médicos que fueron pagados por la empresa Pacific Gas and Electric Company (PG&E). Al poco tiempo se da cuenta que el caso se relaciona con agua contaminada, y a partir de ahí, Erin se convierte en una activista ambiental que termina por encabezar una famosa acción judicial en contra de dicha compañía.

JFK

Esta estupenda película narra el caso judicial del magnicidio del presidente estadounidense John F. Kennedy, en 1963. El protagonista es el Fiscal de Distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison (Kevin Costner), quien se dedica a investigar el caso y emprende uno de los más famosos juicios en la historia de ese país, en el que el Fiscal busca demostrar que el asesinato fue producto de un complot bien planeado, con el objeto de privar de la vida al presidente de Estados Unidos.

In the Name of the Father (En el Nombre del Padre)

En 1974, una bomba terrorista cobró la vida de gente inocente en un bar en Londres. El día de los hechos, el joven norirlandés Gerry Conlon, se encontraba en esa ciudad. Precisamente sus padres lo habían enviado ahí a casa de una tía, para alejarlo de los graves problemas de violencia política y religiosa que por entonces sufría Irlanda del Norte, que buscaba independizarse del dominio británico. El hecho fortuito de la presencia de Gerry en Londres, así como su relación con personas a las que acababa de conocer, hizo que fuera acusado junto con su familia y amigos de ser responsables del acto terrorista, y encarcelado junto con su familia y amigos, que vivían en Belfast, dando pie a uno de los juicios más famosos que existen en torno al famoso conflicto. La película contó con el apoyo y la música de U2, cuyos miembros, siendo jóvenes atestiguaron el problema de Irlanda del Norte, lo que los llevó a componer la famosa canción Sunday Bloody Sunday, sobre los acontecimientos del Domingo Sangriento, el 30 de enero de 1972, el cual acaba de cumplir 50 años.

martes, 1 de febrero de 2022

10 lecciones para un mundo post-pandemia

lectura 12 minutos

El 25 junio de 2017, casi tres años antes del inicio de la pandemia, Fareed Zakaria, el reconocido escritor y periodista indo-americano, hizo la siguiente predicción en su programa de televisión de CNN:

"Una de las mayores amenazas para Estados Unidos, no es tan grande. De hecho, es diminuta, microscópica, miles de veces más pequeña que la cabeza de un alfiler. Los patógenos mortales, sean naturales o hechos por el hombre, podrían detonar una crisis de salud global, y los Estados Unidos están totalmente desprevenidos para lidiar con ello... Ciudades densamente pobladas, las guerras, los desastres naturales y los viajes aéreos internacionales significan que un virus mortal propagado en un pueblo de África pueda transmitirse casi a cualquier lugar en el mundo, incluidos los Estados Unidos, dentro de 24 horas.... [Los problemas de] bioseguridad y las pandemias atraviesan todas las fronteras nacionales. Los patógenos, los virus y las enfermedades tienen la misma oportunidad de ser asesinas. Cuando la crisis llegue, esperemos que tengamos más financiamiento y más cooperación internacional. Pero para entonces, será demasiado tarde". 

La pandemia está cumpliendo dos años de ser el más importante tema de la agenda mundial, y el famoso escritor y pensador de origen hindú escribió un excelente libro en el que aporta 10 lecciones para un mundo post-pandemia, que es el título del mismo. Es un librazo que les recomiendo. Su versión original es en inglés (que fue como yo lo leí), y recientemente fue también editado en español. Les comparto enseguida una breve reseña con los puntos esenciales del libro, sin ahondar en los detalles, que encontrarán al leerlo.

La lección uno, que nos aporta Zakaria se llama abróchate el cinturón de seguridad. Ahí, el autor refiere que los humanos siempre estamos expuestos a riesgos y cataclismos que nunca dejan de presentarse, para los que no estamos casi nunca preparados y peor aún: para los que ni siquiera nos molestamos en prevenirlos. Las tres mayores crisis del siglo XXI, como el 9/11, la crisis financiera de 2008 y el Covid-19, explica el autor, sucedieron por no prevenir, respectivamente, los riesgos que conllevaba el capitalismo excluyente, los mercados financieros sin regulación y el cambio de hábitos alimenticios sin control. Las crisis no solo se deben afrontar, sino también prevenir, comenzando con las del cambio climático y las emergencias sanitarias. Se requiere un cambio de cultura en el mundo para anticiparse a los efectos de esas crisis que inminentemente llegan siempre, tarde o temprano. La cooperación internacional para prevenir esas crisis, debe acompañarse de medidas tan necesarias en la vida de la gente, como la mayor parte de las veces ignoradas: comprar seguros y abrocharse el cinturón.

