martes, 1 de febrero de 2022

10 lecciones para un mundo post-pandemia

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El 25 junio de 2017, casi tres años antes del inicio de la pandemia, Fareed Zakaria, el reconocido escritor y periodista indo-americano, hizo la siguiente predicción en su programa de televisión de CNN:

"Una de las mayores amenazas para Estados Unidos, no es tan grande. De hecho, es diminuta, microscópica, miles de veces más pequeña que la cabeza de un alfiler. Los patógenos mortales, sean naturales o hechos por el hombre, podrían detonar una crisis de salud global, y los Estados Unidos están totalmente desprevenidos para lidiar con ello... Ciudades densamente pobladas, las guerras, los desastres naturales y los viajes aéreos internacionales significan que un virus mortal propagado en un pueblo de África pueda transmitirse casi a cualquier lugar en el mundo, incluidos los Estados Unidos, dentro de 24 horas.... [Los problemas de] bioseguridad y las pandemias atraviesan todas las fronteras nacionales. Los patógenos, los virus y las enfermedades tienen la misma oportunidad de ser asesinas. Cuando la crisis llegue, esperemos que tengamos más financiamiento y más cooperación internacional. Pero para entonces, será demasiado tarde". 

La pandemia está cumpliendo dos años de ser el más importante tema de la agenda mundial, y el famoso escritor y pensador de origen hindú escribió un excelente libro en el que aporta 10 lecciones para un mundo post-pandemia, que es el título del mismo. Es un librazo que les recomiendo. Su versión original es en inglés (que fue como yo lo leí), y recientemente fue también editado en español. Les comparto enseguida una breve reseña con los puntos esenciales del libro, sin ahondar en los detalles, que encontrarán al leerlo.

La lección uno, que nos aporta Zakaria se llama abróchate el cinturón de seguridad. Ahí, el autor refiere que los humanos siempre estamos expuestos a riesgos y cataclismos que nunca dejan de presentarse, para los que no estamos casi nunca preparados y peor aún: para los que ni siquiera nos molestamos en prevenirlos. Las tres mayores crisis del siglo XXI, como el 9/11, la crisis financiera de 2008 y el Covid-19, explica el autor, sucedieron por no prevenir, respectivamente, los riesgos que conllevaba el capitalismo excluyente, los mercados financieros sin regulación y el cambio de hábitos alimenticios sin control. Las crisis no solo se deben afrontar, sino también prevenir, comenzando con las del cambio climático y las emergencias sanitarias. Se requiere un cambio de cultura en el mundo para anticiparse a los efectos de esas crisis que inminentemente llegan siempre, tarde o temprano. La cooperación internacional para prevenir esas crisis, debe acompañarse de medidas tan necesarias en la vida de la gente, como la mayor parte de las veces ignoradas: comprar seguros y abrocharse el cinturón.

La lección dos se denomina Lo que importa no es la cantidad de gobierno, sino la calidad. Aquí Zakaria hace la ineludible comparación sobre cómo enfrentaron la pandemia los países responsables y los que no. Encuentra que en el manejo y control de la contingencia sanitaria, la democracia demostró ser más efectiva que los regímenes autoritarios o bien populistas, que son tan autoritarios como irresponsables. Menciona en el primer grupo a Corea del Sur, Nueva Zelanda, Taiwán, Alemania o Austria, países modelo de la buena gestión de la emergencia de salud. En el segundo grupo en cambio, incluye a Estados Unidos, Brasil y México. El autor se pregunta por qué algunos estados tienen gobiernos que funcionan bien y otros no. Enseguida hace un balance histórico de las burocracias efectivas, comenzando con el Imperio Romano o Bizancio, y de ahí se sigue hasta nuestros días, en donde los gobiernos de países pequeños o menos poderosos, son más efectivos para servir a los ciudadanos y protegerlos que los que se supone que cuentan con mejores medios para ello. Y al final, dice, de eso se trata: de la eficiencia y no de la ideología. Los estados fuerte, con gobiernos fuertes y con capacidad de intervención, pero regidos al mismo tiempo por leyes sólidas, tendrán mejor calidad sin importar que sean chicos. Los países exitosos no minimizan al Estado, sino que lo dotan de capacidad de acción, ahí donde la iniciativa privada no interviene. Esa característica la comparten los países exitosos ante la pandemia. Eso nos lleva a la tercera lección.

