lunes, 28 de noviembre de 2022

Mi adiós al PAN

Nadie me invitó al PAN. Tampoco llegué como consecuencia de ser hijo, nieto, o sobrino de alguien ahí. No había un solo pariente, amigo o conocido mío que formara parte del PAN. Simplemente un día de principios de 1995, tomé la Sección Amarilla –no había aún internet en México, ni teléfonos inteligentes–, busqué «partidos políticos», vi la dirección y me presenté en la sede nacional del partido. Dije en la entrada que quería entrar. El policía, amable, me respondió con un «muy bien regístrese». Le tuve que explicar que por «entrar» no me refería a ingresar al edificio, sino a ser miembro del partido. De ahí me remitieron a la sede del PAN en la Ciudad de México, y ahí me estrené, esa misma tarde, a los 20 años, como miembro juvenil, en un mitin del partido en el Ángel de la Independencia, en contra de un fraude electoral cometido en Yucatán por Víctor Cervera Pacheco en contra del candidato a gobernador por Acción Nacional, Luis Correa Mena, el famoso «gordo» Correa. El orador principal en el mitin, fue nada menos que mi ídolo, el Jefe Diego, por quien apenas unos meses antes voté para que fuera presidente de México, en mi primera votación presidencial. Pocos meses después y conforme a las reglas del partido, me convertí formalmente en militante, aceptado en el comité que me tocaba, en Álvaro Obregón, que era conducido por quien después sería mi amigo, Paco Ruiz Cabañas Izquierdo.

¿Por qué decidí sumarme al PAN? Fui simpatizante del partido desde los 14 años, cuando en 1988, en primero de secundaria, promoví entre mis compañeros al entrañable Manuel «Maquío» Clouthier, y les repartía folletos (pequeñas historietas) sobre la vida del candidato presidencial del PAN, dibujadas por la genial pluma de Paco Calderón. Para 1994, el debate en el que el Jefe fulminó a sus adversarios de frente, de forma valiente y sin mentiras, fue el detonador que me animó en definitiva a afiliarme al PAN. El partido me cambiaría, como a muchos, la vida en muchas formas.

Puedo afirmar que conozco al PAN como pocos. Lo conozco desde «las tuberías» y hasta «los acabados». Desde la militancia de a pie, pasando por años de arrastrar el lápiz (aún ya casado y con hijos), hasta las posiciones de representación a nivel municipal (distrital y luego delegacional en el caso de la CDMX). Lo conozco desde las campañas electorales a ras de tierra, hasta la elaboración de documentos estratégicos de alcance nacional. Desde el mundo de la doctrina y la ideología, hasta la representación internacional. En más de cinco lustros, fui secretario juvenil y secretario general de mi comité local; fui coordinador general de la única campaña electoral que con todo en contra y estando más perdida que ganada, logró derrotar en el cénit de su popularidad a Andrés Manuel López Obrador y a su movimiento en la CDMX en 2003: la campaña de mi amigo Miguel Ángel Toscano (de la que incluso escribí y presenté un libro). 

Fui coordinador de asesores del Grupo Parlamentario del PAN en la entonces Asamblea Legislativa (hoy Congreso) de la Ciudad de México. Representé al PAN en eventos de carácter internacional. Fui custodio durante la última década, de la identidad partidista en sus documentos fundamentales. Fui consejero regional en la CDMX una vez. Redacté tres plataformas electorales nacionales y una iniciativa de reforma política del entonces Distrito Federal. Formé parte del cuarto de guerra de un candidato presidencial. Nunca fui diputado o senador. No lo logré. A mis alumnos en la Universidad y a mis conocidos en el PAN, les suelo decir que de entre los de mi camada de Acción Juvenil, soy «el único legislador de mi generación que nunca ocupó una curul, ni un escaño».