La lección dos se denomina Lo que importa no es la cantidad de gobierno, sino la calidad. Aquí Zakaria hace la ineludible comparación sobre cómo enfrentaron la pandemia los países responsables y los que no. Encuentra que en el manejo y control de la contingencia sanitaria, la democracia demostró ser más efectiva que los regímenes autoritarios o bien populistas, que son tan autoritarios como irresponsables. Menciona en el primer grupo a Corea del Sur, Nueva Zelanda, Taiwán, Alemania o Austria, países modelo de la buena gestión de la emergencia de salud. En el segundo grupo en cambio, incluye a Estados Unidos, Brasil y México. El autor se pregunta por qué algunos estados tienen gobiernos que funcionan bien y otros no. Enseguida hace un balance histórico de las burocracias efectivas, comenzando con el Imperio Romano o Bizancio, y de ahí se sigue hasta nuestros días, en donde los gobiernos de países pequeños o menos poderosos, son más efectivos para servir a los ciudadanos y protegerlos que los que se supone que cuentan con mejores medios para ello. Y al final, dice, de eso se trata: de la eficiencia y no de la ideología. Los estados fuerte, con gobiernos fuertes y con capacidad de intervención, pero regidos al mismo tiempo por leyes sólidas, tendrán mejor calidad sin importar que sean chicos. Los países exitosos no minimizan al Estado, sino que lo dotan de capacidad de acción, ahí donde la iniciativa privada no interviene. Esa característica la comparten los países exitosos ante la pandemia. Eso nos lleva a la tercera lección.

La lección tres es llamada Los mercados no son suficientes. Un mantra muy arraigado por siglos en los países más desarrollados de Occidente era que el libre mercado y la desregulación eran el origen de la riqueza y del bienestar. Sin embargo la forma de pensar de la gente en todo el mundo ha comenzado a cambiar a partir de que la pandemia exhibió la vulnerabilidad de quienes carecieron –o carecen– de los medios suficientes para hacerle frente a las necesidades más apremiantes que trajo consigo la emergencia sanitaria. La comparación de China con Estados Unidos exhibe los puntos débiles del libre mercado. Es verdad que la liberación de mercados en la última década incentivó el crecimiento y la innovación, pero también fomentó la concentración del ingreso, la desigualdad y un sistema político que ha sido comprado por los más poderosos. Y mientras eso ocurre, China puso en marcha su modelo de Mercado-Leninismo (Market-Leninism), con el que mezcla un capitalismo inmenso con un modelo a la vez estatal. El mundo es cada vez más uno en donde los ciudadanos deben pagar por participar (comenzando con la salud), lo que ha dejado a millones a su suerte. Es posible sin embargo, dice el autor parafraseando a Francis Fukuyama, llegar a Dinamarca, un país que es exitoso en su libre mercado porque su gobierno es fuerte, y viceversa. Ese país cobra altos impuestos, pero es líder en redistribución, y eso le permite tener un estado de bienestar robusto, que a la vez incentiva la inversión, al disminuir los costos de invertir y de crear o de eliminar empleos: el Estado es generoso con las personas sin empleo. Igual a como lo es con la salud, la educación, la seguridad y los servicios públicos: Es el Estado generando prosperidad compartida, en apoyo del mercado.

La lección cuatro lleva por nombre La gente debería escuchar a los expertos –– y los expertos deberían escuchar a la gente. En este punto, el autor comienza por exhibir el terrible daño que políticos como Donald Trump en Estados Unidos, López Obrador en México, o Bolsonaro en Brasil, entre tantos otros que menciona, hicieron a sus países y a sus gobernados por rechazar sistemáticamente la opinión de los expertos durante la pandemia. Por el contrario, declararon desde que eran candidatos que "la gente estaba harta de los expertos". Contrario a ellos, la [entonces] canciller alemana Angela Merkel ––científica–– fue ejemplo mundial de... poner el ejemplo, y de comunicar a su pueblo las medidas que se estaban tomando ante la pandemia y el por qué. Y sin embargo los ciudadanos en el mundo están llevando al poder a los políticos más irresponsables porque estos saben leer a la gente y manipularla para canalizar el enojo y frustración popular en contra de las élites de poder, a las que los líderes populistas culpan de la situación de desventaja social de sus potenciales electores. Y al final una mayoría de estos políticos ya en el poder, se erigen en la única fuente de su verdad, por encima de la de los expertos, con la consecuencia inmediata que eso trae para la gente en términos negativos, mientras que los políticos más serios son desplazados por no haber sabido superar a esos políticos, que ante las crisis son un pasivo para sus pueblos. En resumen, dice Zakaria, la gente debería escuchar a los expertos. Pero también los expertos a la gente.

La lección cinco tiene por título La vida es digital. Cuando concluyó la pandemia de influenza (o gripe española) en 1920, el mundo no volvió a una nueva normalidad, sino simplemente a la normalidad de acudir a trabajar para tener empleo, ir a las tiendas para poder comprar comida, o a los teatros y salones de música para entretenerse. No tenían de otra. Y sin embargo, la pandemia de Covid-19 en 2020 llegó en un momento de salto tecnológico cuando todo eso se volvió posible con solo oprimir un par de botones, desde la comodidad del hogar. Y más allá de eso, la pandemia incluso aceleró esa posibilidad. Ya todo lo que nos rodea es digital. Incluso negocios que nunca se crearon ni pensaron para ser digitales, como los estrenos de películas, la comida de lujo o las consultas médicas, se tuvieron que adaptar a esta nueva realidad. La economía cambió por completo y ese cambio no hará sino ensancharse cada vez más. Si de por sí el salto tecnológico iba empujando a la sociedad hacia allá, con la pandemia no hubo de otra, y el cambio se tuvo que aceptar y acelerar. Se ha acelerado también la competencia entre la IA y las personas por los puestos de trabajo. Cada vez más profesiones serán desplazadas (algunas) o complementadas (las más) por la IA, y esto traerá consigo otro reto para la sociedad, pues la gente comenzará a poner en duda su propósito en la vida. La vida es ya digital y lo será cada vez más, y precisamente por eso, ahora nos enfocaremos más en lo que a diferencia de las máquinas, nos vuelve más humanos.