La lección tres es llamada Los mercados no son suficientes. Un mantra muy arraigado por siglos en los países más desarrollados de Occidente era que el libre mercado y la desregulación eran el origen de la riqueza y del bienestar. Sin embargo la forma de pensar de la gente en todo el mundo ha comenzado a cambiar a partir de que la pandemia exhibió la vulnerabilidad de quienes carecieron –o carecen– de los medios suficientes para hacerle frente a las necesidades más apremiantes que trajo consigo la emergencia sanitaria. La comparación de China con Estados Unidos exhibe los puntos débiles del libre mercado. Es verdad que la liberación de mercados en la última década incentivó el crecimiento y la innovación, pero también fomentó la concentración del ingreso, la desigualdad y un sistema político que ha sido comprado por los más poderosos. Y mientras eso ocurre, China puso en marcha su modelo de Mercado-Leninismo (Market-Leninism), con el que mezcla un capitalismo inmenso con un modelo a la vez estatal. El mundo es cada vez más uno en donde los ciudadanos deben pagar por participar (comenzando con la salud), lo que ha dejado a millones a su suerte. Es posible sin embargo, dice el autor parafraseando a Francis Fukuyama, llegar a Dinamarca, un país que es exitoso en su libre mercado porque su gobierno es fuerte, y viceversa. Ese país cobra altos impuestos, pero es líder en redistribución, y eso le permite tener un estado de bienestar robusto, que a la vez incentiva la inversión, al disminuir los costos de invertir y de crear o de eliminar empleos: el Estado es generoso con las personas sin empleo. Igual a como lo es con la salud, la educación, la seguridad y los servicios públicos: Es el Estado generando prosperidad compartida, en apoyo del mercado.

La lección cuatro lleva por nombre La gente debería escuchar a los expertos –– y los expertos deberían escuchar a la gente. En este punto, el autor comienza por exhibir el terrible daño que políticos como Donald Trump en Estados Unidos, López Obrador en México, o Bolsonaro en Brasil, entre tantos otros que menciona, hicieron a sus países y a sus gobernados por rechazar sistemáticamente la opinión de los expertos durante la pandemia. Por el contrario, declararon desde que eran candidatos que "la gente estaba harta de los expertos". Contrario a ellos, la [entonces] canciller alemana Angela Merkel ––científica–– fue ejemplo mundial de... poner el ejemplo, y de comunicar a su pueblo las medidas que se estaban tomando ante la pandemia y el por qué. Y sin embargo los ciudadanos en el mundo están llevando al poder a los políticos más irresponsables porque estos saben leer a la gente y manipularla para canalizar el enojo y frustración popular en contra de las élites de poder, a las que los líderes populistas culpan de la situación de desventaja social de sus potenciales electores. Y al final una mayoría de estos políticos ya en el poder, se erigen en la única fuente de su verdad, por encima de la de los expertos, con la consecuencia inmediata que eso trae para la gente en términos negativos, mientras que los políticos más serios son desplazados por no haber sabido superar a esos políticos, que ante las crisis son un pasivo para sus pueblos. En resumen, dice Zakaria, la gente debería escuchar a los expertos. Pero también los expertos a la gente.