Sé cómo piensa el panista promedio, que resortes lo mueven, qué valores encarna, qué fronteras no cruza, y qué fibras lo cimbran. Como dije anteriormente, viví el panismo de manera intensa, y durante muchos años me sentí muy orgulloso de pertenecer a Acción Nacional. El partido fue un referente indiscutible de la forma ética, honesta y generosa de hacer política, en donde cualquier ciudadano tenía la oportunidad de hacer carrera, de aportar y trascender. Desde que éramos oposición (antes de 2000) y hasta bien entrada la primera década del siglo XXI, era evidente que la gente veía al PAN como «el partido de la gente decente», y vaya que lo era. Con esos valores firmemente lacrados en el corazón y en la mente, me desempeñé en las dos únicas posiciones que logré en nuestros doce años de gobiernos federales: la delegación de un organismo federal en el estado de Yucatán, y la dirección nacional de operación y luego jurídica de otro organismo federal. En ambas posiciones me comporté como panista: siempre con las banderas del humanismo político, la eficiencia técnica en las decisiones de política pública que tomé, respeto irrestricto a la ley, separación absoluta de la función pública de la partidista (jamás las mezclé, pues hubiera sido contrario a la ética y a la ley), y por supuesto, jamás hice uso indebido de mis atribuciones públicas. Siempre me ceñí por completo a mi sueldo como servidor público.

Tuve como comenté arriba, extraordinarias experiencias en el PAN. A pesar de que alguna vez le llegué a escuchar a alguien afirmar que «al PAN no se viene a hacer amigos», yo sí hice muchos. Varios de ellos muy cercanos a la fecha, por cierto. Aquí conocí a mi esposa y ella también por cuenta propia se hizo militante del PAN. Llevo en la intensidad de mis recuerdos el emotivo triunfo de Fox en 2000, y la manera como unidos, defendimos el triunfo electoral de Felipe Calderón en 2006, cuando el hombre que siempre divide a la sociedad, López Obrador, no aceptó su derrota, armó un plantón y a la mala intentó impedir que nuestro presidente electo tomara posesión; orillando con ello a una crisis constitucional en su propio beneficio. En 2012, promoví activamente a Josefina para ser la primera mujer presidente de México, lo mismo en la calle que desde la generación de propuestas de gobierno.

¿Qué le ocurrió al PAN a partir de que llegó al poder? Pero sobre todo ¿Qué le pasó a Acción Nacional cuando perdió el poder federal? Que se feudalizó. 

Hasta 2006, eran los panistas quienes votaban a sus nuevos militantes para ser admitidos. Y eran los militantes quienes elegían a sus candidatos, libremente, a partir de la convicción en favor de tal o cual aspirante, fuera a una posición interna, o a una candidatura externa. En todos los casos, se daba por sentado que el candidato, el legislador, el dirigente, o incluso el presidente de la república, eran personas de sobrado panismo, y de probada integridad, honestidad y respeto a la ley y a las buenas maneras en lo político. Nosotros mismos no permitíamos que alguien que no encarnara esos valores panistas lograra acceder a esas posiciones. Bajo esos mismos valores, jamás en tantos años, afilié a una sola persona al PAN. Nunca usé el padrón electoral en mi beneficio personal (algo tanto anti ético como ilegal).

Para 2007 se comenzó a deteriorar la democracia interna del PAN, con decisiones que aún en el ámbito local, se tomaban (e imponían) al partido desde Los Pinos. Se permitió que el gobierno federal fuera colonizado en cargos de dirección de alcance nacional por personajes muy cuestionables en su honestidad personal, cuando no, de plano al servicio de otros intereses partidistas. Fue quizás ese mi primer golpe en el PAN: ver cómo se le permitió al titular del organismo en el que yo me desempeñaba, actuar con total impunidad, y cómo una vez que decidió irse, no fuera yo considerado para sucederlo en su posición (a pesar de ser yo el siguiente en el organigrama, y el siguiente mejor calificado para el cargo), sino que en su lugar fue colocado un amigo del presidente de la república, que llegó ahí a hacer lo mismo que desde que fue alcalde fronterizo en el noreste de México: delinquir. Un personaje que hoy, después de gobernar su estado, tiene ficha roja de Interpol y orden de aprehensión internacional. El presidente de la república lo impulsó entonces y después, en su carrera política. Con su simple llegada al organismo, terminó mi carrera en el gobierno federal. Me mantuve panista, por convicción personal, a pesar de que en 2010 la carrera como servidor público de Estado en la que me formé con toda seriedad en lo profesional, llegó a su fin.