La lección seis se intitula Aristóteles tenía razón–– somos animales sociales. Las grandes ciudades son la forma típica en que los humanos se agrupan desde hace más de un siglo. Y sin embargo también son epicentros de grandes catástrofes, incluidas por supuesto las pandemias. La de Covid-19 convirtió a las principales urbes del mundo en lugares fantasma en 2020. Y a pesar de ello, la historia demuestra que las ciudades que sufren desastres o destrucción, suelen salir de sus crisis más fuertes que antes. La tecnología las ha vuelto cada más habitables. Y a pesar de las calamidades, su población goza de mejor acceso a condiciones de salud y mejores servicios públicos. Son las ciudades el centro de las grandes ideas, la innovación y la acción. Para 2030, el 80% de la población vivirá en megaciudades. La urbanización es un proceso que no parará, y las ciudades (grandes o chicas) serán cada vez más habitables. Esto prueba que la gente disfruta del contacto con otros, y vivir con otros, y no alejados. Nos gusta participar, colaborar y competir, a pesar de las calamidades. Los humanos crean ciudades y éstas crean a los humanos ––son dos caras de una misma moneda––. Aristóteles tenía razón: somos animales sociales por naturaleza.

La lección siete es esta: La inequidad se pondrá peor. Decía el famoso artista mexicano José Guadalupe Posada –nos recuerda Zakaria–, que la muerte es democrática, y nos alcanza a todos por igual. Y que al final, con independencia de si uno es blanco, moreno, rico o pobre, todos terminaremos siendo esqueletos. La pandemia es el gran ecualizador y nos iguala a todos en la desgracia, sin importar nacionalidad, raza, clase o credo. El Covid-19 aceleró el proceso de desigualdad entre países, que había estado estabilizado, y por supuesto la inequidad entre las personas; lo mismo en términos de acceso a la salud, que de acceso a ayuda gubernamental y a las expectativas personales. Y la inequidad también pegará a las empresas, pues las más grandes se volverán más ricas y grandes. Estamos comenzando una época en donde lo que antes no se cobraba, ya se cobra. Todo tiene un precio, incluso un pasaporte o una ciudadanía. Muchos países ya están comenzando a vender su ciudadanía, y a precios altos. Y en una sociedad en donde cada vez más cosas son cobradas y cuestan más, la inequidad crecerá. Es muy probable que habrá otra pandemia, y necesitamos reconocer que deberemos mantener a todos seguros y con salud, sean ricos o pobres. La inequidad podrá ser inevitable, pero en el más elemental sentido moral, todos los humanos son iguales.

La lección ocho de Zakaria es que La Globalización no significa la muerte. La globalización o proceso de integración entre los países del mundo es con frecuencia objeto del ataque de personas o grupos que buscan culpar a ese fenómeno, de las cosas malas que ocurren hacia adentro de los países; desde las crisis financieras, las económicas, las del empleo o las de salud (pandemias). Hasta el Covid-19, por ejemplo, se hablaba de la gripe española (1918-19) o más recientemente, del Síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés). Lo mismo se intentó infructuosamente respecto del Covid-19. La realidad sin embargo, es que la pandemia aceleró la capacidad de respuesta de los países, y su mutua dependencia también. Y lo mismo ha ocurrido en la economía en general.

La economía digital vive hoy su mejor época, y la interdependencia económica entre países es la norma. Incluso en el pasado, lo que socavó la última gran era de la globalización fue consecuencia de la realpolitik, no de la economía. De esa manera tenemos que Estados Unidos y China, las dos mayores economías del planeta, están interrelacionadas, y son conscientes que tendrían mucho que perder, lo mismo que sus ciudadanos, si decidieran revertir su interdependencia; aunque eso no significa que no podría pasar. Dicho de otra manera, la globalización no está muerta. Pero podríamos matarla.

La lección nueve es que El mundo se está volviendo bipolar. Durante décadas, ha habido innumerables predicciones que hablan del declive de Estados Unidos como potencia mundial. Mucho se ha escrito y dicho al respecto. Esto se ha acelerado a partir del surgimiento de China como potencia, un país que a diferencia de la entonces Unión Soviética, sí es un formidable competidor para los estadounidenses en términos económicos y tecnológicos. Sin embargo, la evidencia ha mostrado que Estados Unidos mantendrá su poder económico, militar y tecnológico, lo mismo que su peso geopolítico, a pesar del auge de China. Las tensiones entre ambos países son inevitables, pero no así el conflicto. Se puede pensar en una bilateralidad en donde existan dos potencias, pero sin conflicto militar. Incluso se puede tener una bipolaridad sin una Guerra Fría entre ambos países. Estados Unidos y China son dos potencias que viven en un mundo globalizado e interrelacionado en términos económicos, con un orden internacional robusto y con instituciones fuertes, como la ONU, que regula el comportamiento internacional de los países, y facilita a través de la cooperación, la solución para problemas comunes. Esto es algo que no existía previo a las dos guerras mundiales. Y el resultado está a la vista: el mundo vive el mayor periodo de paz en su historia, y nunca antes tantas personas habían logrado escapar de la pobreza. La bipolaridad es inevitable. Una guerra fría en cambio, es solo una opción.

