lunes, 17 de enero de 2022

Vidas paralelas: 100 años del Huichol

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Un siglo de vida cumple hoy el expresidente Luis Echeverría. Finalmente no se cumplió el famoso refrán popular que dice que "no hay mal que dure 100 años", y hoy "El Huichol" (conocido así por Luis y por nacionalista), arriba al doble tostón, tranquilo y campante en su residencia del surponiente de la Ciudad de México, en la calle de Magnolia 131, en San Jerónimo Lídice; colonia que por cierto fue creada y urbanizada por él para ser la sede de su casa, y para cuyo desarrollo expropió inmensas zonas de los ejidos de San Jerónimo Aculco y San Bernabé Ocotepec, de los que después se apropió, al igual a como hizo con medio estado de Morelos.

Hace ocho años escribí un artículo respecto a los 92 inviernos a los que por entonces arribaba Echeverría (bit.ly/3A3Ba99), volviéndose el presidente mexicano más longevo de la historia. No contemplé entonces una importante posibilidad que en 2014 se veía remota: que pudiera existir en el México contemporáneo y en pleno siglo XXI, una nueva versión de Luis Echeverría. Y sin embargo la tenemos en la figura del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), algo tan lamentable como peligroso para el país.

De Luis Echeverría se ha documentado toda su vida política desde el inicio a mediados de los años 30, cuando a decir de su amigo de juventud José López Portillo, el Huichol admiraba al entonces presidente Lázaro Cárdenas y se propuso emularlo; y hasta el 2006, cuando un juez ordenó en su contra arraigo domiciliario, acusado de desaparición forzada y de ser el autor intelectual de las matanzas estudiantiles de 1968 y 1971. Los juicios fueron promovidos por líderes universitarios de entonces, que fueron víctimas de Echeverría, encabezados por Raúl Álvarez Garín. Trabajando yo unos años antes en la Dirección de Asuntos Jurídicos de la UNAM (durante 2001 y 2002), me tocó participar en el proceso de apersonamiento jurídico de la Universidad en tales juicios. Muchos recordamos al Huichol siendo jaloneado e insultado por las víctimas al entrar a un edificio durante una comparecencia judicial. Tuvo que ser protegido por policías.
Echeverría fue el primer presidente nacional-populista que tuvo México, si nos atenemos a que Lázaro Cárdenas gobernó en una época en que esa categoría política tan latinoamericana aún no existía, y que faltaba aún una década antes de que la inventara Perón en Argentina.

Entre 1970 y 1976 en que gobernó, Echeverría echó a andar una maquinaria para destruir todos los logros obtenidos durante el periodo conocido como El Desarrollo Estabilizador, ese que hizo posible industrializar al país y desarrollarlo en términos económicos y sociales. El famoso milagro mexicano, tan admirado en el mundo de entonces, hizo posible que México obtuviera la sede de los Juegos Olímpicos de 1968 y del Mundial de Futbol de 1970; algo que emularía Brasil con su propio milagro económico entre 2003 y 2010, y que a su vez le otorgó al coloso sudamericano la sede de ambos eventos en 2016 y 2014, respectivamente. El gran salto económico mexicano, enmarcado en el periodo conocido en todo el mundo como Los Treinta Gloriosos, permitió al ciudadano promedio duplicar su nivel de vida entre 1940 y 1970, una movilidad social sin precedentes en tamaño y profundidad para el país. El crecimiento de la clase media en ese periodo fue exponencial. Todo eso lo destruyó el Huichol. Y México aún hoy en 2022 no se ha podido recuperar del desastre causado por él. Ni siquiera los éxitos económicos de los presidentes mexicanos entre 1988 y 2012 lograron revertir el desastre echeverrista. Su legado no solo persiste, sino que se ha reconfigurado en la figura de AMLO. Es aquí en donde los paralelismos nos deben ocupar y preocupar.

Luis Echeverría es el alter ego de López Obrador. Es su más avezado discípulo, aunque por el desprestigio del primero, el segundo esconda su comunión con él. Actúan igual y las coincidencias están a la vista.

Aún olía a pólvora y a muerte en la avenida San Cosme en la Ciudad de México a causa del Halconazo, cuando AMLO se afilió entusiastamente al PRI. Era 1971 y el macuspano comenzaba su trayectoria política, que lo llevaría de la mano de los más autoritarios y estatistas referentes políticos tabasqueños, a ser formado, educado y adoctrinado ideológicamente en el priismo nacional-revolucionario que encabezaba el presidente Echeverría. Esa fue su formación ideológica, la mística que lo tocó, y la forma de gobierno que admiró: la del "hombre fuerte" que concentra todo el poder de manera autoritaria y actúa movido "por la causa de los pobres".

Años antes de que incendiara pozos petroleros, cuando apenas se iniciaba como agitador social en Tabasco, AMLO no se imaginó que llegaría a tener mucho más poder político y económico que Luis Echeverría. Mucho menos soñó que lograría desarrollar una mayor capacidad destructiva que el Huichol. López Obrador superó a su maestro en populismo, solo que sin la capacidad de gestión gubernamental de aquél. AMLO es mucho más peligroso que el Huichol.

Al igual que su mentor, López Obrador viste de guayabera (código de vestimenta por excelencia del político priista nacional-populista). Igual que el Huichol, el macuspano concentró en su persona todo el poder político de México y todas las decisiones trascendentes con impacto político y económico. Similar a Echeverría, AMLO habla y habla y habla, hasta por los codos. La verborrea es a final de cuentas, una de las características más típicas de los populistas. Es esa incontinencia verbal la que los lleva a pontificar de todo, a considerarse como modelos de moral, a descalificar a adversarios y a defender lo indefendible.