La lección cinco tiene por título La vida es digital. Cuando concluyó la pandemia de influenza (o gripe española) en 1920, el mundo no volvió a una nueva normalidad, sino simplemente a la normalidad de acudir a trabajar para tener empleo, ir a las tiendas para poder comprar comida, o a los teatros y salones de música para entretenerse. No tenían de otra. Y sin embargo, la pandemia de Covid-19 en 2020 llegó en un momento de salto tecnológico cuando todo eso se volvió posible con solo oprimir un par de botones, desde la comodidad del hogar. Y más allá de eso, la pandemia incluso aceleró esa posibilidad. Ya todo lo que nos rodea es digital. Incluso negocios que nunca se crearon ni pensaron para ser digitales, como los estrenos de películas, la comida de lujo o las consultas médicas, se tuvieron que adaptar a esta nueva realidad. La economía cambió por completo y ese cambio no hará sino ensancharse cada vez más. Si de por sí el salto tecnológico iba empujando a la sociedad hacia allá, con la pandemia no hubo de otra, y el cambio se tuvo que aceptar y acelerar. Se ha acelerado también la competencia entre la IA y las personas por los puestos de trabajo. Cada vez más profesiones serán desplazadas (algunas) o complementadas (las más) por la IA, y esto traerá consigo otro reto para la sociedad, pues la gente comenzará a poner en duda su propósito en la vida. La vida es ya digital y lo será cada vez más, y precisamente por eso, ahora nos enfocaremos más en lo que a diferencia de las máquinas, nos vuelve más humanos.

La lección seis se intitula Aristóteles tenía razón–– somos animales sociales. Las grandes ciudades son la forma típica en que los humanos se agrupan desde hace más de un siglo. Y sin embargo también son epicentros de grandes catástrofes, incluidas por supuesto las pandemias. La de Covid-19 convirtió a las principales urbes del mundo en lugares fantasma en 2020. Y a pesar de ello, la historia demuestra que las ciudades que sufren desastres o destrucción, suelen salir de sus crisis más fuertes que antes. La tecnología las ha vuelto cada más habitables. Y a pesar de las calamidades, su población goza de mejor acceso a condiciones de salud y mejores servicios públicos. Son las ciudades el centro de las grandes ideas, la innovación y la acción. Para 2030, el 80% de la población vivirá en megaciudades. La urbanización es un proceso que no parará, y las ciudades (grandes o chicas) serán cada vez más habitables. Esto prueba que la gente disfruta del contacto con otros, y vivir con otros, y no alejados. Nos gusta participar, colaborar y competir, a pesar de las calamidades. Los humanos crean ciudades y éstas crean a los humanos ––son dos caras de una misma moneda––. Aristóteles tenía razón: somos animales sociales por naturaleza.

La lección siete es esta: La inequidad se pondrá peor. Decía el famoso artista mexicano José Guadalupe Posada –nos recuerda Zakaria–, que la muerte es democrática, y nos alcanza a todos por igual. Y que al final, con independencia de si uno es blanco, moreno, rico o pobre, todos terminaremos siendo esqueletos. La pandemia es el gran ecualizador y nos iguala a todos en la desgracia, sin importar nacionalidad, raza, clase o credo. El Covid-19 aceleró el proceso de desigualdad entre países, que había estado estabilizado, y por supuesto la inequidad entre las personas; lo mismo en términos de acceso a la salud, que de acceso a ayuda gubernamental y a las expectativas personales. Y la inequidad también pegará a las empresas, pues las más grandes se volverán más ricas y grandes. Estamos comenzando una época en donde lo que antes no se cobraba, ya se cobra. Todo tiene un precio, incluso un pasaporte o una ciudadanía. Muchos países ya están comenzando a vender su ciudadanía, y a precios altos. Y en una sociedad en donde cada vez más cosas son cobradas y cuestan más, la inequidad crecerá. Es muy probable que habrá otra pandemia, y necesitamos reconocer que deberemos mantener a todos seguros y con salud, sean ricos o pobres. La inequidad podrá ser inevitable, pero en el más elemental sentido moral, todos los humanos son iguales.

La lección ocho de Zakaria es que La Globalización no significa la muerte. La globalización o proceso de integración entre los países del mundo es con frecuencia objeto del ataque de personas o grupos que buscan culpar a ese fenómeno, de las cosas malas que ocurren hacia adentro de los países; desde las crisis financieras, las económicas, las del empleo o las de salud (pandemias). Hasta el Covid-19, por ejemplo, se hablaba de la gripe española (1918-19) o más recientemente, del Síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés). Lo mismo se intentó infructuosamente respecto del Covid-19. La realidad sin embargo, es que la pandemia aceleró la capacidad de respuesta de los países, y su mutua dependencia también. Y lo mismo ha ocurrido en la economía en general.