La lección diez y última del libro, es que Algunas veces los mayores realistas son idealistas. En 2020, el año en que comenzó la pandemia, el mundo cumplió 75 años de paz relativa. Se trata de un periodo inigualable en la historia, que fue posible gracias al decidido impulso a la cooperación internacional, a la diplomacia y a la creación de instituciones garantes de la paz, la seguridad y el desarrollo. Todas esas instituciones fueron posible gracias a políticos idealistas, que tradujeron su idealismo en realismo. Personajes como Franklin D. Roosevelt o Winston Churchill, o los líderes modernos que tienen ideales como motivo de su actuar, impulsaron al multilateralismo, algo contrario a los políticos nacionalistas contrarios a los ideales, que han hecho más daño que bien, como Trump, por ejemplo. El mundo debe ser consciente de que jamás existirá de nuevo una hegemonía americana. No habrá una restauración del poderío inigualable de Estados Unidos, y hoy en cambio, hay nuevos países y nuevos jugadores en el escenario de poder e influencia, y entre ellos están China y Rusia, que constituyen desafíos a la paz y estabilidad mundiales. Vale mucho la pena retornar al espíritu del idealismo que hizo posible el progreso y el desarrollo del mundo. Los ideales construyen muchas veces mejores porvenires que la simple aplicación del realismo. Y al comparar 1945 con la época actual, lo podremos corroborar. Los resultados del idealismo a veces son mejores.


Leer el libro de Fareed Zakaria y reflexionar sobre su contenido, es la invitación que les hago, amables lectores.

Las crisis son las grandes detonadoras de los cambios en las sociedades, pero debemos ser conscientes de que estos cambios no siempre estos suceden en beneficio de las personas, que se pueden ver afectadas en su vida, salud, calidad de vida, empleo y perspectivas de un mejor futuro.

Que el cambio de paradigma por el que atraviesa la humanidad derivado de la pandemia, sirva para detonar los cambios destinados a igualar la oportunidades de la gente, y para democratizar los beneficios de la globalización y del salto tecnológico. Es tarea de todos empujar en esa dirección.

lunes, 17 de enero de 2022

Vidas paralelas: 100 años del Huichol

lectura 8 minutos

Un siglo de vida cumple hoy el expresidente Luis Echeverría. Finalmente no se cumplió el famoso refrán popular que dice que "no hay mal que dure 100 años", y hoy "El Huichol" (conocido así por Luis y por nacionalista), arriba al doble tostón, tranquilo y campante en su residencia del surponiente de la Ciudad de México, en la calle de Magnolia 131, en San Jerónimo Lídice; colonia que por cierto fue creada y urbanizada por él para ser la sede de su casa, y para cuyo desarrollo expropió inmensas zonas de los ejidos de San Jerónimo Aculco y San Bernabé Ocotepec, de los que después se apropió, al igual a como hizo con medio estado de Morelos.

Hace ocho años escribí un artículo respecto a los 92 inviernos a los que por entonces arribaba Echeverría (bit.ly/3A3Ba99), volviéndose el presidente mexicano más longevo de la historia. No contemplé entonces una importante posibilidad que en 2014 se veía remota: que pudiera existir en el México contemporáneo y en pleno siglo XXI, una nueva versión de Luis Echeverría. Y sin embargo la tenemos en la figura del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), algo tan lamentable como peligroso para el país.

De Luis Echeverría se ha documentado toda su vida política desde el inicio a mediados de los años 30, cuando a decir de su amigo de juventud José López Portillo, el Huichol admiraba al entonces presidente Lázaro Cárdenas y se propuso emularlo; y hasta el 2006, cuando un juez ordenó en su contra arraigo domiciliario, acusado de desaparición forzada y de ser el autor intelectual de las matanzas estudiantiles de 1968 y 1971. Los juicios fueron promovidos por líderes universitarios de entonces, que fueron víctimas de Echeverría, encabezados por Raúl Álvarez Garín. Trabajando yo unos años antes en la Dirección de Asuntos Jurídicos de la UNAM (durante 2001 y 2002), me tocó participar en el proceso de apersonamiento jurídico de la Universidad en tales juicios. Muchos recordamos al Huichol siendo jaloneado e insultado por las víctimas al entrar a un edificio durante una comparecencia judicial. Tuvo que ser protegido por policías.
Echeverría fue el primer presidente nacional-populista que tuvo México, si nos atenemos a que Lázaro Cárdenas gobernó en una época en que esa categoría política tan latinoamericana aún no existía, y que faltaba aún una década antes de que la inventara Perón en Argentina.

Entre 1970 y 1976 en que gobernó, Echeverría echó a andar una maquinaria para destruir todos los logros obtenidos durante el periodo conocido como El Desarrollo Estabilizador, ese que hizo posible industrializar al país y desarrollarlo en términos económicos y sociales. El famoso milagro mexicano, tan admirado en el mundo de entonces, hizo posible que México obtuviera la sede de los Juegos Olímpicos de 1968 y del Mundial de Futbol de 1970; algo que emularía Brasil con su propio milagro económico entre 2003 y 2010, y que a su vez le otorgó al coloso sudamericano la sede de ambos eventos en 2016 y 2014, respectivamente. El gran salto económico mexicano, enmarcado en el periodo conocido en todo el mundo como Los Treinta Gloriosos, permitió al ciudadano promedio duplicar su nivel de vida entre 1940 y 1970, una movilidad social sin precedentes en tamaño y profundidad para el país. El crecimiento de la clase media en ese periodo fue exponencial. Todo eso lo destruyó el Huichol. Y México aún hoy en 2022 no se ha podido recuperar del desastre causado por él. Ni siquiera los éxitos económicos de los presidentes mexicanos entre 1988 y 2012 lograron revertir el desastre echeverrista. Su legado no solo persiste, sino que se ha reconfigurado en la figura de AMLO. Es aquí en donde los paralelismos nos deben ocupar y preocupar.