Mientras que Luis Echeverría etiquetaba a los empresarios de "riquillos" y "sacadólares", López Obrador también se peleó con ellos, y los ha tachado de "neoliberales", "conservadores" y de "corruptos" (un adjetivo este último que define el actuar de ambos presidentes, de sus familias y de sus círculos cercanos). Igual que Echeverría, el macuspano emprendió medidas estatistas, convirtió al Estado en "empresario" y dilapidó el dinero público. Igual que el Huichol, AMLO afectó severamente a los pobres, cuyo número acrecentó, y arrinconó a la heróica clase media, que vive de su esfuerzo, y no del gobierno. A los miembros de la clase media Echeverría los llamó "fascistas", mientras que López Obrador los bautizó como "aspiracionistas".

Respecto a la clase media por cierto, tengo muy vivos recuerdos que seguramente comparten muchas familias mexicanas. En mi caso, debo decir que mis papás se casaron en octubre de 1970, tres meses antes de que llegara al poder el Huichol. Siempre les escuché decir que Echeverría echó por la borda muchos de los objetivos que pensaron en construir. "Echeverría subió la gasolina y el azúcar casi de inmediato cuando nos casamos", nos decía mamá años más tarde. "Cada que tu papá obtenía un aumento de sueldo o mejoraba su posición, venía al poco tiempo una crisis o una devaluación", fue la frase constante que le escuché decir a ella respecto a los años 70 y a sus secuelas durante toda la década de los 80. Recuerdo a papá llenando el tanque de gasolina del coche una noche antes de que entrara en vigor un gasolinazo (sí, Echeverría también ordenaba gasolinazos). Todo ese desastre lo originó en 1970 Luis Echeverría. En lugar de transformar a México para convertirlo en potencia, cuando el país estaba en condiciones de dar ese salto, y como sí lo entendieron países como Japón, Corea del Sur e incluso China tras la muerte de Mao, el Huichol decidió entorpecer la inversión privada, estatizar la economía, cerrar las puertas del país y tapiarlas a cal y canto. Desperdició una oportunidad y coyuntura históricas e irrepetibles. 

Tanto el Huichol como López Obrador se soñaron tocados por el dedo de la Historia, mejor aún: ellos eran La Historia. Los dos le echaron la culpa a otros de sus propios fracasos, pero al mismo tiempo se vieron trascendiendo a sus sexenios y siendo admirados y aplaudidos por el mundo entero. Esos son los paralelismos. En el caso del echeverrismo ya sabemos en que derivó ese concierto de pedantería: en la quiebra económica del país y en el desprestigio nacional e internacional de su autor.
Ahora viene la cruda asimetría en los dos personajes: AMLO como dije arriba, es una máquina muy eficiente en destruir, pero carece de la pericia gubernamental de Echeverría. El Huichol hay que decirlo, encabezó una administración pública pujante, muy eficiente y con personajes de primera calidad y nivel a cargo de secretarías de Estado y organismos públicos. Gente preparada, con experiencia y una enorme capacidad de gestión administrativa y política. Gracias a eso, Echeverría pudo convirtir a los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo en estados de la República en 1974. El Huichol fue además prolífico en crear organismos públicos que siguen siendo un referente para el país en nuestros días.

¿Qué organismos creó Echeverría? El CONACYT, la UAM, el Infonavitel Fovissste, la Profeco, los CCH de la UNAM, el Conapo de Gobernación, el Issfam (el ISSSTE de las fuerzas armadas), el Fonacot , la Cineteca Nacional, y el Instituto Mexicano de Comercio Exterior (IMCE); entre muchos otros. A eso se debe sumar la infraestructura carretera y de transporte que impulsó, incluidas las ampliaciones de líneas del Metro en la Ciudad de México que ordenó. La obra pública de esa época no ha ocasionado tragedias, ni entonces ni ahora.

¿Qué ha creado en cambio López Obrador? Nada.

Contrario a su mentor, AMLO ha sido incapaz de crear un solo organismo. Y ya ni hablar de pensar en uno solo que trascienda a su gobierno. Sus dos obras "emblema", la Central Avionera de Santa Lucía y el Tren Maya, son rotundos fracasos en términos administrativos y de viabilidad. Incluso hasta las sucursales del supuesto "Banco del Bienestar" que prometió construir son inexistentes. López Obrador es el hazmerreír administrativo de todos sus predecesores vivos, incluido Echeverría.

Como presidente, López Obrador no ha construido ni legado nada que vaya a permanecer en pie después de él. Y en cambio ha destruido a ritmo industrial todo lo que recibió: instituciones, organismos y capital humano en el servicio público. AMLO ha tirado por la borda décadas enteras de experiencia gubernamental y administrativa acumuladas: destruyó al gobierno de México. Así,  tal cual.

AMLO heredó pues, los peores rasgos autoritarios y de corrupción de Luis Echeverría, sus ínfulas de grandeza y su populismo económico, pero carece por completo de la capacidad como gobernante de aquél. 

Eso solo puede vaticinar un fin de gobierno muy peligroso en 2024, y un séptimo año que obliga a encender todas las alertas. Sí, López Obrador es la versión 2.0 de Luis Echeverría. Solo que en versión muy chafa y con rebaba.

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