Me mantuve también en el PAN dos años después, al concluir mi paso como coordinador de asesores en la Asamblea Legislativa, a pesar de no ser impulsado ni respaldado a ocupar una diputación local, como sí ocurrió con algunos de mis inmediatos antecesores en esa posición. Las razones de esa falta de promoción, fueron las mismas que experimenté años después a mi salida de la Fundación Preciado: puede más la piel que la camiseta (el parentesco por encima del compañerismo). Nunca me movió en la política el cargo o la curul; mucho menos el beneficio personal. Siempre estuve afiliado al PAN, y no al poder. Por eso me mantuve firme en Acción Nacional; por convicción y afinidad.

Para 2012 resultaba evidente que no lograría ser candidato de mi propio partido, que ya para entonces estaba secuestrado por los caciques locales, a los que se les permitió apoderarse de las estructuras, a través de diversas reformas estatutarias. En 2014, el cacique del PAN en la Ciudad de México y su equipo, sepultaron mi legítima aspiración por ser diputado constituyente, a pesar de que la propuesta legislativa del PAN, que incluso nos llevó a Los Pinos a negociarla con el Jefe de la Oficina de la Presidencia y con el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, era producto de mi lápiz. Fui abiertamente bloqueado políticamente en esa posibilidad cuando decidí recorrer todos los comités delegacionales (hoy de alcaldía) para explicar los alcances de la reforma política que daba vida a la Ciudad de México como entidad federativa. Un año después, ese mismo grupo, que sigue en el poder en el PAN capitalino, operó políticamente y con desesperación en la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para revertir por la vía política lo que como abogado les gané en los tribunales electorales: una diputación local que le correspondía legalmente a mi esposa, y que a la mala se apropiaron.

Y así sin más, «echándome montón», y haciendo uso del más ruin comportamiento político, bloquearon a mi esposa para que fuera diputada local. Muchos contra mi solo, incluso el mismo día en que tenía agendada cita junto con ella, con el magistrado ponente del caso para defender su causa. La bloquearon a ella, y lo mismo hicieron con Miguel Ángel Toscano, cuya legítima aspiración también representé jurídicamente. Después de eso, me mantuve en el partido, pero me jubilé del PAN en todo lo electoral.

De modo que el saldo personal para finales de 2015, era a) mi imposibilidad por ser servidor público en un gobierno del PAN, o bien en alguna posición federal o local aún bajo distinto signo, promovido por el PAN; b) la imposibilidad de ser legislador local o diputado constituyente, por negarme a pertenecer (o aliarme) al grupo político del cacique del PAN en la Ciudad de México (mi entidad y casa partidista); y c) la negativa a permitirle a mi esposa ser diputada local. Y con todo, me mantuve en Acción Nacional, al seguir comulgando con los ideales que representaban su historia, su agenda, y su congruencia doctrinaria e ideológica.

Cerradas en definitiva las posibilidades de participar a través del PAN en el gobierno, de trascender en lo electoral y de aportar en lo legislativo, me mudé hacia el mundo de las ideas, que para 2016 era el último reducto del que aún me sentía orgulloso. A final de cuentas Acción Nacional era el partido más rico (cuando no el único) en ese mundo de la congruencia en sus valores y ese mundo era también mi ambiente natural, como académico. Por eso, y a pesar de que vi como en el último lustro el partido se descomponía en lo político, seguí apostando por esos valores, y a ellos dediqué mi última década en el partido, desde mi paso por la Fundación Adolfo Christlieb Ibarrola.

En el último lustro y desde la Fundación Rafael Preciado Hernández ––asociación civil vinculada al partido como su brazo ideológico o think tank––, decidí promover ese último legado en el que aún creía: los valores del PAN en torno a la vida, a la familia, a las características de la sociedad, y al rol de los hombres y de las mujeres. Como tal, defendí esas posiciones cuando tuve la oportunidad de hacerlo en las negociaciones que se hicieron con la izquierda (PRD y MC) para sacar adelante un candidato común en las elecciones presidenciales de 2018. No les permití a ambos partidos incluir sus agendas ideológicas en la plataforma electoral común. Y hablo en primera persona porque yo la redacté. Grande fue mi sorpresa cuando ya desde entonces, la Secretaría de Promoción Política de la Mujer del PAN, se había convertido abiertamente en una agencia en favor de las agendas feminista y progresista impulsadas por la izquierda. Una perla como ejemplo: cuando en esas negociaciones impedí que se incluyeran esas agendas y su tipo de lenguaje en el documento común, la representante de MC, Martha Tagle, le escribió por chat a quien por entonces estaba encargada de la Secretaría de Promoción Política de la Mujer en el PAN nacional (no su titular) para quejarse, y esta última extrañada, me escribió al minuto para cuestionarme «por encorchetar» esas propuestas de MC. Sí, en lugar de respaldar a su propio partido, me cuestionó el haber dejado fuera contenidos ajenos por completo al PAN. Ahí comencé a notar la naciente colonización ideológica del progresismo en Acción Nacional. Pero al final salió adelante el documento, íntegro, y como lo propusimos. Lo mismo ocurrió (con mayor razón) en la plataforma electoral del PAN que redacté para aquellos distritos en donde el partido no iba a competir en alianza.