Luis Echeverría es el alter ego de López Obrador. Es su más avezado discípulo, aunque por el desprestigio del primero, el segundo esconda su comunión con él. Actúan igual y las coincidencias están a la vista.

Aún olía a pólvora y a muerte en la avenida San Cosme en la Ciudad de México a causa del Halconazo, cuando AMLO se afilió entusiastamente al PRI. Era 1971 y el macuspano comenzaba su trayectoria política, que lo llevaría de la mano de los más autoritarios y estatistas referentes políticos tabasqueños, a ser formado, educado y adoctrinado ideológicamente en el priismo nacional-revolucionario que encabezaba el presidente Echeverría. Esa fue su formación ideológica, la mística que lo tocó, y la forma de gobierno que admiró: la del "hombre fuerte" que concentra todo el poder de manera autoritaria y actúa movido "por la causa de los pobres".

Años antes de que incendiara pozos petroleros, cuando apenas se iniciaba como agitador social en Tabasco, AMLO no se imaginó que llegaría a tener mucho más poder político y económico que Luis Echeverría. Mucho menos soñó que lograría desarrollar una mayor capacidad destructiva que el Huichol. López Obrador superó a su maestro en populismo, solo que sin la capacidad de gestión gubernamental de aquél. AMLO es mucho más peligroso que el Huichol.

Al igual que su mentor, López Obrador viste de guayabera (código de vestimenta por excelencia del político priista nacional-populista). Igual que el Huichol, el macuspano concentró en su persona todo el poder político de México y todas las decisiones trascendentes con impacto político y económico. Similar a Echeverría, AMLO habla y habla y habla, hasta por los codos. La verborrea es a final de cuentas, una de las características más típicas de los populistas. Es esa incontinencia verbal la que los lleva a pontificar de todo, a considerarse como modelos de moral, a descalificar a adversarios y a defender lo indefendible.

Mientras que Luis Echeverría etiquetaba a los empresarios de "riquillos" y "sacadólares", López Obrador también se peleó con ellos, y los ha tachado de "neoliberales", "conservadores" y de "corruptos" (un adjetivo este último que define el actuar de ambos presidentes, de sus familias y de sus círculos cercanos). Igual que Echeverría, el macuspano emprendió medidas estatistas, convirtió al Estado en "empresario" y dilapidó el dinero público. Igual que el Huichol, AMLO afectó severamente a los pobres, cuyo número acrecentó, y arrinconó a la heróica clase media, que vive de su esfuerzo, y no del gobierno. A los miembros de la clase media Echeverría los llamó "fascistas", mientras que López Obrador los bautizó como "aspiracionistas".

Respecto a la clase media por cierto, tengo muy vivos recuerdos que seguramente comparten muchas familias mexicanas. En mi caso, debo decir que mis papás se casaron en octubre de 1970, tres meses antes de que llegara al poder el Huichol. Siempre les escuché decir que Echeverría echó por la borda muchos de los objetivos que pensaron en construir. "Echeverría subió la gasolina y el azúcar casi de inmediato cuando nos casamos", nos decía mamá años más tarde. "Cada que tu papá obtenía un aumento de sueldo o mejoraba su posición, venía al poco tiempo una crisis o una devaluación", fue la frase constante que le escuché decir a ella respecto a los años 70 y a sus secuelas durante toda la década de los 80. Recuerdo a papá llenando el tanque de gasolina del coche una noche antes de que entrara en vigor un gasolinazo (sí, Echeverría también ordenaba gasolinazos). Todo ese desastre lo originó en 1970 Luis Echeverría. En lugar de transformar a México para convertirlo en potencia, cuando el país estaba en condiciones de dar ese salto, y como sí lo entendieron países como Japón, Corea del Sur e incluso China tras la muerte de Mao, el Huichol decidió entorpecer la inversión privada, estatizar la economía, cerrar las puertas del país y tapiarlas a cal y canto. Desperdició una oportunidad y coyuntura históricas e irrepetibles. 

Tanto el Huichol como López Obrador se soñaron tocados por el dedo de la Historia, mejor aún: ellos eran La Historia. Los dos le echaron la culpa a otros de sus propios fracasos, pero al mismo tiempo se vieron trascendiendo a sus sexenios y siendo admirados y aplaudidos por el mundo entero. Esos son los paralelismos. En el caso del echeverrismo ya sabemos en que derivó ese concierto de pedantería: en la quiebra económica del país y en el desprestigio nacional e internacional de su autor.
Ahora viene la cruda asimetría en los dos personajes: AMLO como dije arriba, es una máquina muy eficiente en destruir, pero carece de la pericia gubernamental de Echeverría. El Huichol hay que decirlo, encabezó una administración pública pujante, muy eficiente y con personajes de primera calidad y nivel a cargo de secretarías de Estado y organismos públicos. Gente preparada, con experiencia y una enorme capacidad de gestión administrativa y política. Gracias a eso, Echeverría pudo convirtir a los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo en estados de la República en 1974. El Huichol fue además prolífico en crear organismos públicos que siguen siendo un referente para el país en nuestros días.