La economía digital vive hoy su mejor época, y la interdependencia económica entre países es la norma. Incluso en el pasado, lo que socavó la última gran era de la globalización fue consecuencia de la realpolitik, no de la economía. De esa manera tenemos que Estados Unidos y China, las dos mayores economías del planeta, están interrelacionadas, y son conscientes que tendrían mucho que perder, lo mismo que sus ciudadanos, si decidieran revertir su interdependencia; aunque eso no significa que no podría pasar. Dicho de otra manera, la globalización no está muerta. Pero podríamos matarla.

La lección nueve es que El mundo se está volviendo bipolar. Durante décadas, ha habido innumerables predicciones que hablan del declive de Estados Unidos como potencia mundial. Mucho se ha escrito y dicho al respecto. Esto se ha acelerado a partir del surgimiento de China como potencia, un país que a diferencia de la entonces Unión Soviética, sí es un formidable competidor para los estadounidenses en términos económicos y tecnológicos. Sin embargo, la evidencia ha mostrado que Estados Unidos mantendrá su poder económico, militar y tecnológico, lo mismo que su peso geopolítico, a pesar del auge de China. Las tensiones entre ambos países son inevitables, pero no así el conflicto. Se puede pensar en una bilateralidad en donde existan dos potencias, pero sin conflicto militar. Incluso se puede tener una bipolaridad sin una Guerra Fría entre ambos países. Estados Unidos y China son dos potencias que viven en un mundo globalizado e interrelacionado en términos económicos, con un orden internacional robusto y con instituciones fuertes, como la ONU, que regula el comportamiento internacional de los países, y facilita a través de la cooperación, la solución para problemas comunes. Esto es algo que no existía previo a las dos guerras mundiales. Y el resultado está a la vista: el mundo vive el mayor periodo de paz en su historia, y nunca antes tantas personas habían logrado escapar de la pobreza. La bipolaridad es inevitable. Una guerra fría en cambio, es solo una opción.

La lección diez y última del libro, es que Algunas veces los mayores realistas son idealistas. En 2020, el año en que comenzó la pandemia, el mundo cumplió 75 años de paz relativa. Se trata de un periodo inigualable en la historia, que fue posible gracias al decidido impulso a la cooperación internacional, a la diplomacia y a la creación de instituciones garantes de la paz, la seguridad y el desarrollo. Todas esas instituciones fueron posible gracias a políticos idealistas, que tradujeron su idealismo en realismo. Personajes como Franklin D. Roosevelt o Winston Churchill, o los líderes modernos que tienen ideales como motivo de su actuar, impulsaron al multilateralismo, algo contrario a los políticos nacionalistas contrarios a los ideales, que han hecho más daño que bien, como Trump, por ejemplo. El mundo debe ser consciente de que jamás existirá de nuevo una hegemonía americana. No habrá una restauración del poderío inigualable de Estados Unidos, y hoy en cambio, hay nuevos países y nuevos jugadores en el escenario de poder e influencia, y entre ellos están China y Rusia, que constituyen desafíos a la paz y estabilidad mundiales. Vale mucho la pena retornar al espíritu del idealismo que hizo posible el progreso y el desarrollo del mundo. Los ideales construyen muchas veces mejores porvenires que la simple aplicación del realismo. Y al comparar 1945 con la época actual, lo podremos corroborar. Los resultados del idealismo a veces son mejores.


Leer el libro de Fareed Zakaria y reflexionar sobre su contenido, es la invitación que les hago, amables lectores.

Las crisis son las grandes detonadoras de los cambios en las sociedades, pero debemos ser conscientes de que estos cambios no siempre estos suceden en beneficio de las personas, que se pueden ver afectadas en su vida, salud, calidad de vida, empleo y perspectivas de un mejor futuro.

Que el cambio de paradigma por el que atraviesa la humanidad derivado de la pandemia, sirva para detonar los cambios destinados a igualar la oportunidades de la gente, y para democratizar los beneficios de la globalización y del salto tecnológico. Es tarea de todos empujar en esa dirección.

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