En 2020, siguiendo yo en la Fundación Rafael Preciado, me fue encargado de nuevo coordinar los trabajos técnicos de elaboración de la plataforma electoral federal del PAN para 2021. Con el apoyo de mi director general, de nueva cuenta sacamos adelante un documento panista, alejado de la agenda del progresismo, que de manera incisiva presionó para que la incluyéramos. Dicha presión vino ––de nuevo–– desde la misma Secretaría de Promoción Política de la Mujer del PAN, ahora sí por medio de su nueva titular, quien fue apoyada en ese despropósito por el hijo mayor del fundador de la Fundación Preciado, quien incluso le llegó a elaborar contrapropuestas en documentos redactados desde computadoras de nuestra Fundación. A pesar de esas fuertes presiones ideológicas, y con el apoyo del panismo nacional, logramos sacar adelante por unanimidad, la plataforma electoral 2021-2024 en el Consejo Nacional sin una sola coma progresista, y sí en cambio, con un sólido blindaje en lo que representa y ha representado desde siempre el PAN.

Durante mi tiempo de desempeño en la fundación, además de encargarme de la abogacía general de la asociación y de tener bajo mi responsabilidad técnica la elaboración de tres plataformas electorales federales, tuve a mi cargo dos actividades importantes: la coordinación académica de todas las investigaciones de la fundación, y la dictaminación de todas las plataformas electorales estatales del PAN, las cuales no eran aprobadas por el CEN si no llevaban mi firma de aprobación previa. ¿En qué consistía nuestra dictaminación? En que las plataformas se ciñeran a los pilares del humanismo político, así como a la doctrina, ideología, identidad partidista y agenda programática del PAN. En más de un lustro revisé personalmente más de 200 investigaciones, elaboré 12 de ellas, y revisé decenas de plataformas electorales estatales y municipales. Todas las dictaminé «a prueba de balas»: panistas 100%.

En noviembre de 2021, sin embargo, era ya claro que en el PAN, la agenda progresista se había impuesto, y que ésta era abiertamente respaldada y promovida por el presidente nacional del partido, por la referida secretaria de promoción política de la mujer, por la secretaria nacional de formación y capacitación, y por el coordinador nacional de diputados locales (este último si bien no en forma de promoción, sí en vía de omisión); generando todos ellos un mismo daño a la identidad del partido. El denominador común en dicha emboscada ideológica, era la petición personal del jefe nacional del PAN para buscar a como diera lugar, encontrar en los documentos básicos del PAN, o bien que se lograra meter con calzador en los mismos, una interpretación a los conceptos de familia y de matrimonio contrarios a los que históricamente sostuvo Acción Nacional. En ese propósito el presidente nacional del PAN designó al frente de la Fundación Rafael Preciado Hernández al hijo de enmedio del fundador de la asociación (el otro hijo), para que operara esa nueva narrativa progresista, y éste lo hizo con total diligencia y docilidad: la Fundación Rafael Preciado terminó así desde entonces convertida en una mezcla de secretaría particular del presidente nacional del PAN, en coto familiar de su fundador (de nuevo pudo más la piel que la camiseta), y en brazo justificador del viraje ideológico de Acción Nacional hacia posiciones progresistas y de centro izquierda. Por ese motivo, hace un año, todavía ahí, hice valer mi objeción de conciencia, y me negué a avalar documento alguno bajo ese contra-viraje ideológico, antipanista de pies a cabeza.