¿Qué organismos creó Echeverría? El CONACYT, la UAM, el Infonavitel Fovissste, la Profeco, los CCH de la UNAM, el Conapo de Gobernación, el Issfam (el ISSSTE de las fuerzas armadas), el Fonacot , la Cineteca Nacional, y el Instituto Mexicano de Comercio Exterior (IMCE); entre muchos otros. A eso se debe sumar la infraestructura carretera y de transporte que impulsó, incluidas las ampliaciones de líneas del Metro en la Ciudad de México que ordenó. La obra pública de esa época no ha ocasionado tragedias, ni entonces ni ahora.

¿Qué ha creado en cambio López Obrador? Nada.

Contrario a su mentor, AMLO ha sido incapaz de crear un solo organismo. Y ya ni hablar de pensar en uno solo que trascienda a su gobierno. Sus dos obras "emblema", la Central Avionera de Santa Lucía y el Tren Maya, son rotundos fracasos en términos administrativos y de viabilidad. Incluso hasta las sucursales del supuesto "Banco del Bienestar" que prometió construir son inexistentes. López Obrador es el hazmerreír administrativo de todos sus predecesores vivos, incluido Echeverría.

Como presidente, López Obrador no ha construido ni legado nada que vaya a permanecer en pie después de él. Y en cambio ha destruido a ritmo industrial todo lo que recibió: instituciones, organismos y capital humano en el servicio público. AMLO ha tirado por la borda décadas enteras de experiencia gubernamental y administrativa acumuladas: destruyó al gobierno de México. Así,  tal cual.

AMLO heredó pues, los peores rasgos autoritarios y de corrupción de Luis Echeverría, sus ínfulas de grandeza y su populismo económico, pero carece por completo de la capacidad como gobernante de aquél. 

Eso solo puede vaticinar un fin de gobierno muy peligroso en 2024, y un séptimo año que obliga a encender todas las alertas. Sí, López Obrador es la versión 2.0 de Luis Echeverría. Solo que en versión muy chafa y con rebaba.

martes, 4 de enero de 2022

1822, el año que fuimos Imperio

 lectura 8 minutos


En 2022 se cumple el bicentenario del único momento en la historia en que México se se soñó grande y en el que fue una promesa de nación admirada por toda América Latina y temida por Estados Unidos, que por entonces era aún pequeño, vulnerable y débil.

El nuevo país, posible gracias a Don Agustín de Iturbide iba en la ruta de convertirse en una potencia en 1822. Era inmenso en territorio, recursos naturales, instituciones, cultura y prestigio, todo lo cual asombró a Alexander von Humboldt cuando lo visitó años antes.

La Nueva España fue durante tres siglos la joya de la Corona española. Era su más grande y rica posesión, la cual en 1794 alcanzó su máxima extensión territorial: abarcaba desde La Florida en el extremo más oriental, hasta la Alta California en el occidental; y de Quebec en el extremo más septentrional (jurídicamente posesión española), hasta la frontera del virreinato de la Nueva Granada en el sur (considerando que la Capitanía General de Guatemala le estaba adscrita). En tanto unidad territorial de más de 6 millones de kilómetros cuadrados, la Nueva España era solo comparable en extensión con los dominios de los zares rusos. La imagen de semejante inmensidad puede ser vista en el mapa que se encuentra en la sede de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; la más antigua organización científica de América (fundada en 1833). Fue el momento cumbre de la Colonia, cuando la Nueva España era gobernada desde la metrópoli por Carlos IV (en cuyo honor se erigió la estatua "El Caballito"), y que aquí en su representación, administraba quien es considerado el mejor virrey en tres siglos: el conde de Revillagigedo, cuyo nombre era Juan Vicente Güemes Pacheco y Padilla.
Las características de México las tenía muy claras Agustín de Iturbide cuando en 1821 consumó la independencia nacional. Por eso tuvo la visión de concebir al nuevo país como un imperio, tal y como correspondía a una nación tan grande en todos los órdenes. Por entonces además, la forma de gobierno más común y aceptada en el mundo eran las monarquías, y la mayor aspiración de cualquier país con hambre de éxito era convertirse en un imperio. No es casualidad que el siglo XIX vio nacer o coincidir al mayor número de imperios políticos en la historia: los imperios español, francés, británico, ruso, alemán, austrohúngaro, otomano y japonés. 

En 1822, Iturbide hizo lo que correspondía a un estadista que aspiraba a hacer que su país fuera temido y respetado en el mundo: erigirlo en imperio. Y a ese propósito se encaminó a los pocos meses de consumar la Independencia, buscando en todo momento que esa decisión no fuera una imposición sino producto de la decisión de la más alta representación popular, que era el Congreso. Iturbide no creía en las revoluciones ni en el desorden. Antes bien, el que debe ser considerado como padre de la Patria, creía que el orden era la base de todo desarrollo civilizatorio. Por eso se negó a unirse a Hidalgo años antes, cuando el cura de Dolores, que era pariente suyo, lo había invitado a unirse a la lucha armada. Como hombre de su tiempo, Iturbide atestiguó el torbellino napoleónico en Europa; un proceso de destrucción, que fue en su momento vaticinado por ese enemigo acérrimo de la Revolución francesa que fue Edmund Burke. Por eso también Iturbide creía más en construir grandes proyectos que en destruir por destruir. Era ante todo un consumador, que no instigador de revueltas, mismas que redujo a lo mínimo necesario. Con esa visión y esa mentalidad fue también el padre del conservadurismo mexicano.

El 20 de mayo de 1822, el Congreso erigió formalmente a México como Imperio, a través de la proclamación unánime de Iturbide como emperador. Incluso y como él mismo lo narra en sus memorias, pretendió extender la votación a las provincias, sugiriendo detener dicha proclamación hasta que no se lograra lo anterior. Los diputados quisieron que fuera ya proclamado, y no esperar a que tuviera verificativo lo anterior. Por lo que al final y contrario a su petición, Iturbide fue electo emperador con 60 votos a favor contra 15. Fue ahí que México como país independiente, alcanzó su mayor extensión territorial, al haberse sumado Centroamérica al Imperio; lo que hacía que el territorio nacional comenzara desde la Alta California y concluyera en Costa Rica. El Imperio recibió el beneplácito de las provincias, que pronto terminaron enviando su apoyo por escrito. A los dos meses Iturbide fue coronado emperador en la Catedral de la Ciudad de México. Pronto el Congreso creó la Gran Cruz de la Orden Imperial de Guadalupe, que confería título nobiliario mexicano a quienes la recibieron, y mandó acuñar monedas del emperador, en cuya cara anversa, junto a su imagen, se leía la frase Agustinus Dei Providentia, y al reverso y abreviada, la fórmula Mexici primus imperator constitutionalis (o primer emperador constitucional de México, lo que confirma el compromiso firme de Iturbide con la monarquía parlamentaria).
Por su parte, la bandera nacional, también creada por Iturbide desde que encabezó al Ejército de las Tres Garantías, recibió la categoría de bandera imperial, al colocarse una corona al águila del escudo nacional. Se trataba de una representación equivalente a la que prevalecía en las monarquías europeas. La bandera mexicana utilizaba los colores de las tres garantías (unión, religión e independencia), inspirados a la vez en la representación cromática de las virtudes teologales, tan bien descritas por Dante en La Divina Comedia.
El prestigio de Iturbide y del Imperio Mexicano inspiraron al cono sur del continente. En septiembre de ese 1822, Brasil que por su parte había sido la joya de la corona portuguesa, decidió también transformarse en un imperio, cuando los Bragança, la familia real portuguesa, huyó de la metrópoli y se asentó en Río de Janeiro. El imperio brasileño fue gobernado por el monarca portugués en el exilio, que lo hizo como Pedro I de Brasil y IV de Portugal.

A los pocos meses de iniciado el Imperio, una comisión encabezada por Juan Francisco de Azcárate, se dio a la tarea de conducir las relaciones de una gran potencia, como se veía a sí mismo el Imperio. Azcárate sustentó su tarea de fomentar relaciones en cuatro criterios: naturaleza, dependencia, necesidad y política, y sobre los mismos emitió un dictamen. Conforme a la naturaleza, Azcárate alertó del peligro que se cernía sobre Tejas, y sobre el expansionismo de Estados Unidos. También alertó la posibilidad de que Rusia, que poseía Alaska, quisiera apoderarse de California; mientras que con los británicos convenía fijar las fronteras del Oregón y otras posesiones. Las relaciones de dependencia, eran las islas de Cuba y Puerto Rico, mismas que consideraba que tarde o temprano se unirían al Imperio, pero primero debían separarse de España. También sugirió sumar a las Filipinas y a las islas Marianas con ese mismo criterio. De esa manera el Imperio Mexicano tendría territorios en Asia. Por lo que hace a la necesidad, el dictamen reconocía al catolicismo como el sustento espiritual de la nación, y por lo tanto, convenía mantener la relación privilegiada con la Santa Sede, y buscar heredar el privilegio del Patronato Real, que ostentó la Corona española durante trescientos años. Conforme a tal, Iturbide debía tener el poder de determinar circunscripciones eclesiásticas, y nombrar obispos. Finalmente, en cuanto a las relaciones políticas, el dictamen reconocía a España como la madre patria, y como la relación más importante del Imperio, seguida de Gran Bretaña y Francia. Y proponía estrechar los lazos con las naciones hispanoamericanas, que también estaban surgiendo.

Desafortunadamente, y a diferencia de los intentos europeos que sí lograron consolidarse a lo largo de la historia, la experiencia mexicana duró apenas poco menos de un año, y al final cayó el Imperio, producto de una bien orquestada confabulación en la que dos personajes siniestros fueron clave en el desenlace: Antonio López de Santa Anna y el considerado como primer embajador de Estados Unidos en México: Joel R. Poinsett. La vulgar ambición y la inquina en el orden doméstico, se sumó a la voracidad expansionista y a la envidia en el orden externo, para que los acontecimientos jugaran en contra del interés nacional.

El Imperio Mexicano había nombrado como ministro plenipotenciario en Estados Unidos a José Manuel Zozaya, quien acudió a Washington. Tenía la instrucción de investigar las ambiciones del país vecino sobre los territorios mexicanos, así como enterarse de su capacidad militar y naval. Joel R. Poinsett, que mientras tanto había sido enviado a México como agente confidencial de Estados Unidos, recomendó al presidente James Monroe detener el reconocimiento del Imperio, y estando en México, de inmediato se involucró en la política nacional para gestionar los intereses expansionistas de su país. Una de sus primeras conspiraciones fue para apoyar la intención de Esteban Austin, hijo de Moisés, por colonizar de estadounidenses el territorio de Tejas.