¿Qué sucedió al mismo tiempo? Que muchos congresos estatales en el país comenzaron a aprobar iniciativas legislativas contrarias a la vida y a la familia natural con el voto a favor del PAN, ante la irresponsabilidad (cuando no pusilanimidad) del coordinador nacional de diputados locales del PAN, más ocupado en su agenda electoral personal y en defenderse de acusaciones ante la prensa, que en sostener e impulsar los valores del PAN ante las bancadas del partido en el país. El jefe nacional de Acción Nacional por su parte, ordenó rehacer el Programa de Acción Política del PAN (que ya había sido aprobado por el Consejo Nacional desde el 05 de diciembre de 2020 y que solo faltaba por ser sometido al voto de la Asamblea Nacional), para hacer uno nuevo, descafeinado del aprobado originalmente, particularmente en lo referente a la definición del concepto de matrimonio, que no le gustó, por ir en contra de su agenda progresista.

El presidente nacional del PAN cree que volviendo «progresista» al PAN por mero cálculo político-electoral, se va a granjear la simpatía y el voto de sectores liberales que nunca han votado antes por el PAN. La apuesta es doblemente equivocada: ni votarán por el PAN aunque lo disfrace de partido naranja, y sí en cambio, ocasionará que el voto duro del PAN comience a buscar nuevas alternativas. Un error estratégico monumental.

Dejé de encargarme de los temas doctrinarios e ideológicos del PAN hace un año, y hace unos meses concluí mi ciclo en la Fundación Rafael Preciado, de la que como dije antes, soy asociado numerario desde hace quince años.

El PAN dejó de ser una escuela cívica de democracia hacia adentro. Hoy en día, la única forma de lograr ser candidato a un cargo de elección popular, o bien encabezar una posición partidista (como dirigente o consejero) en cualquier lugar del país, es si el cacique local en el PAN otorga impulso y/o no veta; o más difícil aún, si se logra el heróico gesto de derrotarlo. Los militantes de a pie por vía libre no tienen ya ninguna posibilidad de trascender hacia adentro. El partido está secuestrado internamente por sus caciques. Hasta el jefe nacional en turno del partido depende de ellos para llegar a su posición, lograr su reelección, tener capacidad operativa, y lograr su propia candidatura federal posterior, lo que origina el círculo perverso de mutua complicidad presidente–caciques estatales del partido.

Hoy en el PAN se premia con posiciones a quienes abusan del poder y son deshonestos (ya es la nueva virtud). La vida del partido ya no depende de sus militantes, sino de los dueños de los padrones de afiliados, los cuales son inflados de manera incesante con dóciles nuevos miembros que en la mayoría de los casos no tienen la mínima idea de lo que realmente significa el PAN, y que son llevados ahí con el único propósito de votar en los procesos internos por quienes se les ordene.  Hoy se abre las puertas de par en par y se otorgan candidaturas a quienes antes han traicionado al partido y se han ido a otras opciones partidistas (los personajes los conocemos todos). Los servidores públicos del PAN ya son en muchos casos calcas de las peores mañas y vicios políticos que tanto combativos.

Lo que impera ahora entre quienes tienen poder e interlocución interna, es la simulación ante la derrota cultural y la colonización ideológica venidas de fuera. Lo que hoy se impone entre ellos es el «voltear la vista para otro lado» en aras de no poner en riesgo posiciones, sueldos o agendas futuras.

El partido se desdibujó. Y roto su último asomo de valía que era su congruencia doctrinaria e ideológica, ya no me queda nada más que hacer o aportar en él. Tampoco espero ya nada del PAN. La mística, el espíritu de cuerpo y la camaradería castrense con la que fuimos formados los jóvenes del PAN cuando yo llegué, ya no existen. Es verdad como me ha dicho alguien de adentro muy cercano, que en la vida hay que elegir bien las batallas. Yo ya di en ese campo, todas las que tenía que dar.

Por esos motivos, tras 28 años de ininterrumpida entrega, convencido de que en la vida no debemos romper lo que se puede desatar, y después de una larga reflexión, he tomado la decisión de desatar mi pertenencia al PAN. Me voy de manera serena y sin estridencias. Le deseo a las personas que quiero y que siguen adentro, la mayor de las suertes. 

Yo por mi parte, desde otros horizontes ciudadanos y profesionales, voy a seguir continuando. Hoy me siento más libre.

Armando Rodríguez Cervantes