A la animadversión estadounidense hacia el Imperio, se sumó la rebelión interna, en parte fraguada por Poinsett y las logias masónicas que ya estaban presentes en México, y que dirigidas desde Estados Unidos se proponían convertir a México en una república, para así tener frente a sí a un gobierno mexicano más débil con el cual negociar concesiones territoriales. El gran aliado de ese propósito fue Antonio López de Santa Anna, quien tantos dolores de cabeza le daría a la nación durante los siguientes treinta años. Santa Anna se levantó en armas en Veracruz en diciembre de 1822, y con el apoyo de sus aliados (entre los que se encontraban Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Nicolás Bravo), proclamaron el Plan de Casa Mata, con el cual desconocieron al Imperio y a Iturbide, que de pronto se vio rodeado de traidores, que no eran otros que los mismos que lo vitorearon meses antes.

Los rebeldes se fortalecieron y terminaron por arrinconar a las pocas fuerzas leales del emperador. Quizás la traición que más dolió al emperador fue la de José Antonio Echávarri, hábil militar que había estado a su lado desde la época en que ambos pertenecían a las fuerzas realistas, y a quien Iturbide daba el trato de hijo. Fue su Bruto. La de Echávarri es una de las traiciones que más definieron el rumbo político de México.

Los diputados al Congreso, reinstalados por el emperador el 4 de marzo de 1823, después de haber sido disueltos en octubre anterior por aquél en uso de sus atribuciones imperiales, se reunieron en Puebla, y ahí fueron convocados a una sesión general por el emperador para el 19 de ese mes, día de San José: la misma fecha –coincidencia–, en la que 15 años antes, en 1808, estalló en Aranjuez el motín popular que condujo a la abdicación de Carlos IV. Parecía que Iturbide heredaba esa tragedia española.

Estando reunidos los diputados, fue leída una carta de Iturbide, en la que éste abdicaba del trono. En los motivos que daba Iturbide ––consumador nato al fin––, estaba el de terminar con la revuelta y evitar una guerra civil. Acto seguido Iturbide puso en manos del Congreso el poder ejecutivo, un acto que refleja la institucionalidad de Don Agustín, que revistió de protocolo su partida del poder, que acompañó de su decisión personal de expatriarse. La carta dejó perplejos a los diputados. Todo se había consumado, y México no tenía ya emperador.

Lo que vino inmediatamente después, fue el inicio del periodo de mayor inestabilidad política para el país en el caótico siglo XIX, que duraría hasta 1867. Durante ese tiempo, las repúblicas centroamericanas se separaron y Estados Unidos se engulló más de la mitad del territorio; lo que hizo que la extensión territorial disminuyera de 4 a 1.9 millones de kilómetros cuadrados. México enfrentó en el mismo lapso 4 invasiones extranjeras (la expedición de Barradas, la guerra de los pasteles, la invasión estadounidense y la intervención francesa). Y para colmo de males, el país se ensangrentó en el ámbito interno con la guerra de los tres años (la también llamada guerra de reforma). El país perdió su impulso inicial y no lo recobró nunca más.

Es verdad que las ucronías no deben considerarse como base para hacer prospectiva histórica. No existe forma científica que comprobar las consecuencias históricas de un hecho que no sucedió. Pero vale la pena darse una licencia histórica para analizar algunos posibles escenarios de lo que pudo haber pasado si el Primer Imperio Mexicano hubiera persistido. 

El Imperio Mexicano era constitucional, pues Iturbide creía firmemente en la voluntad popular. De resistir en el tiempo y desarrollarse, ese modelo de monarquía parlamentaria habría garantizado las fronteras, la extensión territorial mexicana, y se pudo convertir en polo de atracción para la unidad hispanoamericana, incluido, como lo dictaminó Azcárate, la anexión voluntaria de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. México se pudo convertir en la capital natural de un Imperio que creciera con el comercio y la industria (el sueño de Lucas Alamán), con capital en la Ciudad de México. Una nueva Washington, pero imperial. O mejor dicho, una Madrid americana.

La colonización inteligente de tan inmensos territorios, invitando a ciudadanos de diversas partes del mundo a vivir aquí (similar a la política australiana o canadiense del siglo XX), hubiera dado origen a un verdadero crisol cultural, que se asimilaría a la riquísima cultura mexicana. Después de todo, el país había vivido ya tres siglos de estabilidad y expansión durante la Colonia. Las posibilidades del Imperio hubieran sido no solo igualar a Brasil, cuyo imperio duró hasta 1898, sino incluso superarlo. Y quizás con el tiempo, y con la misma grandeza territorial, evolucionar hacia formas cada vez más democráticas de acrecentar las libertades y la prosperidad de la población. Así como lo hizo esa gran nación contemporánea, modelo de democracia, que es el único imperio del mundo libre en el siglo XXI: Japón.

México en cambio no logró trascender como lo hicieron todos los imperios que hoy en día son potencias económicas y de desarrollo, incluido Brasil.

No es revisionismo histórico lo que se propone en este ensayo. Pero queda claro que los países más desarrollados del mundo en la actualidad, los que menos desigualdad económica y social tienen, y los que son modelo de libertades y de prosperidad, son las monarquías parlamentarias. No hay una sola que sea un fracaso como proyecto de nación en el mundo contemporáneo. Por eso vale la pena soñar en retrospectiva y ubicarnos en 1822, el año que fuimos Imperio.